Recuerdo que cuando era chavalilla-adolescente odiaba casi toda mi ropa, porque una parte aún era heredada y otra patrocinada y financiada por los SpeedyPadres, que no tenían tiempo para maratonianas jornadas de shopping. Así que se compraba lo primero que me se ajustaba en talla y precio y a correr.
Conclusión: si se llevaban los pantalones de tiro bajo, los míos llegaban hasta las orejas. Si las camisetas de moda eran por encima del ombligo, las mías parecía camisones. No había manera de estar al día, lo que convertía mi armario en un erial y los Zara y Stradivarius en auténticos jardines del Eden llenos de manzanas prohibidas y lo que yo consideraba tesoros de incalculable valor. Ahora pienso que si en aquella época hubiera tenido la posibilidad de probarme todas esas prendas que creía que me encantaban, habría comprobado que me quedaban fatal y se habría roto el hechizo. Pero bueno, la cosa es que eso jamás ocurrió y que yo iba por la vida mirando lánguidamente los escaparates de las tiendas de ropa y suspirando por mi desdicha estilística.
Hoy, ya hecha toda una mujer adulta (aunque joven de espíritu), lanzo los mismos profundos suspiros melancólicos que entonces, pero por lo contario. En vez de creer que todos son modelitos estupendos que no están a mi alcance, paseo desesperada entre las perchas pensando en mi desgracia porque ninguna de esas propuestas estéticas me convence. De hecho, casi siempre me horripilan. Tienen formas imposibles o colores estridentes o agujeros en lugares inaceptables o directamente no sé si son para cubrir el tren inferior o el tren superior. Así que salgo de los comercios de moda física, mental y emocionalmente agotada sin conseguir una triste prenda que llevar a mi armario.
La parte buena es que ya no hay sufrimiento por lo anhelos insatisfechos. Hay un miedo cada vez más fundado a que llegará un día en el que tendré que salir en bolas a la calle porque mi ropa vieja se habrá roto de tanto usarla y no habré sido capaz de sustituirla por algo me que me guste. Pero sufrimiento por anhelos insatisfechos, no.
Ahora ese sufrimiento llega por los libros. Porque me dedico, craso error, a ver vídeos de youtube y leer blogs de recomendaciones literarias. Como mis finanzas y, sobre todo, el espacio en mi superguarida es limitado, no puedo comprarme todos esos títulos, así que me dedico a buscarlos en bibliotecas, páginas de audiolibros y demás fuentes de sabiduría. ¿Problema? Que si se han publicado recientemente aún no los tienen, claro. Y me quedo con las mismas ganas que mi yo adolescente mirando escaparates de tiendas de ropa.
Me pasa eso porque soy una ingenua, claro. Y si una booktuber random me dice emocionada que la novela de turno le ha encantaaaaaaaaaado y que no puedo seguir viviendo sin leerla, siempre me lo trago. Luego igual cuando la leo yo no me parece para tanto (porque para gustos los colores y para colores las flores) y ya me ha pasado un par de veces de comprarme algún ejemplar que, en realidad, no se merecía ocupar un sitio en mis escuetas estanterías, ni en mi corazón. Así que ahora intento tomarme las adquisiciones literarias con menos ímpetu y más calma. Pero las ganas no me las quita nadie.