martes, 28 de julio de 2020

Un okupa en mi músculo aórtico

Soy muy pero que muy fan de Nadal y de Federer. Cada uno a su manera me parecen fenómenos extraordinarios del tenis, de verdad. Y aún con mi ceguera fanática puedo ver que se han mantenido tantísimo tiempo como cabezas de ranking no sólo por su valía (que es indiscutible, desde luego) sino porque no hay relevo. Y es que si ahora llegara uno con un talento mínimamente comparable al suyo o incluso algo menor pero con la potencia y el impulso de la juventud, los sentaba en el banquillo a la voz de ya. Y muy a mi pesar quizá fuera hasta bueno. La renovación es necesaria y sana.

Yo lo sé bien porque a mi me cuesta un mundo dar relevos en el alquiler de mi músculo aórtico (¡Toma cambio de tema! No os esperabais este salto fuera de lo deportivo, ¿eh?) Llega un notas, que ni siquiera es siempre un dechado de virtudes precisamente, se apoltrona entre mis aurículas y ventrículos y ya no hay manera de echarlo de allí, oye. En parte es porque soy una cabezota, en parte porque como me invento todo a veces les subo a pedestales que no tocan y en parte (sobre todo) porque no hay relevo. Me cuesta un mundo encontrar candidatos (y no es por exigir demasiado, que ya os veo venir, eso lo hablamos en otra entrada si queréis) y mientras no hay nadie nuevo, el antiguo sigue en el puesto. Con poco entusiasmo por parte de todos los implicados, todo hay que decirlo, pero allí sigue.

Tiburcio lleva de okupa en mi músculo aórtico desde ni se sabe. Yo lo calculé el otro día y flipé en colores así que si él llegara a enterarse se quedaría de piedra, el pobre. Sobre todo porque (por lo poquísimo que lo conozco si restamos lo inventado) tampoco es nada del otro mundo. A ver, que el chaval es majo, pero claramente ha batido el récord de permanencia por las circunstancias, claro. Primero me dio el Jamacuco Supremo (JS) que me dejó blandita y sin poder buscar alternativas durante bastante tiempo. Luego estuve colapsada con mis movidas varias y no tenía el coño para farolillos (nunca mejor dicho) y después ha llegado el puto bicho del demonio que ha paralizado todo y más que nada esta área donde la distancia de seguridad ya tal. Conclusión: Tiburcio inquilino cardíaco AÚN. Y sin pagar ni un duro, el tío. Qué morro.

Bueno, en realidad sí aporta, claro, si no ya habría encontrado la manera de desahuciarlo, supongo. Sin él saberlo, durante el JS fue mi lugar feliz y me ayudó a dormir en noches muy duras y llenas de miedo. Sin él saberlo, suplió la parte de fuerza de voluntad que me faltaba para hacer cosas que ahora me alegro de haber hecho. Y sin él saberlo ha contribuido a soportar este confinamiento, poniéndole cara a las esperanzas de una vida mejor cuando esta pesadilla acabe de una vez por todas. A veeeerrr, tranquilidad en el frente, que le ha puesto cara en plan light, ¿eh? No estoy loca ni soy una stalker. Si no hubiera estado él le habría puesto cara mi Zac o el protagonista super-majérrimo del último libro que me estoy leyendo. Vamos, que era una cosa más bien simbólica, ya me entendéis. Pero bueno, ahí ha estado, contribuyendo a la causa de no cortarme las venas. Sin saberlo, claro.

Tiburcio es un okupa duradero porque no da mal. No pone la música alta, ni causa problemas con los vecinos, ni estropea las paredes. Ayuda a aligerar la bruma en días grises pero no tiene entidad suficiente para provocar sentimientos negativos, así que es inofensivo. Por eso no le echo, me imagino.

Aún así, ¡qué ganas de que llegue su relevo! ¡Qué ganas!

domingo, 19 de julio de 2020

¡Espabilad o nos vuelcan la colchoneta!

Cuando el SpeedySobri más mayor era pequeñísimo, casi un bebé, se rompió un tobillo y tuvo que estar en silla de ruedas unos días. Era chiquitín, no entendía nada, sólo que no le dejaban saltar ni correr. Iba a ser sólo una semana de inmovilización pero tras ella el médico vio que aquello no estaba curado aún y lo alargó otra más. Al pobre peque se le cayó el mundo encima y a nosotros se nos partía el corazón oyéndole lamentarse:

-¿Pero por qué? Si he sido bueno y no me he movido, ¿porque tengo que llevar la escayola una semana más? ¡¡Si he sido bueno!!

Lloraba como una madalena. Pobrecito mío, criaturita.

Visualizáis el momento, me imagino. Desgarrador. Desolador. Trágico. Como para descomponer al más pintado.

Bueno, pues retened bien la imagen en la mente porque así me tenéis, pedazo de cabrones. Es que no me puedo creer que me estéis haciendo esto. Que no he podido ser más prudente, ni guardar más las distancias de seguridad, ni llevar más y mejor puesta la mascarilla. Que ni siquiera he entrado aún a casa de los SpeedyPadres, que les hablo desde el rellano. Que no he hecho nada de nada, ni cines, ni conciertos ni mucho menos bares. NA-DA. Y aún así ya está aquí, a la vuelta de la esquina, SE VIENE REBROTE.



¡No me lo puedo creer! ¿Ya? Dada la flaqueza de memoria de gran parte del personal que ha borrado de sus recuerdos ipsofácticamente el infierno de marzo, abril y mayo daba por supuesto que volveríamos a las andadas, pero nunca pensé que tan pronto. ¿En serio? ¿Ya? ¿¿¡¡YA!!??  ¡Si apenas hemos estrenado la nueva normalidad de los cojones!

Para mi el tema es más dramático si cabe porque, dado mi proverbial sentido de la oportunidad, el confinamiento me va a pillar juuuusto cuando me tocaba coger vacaciones, lo cual pasa a nivel recochineo PRO. Tardé un mes en decidir qué semana pillar (ni demasiado pronto por si retrasaban la desescalada, si demasiado tarde por si el bicho volvía rápido y desmadrado) y he ido a dar juuuuusto en la diana. Qué puntería, oye. Ni un triste día de playa he visto, amiguis. Increíble.

Tengo un cabreo que no os podéis imaginar. Me faltan palabras para expresarlo. Es que, vamos, cogía una metralleta y hacía una escabechina tal que el coronamierda iba a parecer un aficionado a mi lado. Me cargaba a los políticuchos de pacotilla que escurren el bulto pasando de una administración a otra la responsabilidad de vigilar al bicho, a los que no contratan suficientes rastreadores para controlar los brotes a tiempo, a los que miran para otro lado sabiendo que la cosa está mucho peor de lo que se reconoce. Me cargaba a los empresarios que no implementan las medidas necesarias porque priorizan el beneficio económico a la seguridad sanitaria. Me cargaba a la gente que no toma ninguna precaución porque supone que el riesgo para su salud es bajo y la de los demás le importa una puta mierda. Y me cargaba también a los que pasan de todo porque están cansados, hartos, aburridos de este infierno y justifican cualquier comportamiento con un "hay que seguir viviendo"



Pues claro que hay que seguir, pero las cosas no pueden ser igual que antes, como si el bicho no estuviera ahí fuera, preparado para montarnos otro pifostio en cuanto le demos la más mínima oportunidad. Hay cosas que no queda más remedio que hacer de otra manera y cosas que, durante un tiempo, no se podrán hacer. Se siente. Ajo y agua. No hay más tutía.

¿Estáis hartos? Pues claro, como todos. A ver si os creéis que a los demás nos encanta este Matrix de Hacendado que es la Nueva Anormalidad. A ver si os pensáis que a mi no se me ocurre nada mejor que quedarme arrestada en casa los 3 últimos fines de semana porque me han pasado rozando (¡¡ufff, por poco!!) dos positivos COVID. A ver si os parece que a mi me agobia menos que a vosotros la mascarilla y que no me muero de ganas de achuchar a los SpeedySobris.

TODOS estamos cansados, aburridos, desesperados, hastiados, fastidiados, saturados, ¡¡HAAAARRRRTOS!! TO-DOS, no sois los únicos. Pero estamos en el mismo barco. Bueno, ojalá fuera un barco. Vamos en una colchoneta de esas cutres de plasticucho rosa y el bicho intenta quebrar nuestro frágil equilibrio para tirarnos al agua. Los que habéis participado en estas batallas acuáticas sabéis bien que si todos los de arriba de la colchoneta no se coordinan y hacen lo posible para equilibrarla se van por la borda en dos milisegundos. Esto es una ley piscinera universal.

Así que, por favor, poned de vuestra parte y vamos a contener el bicho lo máximo que se pueda. Y dejadme que vea la playa 2 días aunque sea, cabrones, que sois unos cabrones.

sábado, 11 de julio de 2020

La pregunta del millón

(Preparad el diván que se viene sesión de psicoanálisis. Se siente)

El CoronaApocalipsis y sus consecuencias de todo tipo habrán puesto a más de uno frente al espejo, supongo. Ya sea por el confinamiento y las horas de más para pensar o porque el bichillo haya disparado a la línea de flotación de su familia, su salud o sus ahorros, algunos se habrán parado a reflexionar sobre la vida que llevaban, sus relaciones, su trabajo, sus prioridades, su futuro. Un proceso que no siempre es un camino de rosas.

Yo llevaba un tiempo ya en este empeño. En parte porque nunca he terminado de entender nada de mi día a día y en parte porque hace no mucho me dio un Jamacuco Supremo que podría perfectamente haberme dejado lista pa'papeles en el momento. Hubo suerte, no fue así y eso me impulsó a cambiar algunas cosas que no me gustaban y a atreverme a tomar decisiones que quizá antes me habrían costado más. Fueron apuestas arriesgadas que no salieron bien, que podrían haber resultado peor (bien es cierto) y de las que, en todo caso, no me arrepiento. Ya lo decían en los Puentes de Madison: "Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido". La cosa es que cerrar esa etapa me dejó en la casilla de salida, más que nunca antes. Y desde entonces, (right now, para más inri, con CoronaApocalipsis mediante) sigo dándole vueltas a la pregunta del millón: ¿Y ahora qué?

No lo sé. No tengo ni guarra de hacia donde quiero ir, sólo veo claro que lo que venga tiene que ser diferente y MEJOR que lo viejo. Como la definición de locura es hacer siempre lo mismo esperando resultados distintos, no paro de revisitar el pasado para intentar averiguar qué he estado haciendo mal. En algo la he tenido que cagar para tener este perpetuo panorama medio derruido, ¿no?

Como no encontraba respuestas pensé en buscar ayuda profesional y de pura casualidad me encontré con unas lecturas que me han calado del todo. TO-TAL. Han dado en el clavo. Soy yo cien por cien, como si me estuviera viendo por un agujerito. Y según esas lecturas parece que mi problema es, precisamente, ese: buscar fuera la información, la seguridad, la validación que no encuentro dentro. No fiarme de mi. Creer permanentemente que estoy equivocada. Tener siempre miedo al error. Al futuro. Dejar que el temor tome mis decisiones. Tolerar mal la inestabilidad, la incertidumbre, la frustración.

Vale, guay. Si ese es el problema, la solución es fiarme más de mi, confiar más en la vida. La cuestión es, ¿cómo fiarse de alguien que la ha estado cagando desde ni se sabe?

Difícil. ¿no?