Me gustan las buenas conversaciones, esas en las que te puedes pasar horas diseccionando una situación, un diálogo o incluso una sensación con alguien al que llegar a ese nivel de detalle le emociona tanto como a ti. Esas conversaciones de horas tras las que luego, cuando os preguntan de qué habéis hablado tanto tiempo, contestáis: de nada, en realidad.
No me gusta el sonido de un grifo abierto sin razón o que gotea porque está estropeado.
Me gusta sentir la brisa fresca en la cara cuando empieza ya a hacer algo de frío y voy bien abrigada.
No me gusta tener que dar dos besos por cortesía a desconocidos que me acaban de presentar y a los que no tengo el más mínimo cariño.
Me gusta cuando me viene la inspiración para escribir mientras hago acciones cotidianas. Que se me ocurra una idea para un texto mientras voy en el autobús, o debajo de la ducha o tendiendo la ropa y sienta la necesidad de apuntarla para que no se me olvide y poder desarrollarla después.
No me gusta felicitar los cumples en grupos de whatsapp multitudinarios en los que tienes poca o ninguna relación con los que lo forman. Al "¡FELICIDADES!" número 128 el homenajeado ya no sabe ni quién se lo está diciendo y la palabra pierde hasta su sentido. No aporta nada el "¡FELICIDADES!" número 129, porque sólo se pone para no ser el único que no lo ha escrito. Eso ni es una felicitación ni es nada.
Me gustan los números pares.Son como redondeados, completos. Me gusta tener años pares, seguidores de twitter pares, correos pendientes de leer pares.
No me gustan los números impares. Me ponen nerviosa. Están como inacabados, imperfectos. Me incomodan tanto que he llegado a borrar fotos de mi galería del móvil sólo para tener un número par de imágenes. Así como os lo cuento. Una cosa ya de preocupar. Y sin embargo, diría que mis cifras preferidas son el 1 y el 7. ¿Por qué? Porque soy una contradicción andante y un caso digno de estudio, está claro.
Me gusta releer textos míos de hace mucho tiempo y no recordarlos hasta el punto de leerlos como si fueran de otra persona. Volver sobre esas líneas y encontrar bromas, chascarrillos, comparaciones o metáforas que molan y pensar "esta idea era guay, ¿cómo se me ocurriría?"
No me gusta NADA la sensación de tener algo pendiente. La odio. Es como un picor en el cerebro que no me puedo rascar y que no me deja hacer ninguna otra cosa tranquila porque una parte de mis neuronas está pensando siempre en lo que debería estar haciendo. Sin embargo, soy la mayor procrastrinadora de la historia de la humanidad. Dejo siempre para mañana lo que puedo hacer hoy. ¿Por qué? Porque soy una contradicción andante y, en este caso en concreto, un poco imbécil.
Me gusta que las pelis y los libros acaben bien. Sorry not sorry. Ya sé que el drama da más de sí y que se alcanza mayor intensidad, profundidad y realismo (porque, siendo sinceros, la vida duele) con historias tristes, pero yo prefiero que los finales felices. Para llorar ya habrá tiempo.
No me gustan las personas que hablan mal de otra gente a sus espaldas. Me incomoda enormemente. Tengo la sensación de que en cuanto me de la vuelta harán lo mismo conmigo. Y fijo que estoy en lo cierto.
Me gusta cuando empieza a hacer buen tiempo, me pongo sandalias dos días, los pies cogen un poco de colorcillo y se me queda la marca blanca de las tiras. Tener marcas de moreno, aunque sean tan poco fashion como esas, es señal de que se acerca el verano y con él, las vacaciones. Mola.
No me gusta la roñilla posvacacional. Que se me desquebraje el bronceado me parte el alma porque implica el olvido total de las vacaciones. No mola un pelo.
Me gusta mojarme con la lluvia siempre que vaya directamente a casa a cambiarme y ponerme ropa y calzado secos y calentitos.
No me gusta jugar a algo y que mis contrincantes se piquen. El malperder me resulta incómodo, me parece muy infantil. Igual que los que se regodean demasiado en la victoria, más allá de la broma. Me agotan.
Me gusta que se me ocurra el regalo perfecto para alguien.Y ver la cara de alucine total cuando se lo das y le encanta.
No me gustan los petardos y casi nada del material explosivo e incendiario que se usa en fiestas y actividades de ocio. Qué necesidad de castigarse los tímpanos con eso. Qué necesidad.
Me gusta que la gente con la que me llevo bien me cuente la primera impresión que tuvo de mí cuando me conoció. Me parece muy curioso. La imagen que proyectamos y como lo entienden los demás según su momento vital.
No me gusta que se me empañen las gafas cuando hace mucho frío fuera y entro a algún local con la calefacción a tope. Me da una vergüenza que me muero. Tengo la sensación que con las gafas empañadas parezco Bartolo o el tonto el pueblo. Una gilipollez, ya lo sé, pero me pasa.
Me gusta que los monitores de mi gimnasio megamasificado se aprendan mi nombre, porque eso significa que se han dado cuenta de que soy de las fijas que van llueva o no llueva y es como un reconocimiento al esfuerzo y al constancia. No me dan una chapita de premio pero por lo menos saben como me llamo. Algo es algo.
No me gusta oír una canción y no ser capaz de recordar donde (en qué serie, película o contexto) la he escuchado antes. No puedo parar de pensar en eso hasta que me acuerdo. Otro picor en el cerebro que no me puedo rascar.
(He tenido que escribir esto para un tema mío y lo he aprovechado aquí. Igual es un poco dar la chapa de más, pero no puedo asegurar que no vaya a haber segunda parte. Os lo digo desde ya para que no podáis decir que no he avisado)
martes, 28 de agosto de 2018
lunes, 20 de agosto de 2018
Los hitazos del verano
Dado que, desgraciadamente, no ne ha tocado la lotería, el eromillones ni el cuponazo, no me ha quedado otra que ponerle fin a mis vacaciones y volver al curro. Sin animo de ponerme dramática, ya podéis suponer que esto ha sido un horror que me tiene emocional y físicamente arrasada. Sin exagerar.
Total, que ya estamos aquí. Por centrarme en lo positivo, lo cierto es que estos días de relax me han cundido. Sobre todo en lo que se refiere a desconectar. Poco ha faltado para que me olvidara hasta de mi propio nombre, así os lo digo. Me habría gustado hacer algunas cosas más de las que me ha dado tiempo, pero la verdad es que el nivel tampoco ha estado mal. Estos son los principales hits del verano:
-La gama completa de actividades relacionadas con los SpeedySobris de todas las tallas: saltar olas con los más peques, jugar al Uno, al Mentiroso y a Burro con los medianos y hablar de cine y de música con los mayores. Y eso sí que ha sido un hitazo inesperado, el plot-twist de las vacaciones: que ya se pueda charlar con los mayores casi como minipersonitas adultas cuando hace ná y menos había que cortarles los filetes porque no les dejaban usar cuchillo. Cómo pasa el tiempo, amigos..
-Salir de viaje y hablar un ¿inglés? macarrónico al más puro estilo "Yo Tarzán, tú Chita". No sé ni como leches hemos conseguido hacernos entender. Porque el lenguaje gestual es universal, supongo, si no, de qué.
-Pasar una semana andando 16 kilómetros diarios entre impresionantes paisajes rodeados de enormes masas acuáticas y que el trending topic de muchas conversaciones fuera: "¿Pero esto es un lago o ya hemos llegado al mar?"
-Ponerte al día con tus amigas de toda la vida a las que hace tiempo que no ves y que te manden a terapia."Yo creo que tienes algún tipo de bloqueo ahí, ¿eh?" Y yo lo que creo es que tengo un atasco vital de padre y muy señor mío, pero no termino de ver claro que ninguna terapia pueda hacer gran cosa para cambiar eso, la verdad. Aún así las conversaciones, las idas de olla y las risas me han venido muy bien, qué duda cabe.
-Sofocar minicrisis familiares intentando enterarte de todo mientras te haces la sueca de Estocolmo porque se supone que no deberías saber ni la mitad. Interceptar comunicaciones cifradas en whatsapp, mandar mensajes de esos que "se autodestruirán en 15 segundos" y en general actuar de agente doble en guerras que te han pillado en medio sin tener mucho que ver. Me ha faltado un walkie-talkie, contestar diciendo "águila roja llamando a águila azul, ¿me recibes?" y unos buenos abdominales para parecer Tom Cruise en Misión Imposible.
Seguiría, pero creo que con esto ya os hacéis una idea de como ha ido la cosa. Y luego que me cuesta volver de vacaciones. Como para no costarme...
Total, que ya estamos aquí. Por centrarme en lo positivo, lo cierto es que estos días de relax me han cundido. Sobre todo en lo que se refiere a desconectar. Poco ha faltado para que me olvidara hasta de mi propio nombre, así os lo digo. Me habría gustado hacer algunas cosas más de las que me ha dado tiempo, pero la verdad es que el nivel tampoco ha estado mal. Estos son los principales hits del verano:
-La gama completa de actividades relacionadas con los SpeedySobris de todas las tallas: saltar olas con los más peques, jugar al Uno, al Mentiroso y a Burro con los medianos y hablar de cine y de música con los mayores. Y eso sí que ha sido un hitazo inesperado, el plot-twist de las vacaciones: que ya se pueda charlar con los mayores casi como minipersonitas adultas cuando hace ná y menos había que cortarles los filetes porque no les dejaban usar cuchillo. Cómo pasa el tiempo, amigos..
-Salir de viaje y hablar un ¿inglés? macarrónico al más puro estilo "Yo Tarzán, tú Chita". No sé ni como leches hemos conseguido hacernos entender. Porque el lenguaje gestual es universal, supongo, si no, de qué.
-Pasar una semana andando 16 kilómetros diarios entre impresionantes paisajes rodeados de enormes masas acuáticas y que el trending topic de muchas conversaciones fuera: "¿Pero esto es un lago o ya hemos llegado al mar?"
-Ponerte al día con tus amigas de toda la vida a las que hace tiempo que no ves y que te manden a terapia."Yo creo que tienes algún tipo de bloqueo ahí, ¿eh?" Y yo lo que creo es que tengo un atasco vital de padre y muy señor mío, pero no termino de ver claro que ninguna terapia pueda hacer gran cosa para cambiar eso, la verdad. Aún así las conversaciones, las idas de olla y las risas me han venido muy bien, qué duda cabe.
-Sofocar minicrisis familiares intentando enterarte de todo mientras te haces la sueca de Estocolmo porque se supone que no deberías saber ni la mitad. Interceptar comunicaciones cifradas en whatsapp, mandar mensajes de esos que "se autodestruirán en 15 segundos" y en general actuar de agente doble en guerras que te han pillado en medio sin tener mucho que ver. Me ha faltado un walkie-talkie, contestar diciendo "águila roja llamando a águila azul, ¿me recibes?" y unos buenos abdominales para parecer Tom Cruise en Misión Imposible.
Seguiría, pero creo que con esto ya os hacéis una idea de como ha ido la cosa. Y luego que me cuesta volver de vacaciones. Como para no costarme...
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