jueves, 27 de diciembre de 2018

Calabazas de las buenas

Natacha es la mujer más encantadora de la tierra!
¡Si viera usted qué calabazas acaba de darme!

"Nuestra Natacha", de Alejandro Casona

(La cita de arriba tiene un sentido. Voy a tardar en llegar a él, pero voy a llegar. No os desesperéis.)

Siempre he pensado que lo que más define a las personas son sus reacciones. Las acciones cotidianas se pueden pensar con antelación, es más fácil fingirlas. Las reacciones, en cambio, se producen como respuesta inmediata a un hecho inesperado, el que sea, y son más complicadas de trucar. Por eso dicen mucho de cómo somos realmente. Qué hacemos ante el dolor ajeno. Hasta qué punto llega nuestra honradez. Cuánto podemos contenernos. Y entre todas las reacciones hay dos que me parecen especialmente reveladoras: cómo nos tomamos un rechazo y de qué forma rechazamos a alguien.

No es sencillo asumir que nos han dado calabazas, pero tampoco lo es darlas, desde luego. Menos doloroso quizás, pero no más fácil. Hace falta delicadeza, empatía, educación y si es posible incluso un poquito de ternura. Y recursos para afrontar y, en su caso, aplacar, la (no siempre buena) reacción del implicado/a, claro.

Esto lo traigo a colación ahora porque dentro de nada me voy a comer unas calabazas como una catedral. Eso lo sabéis vosotros, lo sé yo y lo saben los niñitos de África. Está más claro que el agua, pero me la voy a jugar igual porque con esto del Jamacuco Supremo he decidido vivir al límite. Porque no me ha tocado la lotería de Navidad (a pesar de no poder decir ya aquello de "por lo menos tenemos salud") y quiero creer que va a haber más suerte con esta lotería. Y porque la receta más eficaz para librarse de un cuelgue prolongado es llevarse unas calabazas claritas y contundentes.

Ahora mi mayor miedo es que sean unas calabazas bien dadas. Quiero decir... que si el implicado reacciona mal y es un borde, o se pone tensísimo o deja de tratarme con normalidad va a ser una caca de la vaca paca, claro, porque a nadie le gusta que le pase eso, pero es lo más eficaz. Te das cuenta de que no merece la pena, pasas página y a otra cosa mariposa. El problema viene si reacciona bien. Si te dice que no pero con amabilidad, con empatía, con cariño. Si no cambia su manera de comportarse. Si no monta un drama donde no lo hay.

Yo me huelo unas buenas calabazas porque ya he visto otras reacciones del implicado antes y no están nada mal en general. Así que por un lado me alegro de que no me decepcione, claro, porque sería una lástima que el susodicho resultara ser un imbécil. Pero por otro lado ya me veo quedándome como Lalo, el personaje de Nuestra Natacha que dice las palabras que os he puesto al comienzo de la entrada y que en mi versión serían más o menos así:

¡¡Ayyy, qué majo!! ¡Tiene arte hasta dando calabazas!

Lo que me faltaba....

lunes, 17 de diciembre de 2018

Empezando de cero

Con todo el lío del Jamacuco Supremo (JS), sustos, hospitales, bajas y demás fanfarria me he tirado un mes sin pisar el gimnasio. Esto así por escrito no parece mucho pero con lo asidua a esas instalaciones que me había vuelto yo en los últimos tiempos equivale a un siglo y medio. En todo. Primero, por supuestísimo, en mi forma física, la cual me había costado la misma vida mejorar mínimamente y que ahora ha desaparecido como por arte de magia. ¡Chas! Desaparecida total. Ooootra vez a empezar desde el principio. Me cago en la leche...

Y luego han cambiado otras muchas cosas, demasiadas para un mes, incluso. De hecho, empiezo a pensar que los gimnasios en general el tiempo se mide como en Saturno, que un día allí dura lo que seis en la Tierra, porque, chico, si no, no sé cómo les ha cundido tanto:

-Para empezar las pesas ya no son negras, se han vuelto de colores. Preciosas, además, me encantan las nuevas. Lo bien que me habría venido que fueran así de coloridas cuando yo estaba empezando y aún no distinguía bien cuanta carga suponía cada una. Me habría evitado muchos viajes de punta a punta de la sala de entrenamiento para coger otras más ligeras y muchos momentos incómodos de no poder levantar las que había elegido ante la mirada compasiva de los odiosos musculitos.

-También los profes han cambiado. Hay un montón de monitores nuevos. Que yo haya visto, tres, lo cual es un porcentaje importante del total del profesorado. Eso significa que han desaparecido otros tantos, con los que más coincidía yo y los que más fichada me tenían. Lo que me lleva al punto siguiente.

-Ya no me conoce ni el tato. Antes era una vieja del lugar, todos me saludaban, tenía bromas con unos y otros, me pedían opinión sobre los cambios que iban haciendo en las clases... A cualquiera de mi entorno que le digas que yo era una de esas típicas sabelotodo de gimnasio no se lo iba a creer dada mi trayectoria anterior, pero así era. ERA. Vuelvo a ser un cero a la izquierda, nadie me recuerda.

¿¿¿Nadie??? ¡NOOO! (Como dirían en el comienzo de los comics de Axterix y Obelix)

¿Sabéis quién se acuerda de mí?

¡GimnasioMan!

GimnasioMan, ese cucazo máximo que me ve pasar por fuera del aula mientras ellos están en medio de una sesión de ciclo y me tira un beso desde la bici. Y nada más salir me dice:

-Speedy, ¡cuántos días! ¿Dónde estabaaaas?

Así que, ¿sabéis todos los avances que había hecho para quitarme el cuelgue de manual que llevo encima? Pues ¡chas! acaban de desaparecer. Estarán en el mismo sitio que mi forma física.

Ooootra vez a empezar desde el principio. Me cago en la leche...

miércoles, 12 de diciembre de 2018

La amnesia de schrödinger

A falta de que el doctor House en versión ibérica averigüe qué leches me pasa, estoy en vías de recuperación del Jamacuco Supremo (JS). Esto viene a significar que me encuentro bien, completamente normal, pero que necesito enterarme de una vez por todas de lo que tengo averiado dentro, más que nada para arreglarlo antes de que me de otro chungo. ¿Problema? Que el sistema sanitario español funciona a la velocidad de la luz y no tiene pinta de que me vayan a dar la respuesta ni hoy ni mañana, por lo que ahora todos mis esfuerzos se centran en seguir con mi vida sin acordarme de lo que me pasó para no ponerme nerviosa.

Estoy moderadamente satisfecha conmigo misma porque la mayoría del tiempo lo consigo, pero no sería del todo sincera si no os dijera que esta amnesia voluntaria es un poco la amnesia de schrödinger. Vamos, que muchos ratos no me acuerdo del JS pero a la vez sí me acuerdo, porque me vienen como fogonazos repentinos. De lo que me ocurrió, de cómo me sentí y de lo que pensaba en ese momento.

Y es curioso que cuando estaba en medio del bullullu no tenía miedo a la muerte. Al fin y al cabo ya estaba en el hospital, según mi inmensa sabiduría extraida de todas las temporadas de Anatomía de Grey, los batas blancas iban a impedir que me fuera p'al otro barrio. Por eso no tenía miedo a morir, sino a morir sin haber vivido. O, por no ponernos dramáticos, a enfermar gravemente y perder mi independencia antes de poder hacer tooooodas las cosas que me quedan pendientes. Si el TAC que me hicieron en urgencias hubiera podido escanear mis pensamientos, se habría encontrado un monólogo tal que así:

Joer macho, me pasa esto ahora y aún no me había dado tiempo a ir Nueva York. Ni al Caribe. Bueno, qué leches, ni a Menorca siquiera. No he tenido un curro en condiciones mínimamente bonito en el que no estuviera rodeada de locos de remate obsesionados por hacerme la vida imposible. Ni siquiera he vivido un gran amor. He tenido simulacros de más o menos duración, ilusiones y disgustos, pero un amor correspondido, sereno, pasional y que durara el suficiente tiempo para comprobar que, efectivamente, era un amor de verdad, pues no. Macho, Speedy, esto por tu puta manía de dejarlo todo para el final y esa cantinela de que las cosas tienen que pasar sin forzarlas. Valiente gilipollez. Pues ya me dirás como va a pasar nada ahora según como te quedes, lista, que eres una lista. Es que, vamos, te calzaba una leche que te arrancaba la cabeza si no fuera porque de este chungo igual te conviertes en una lisiada y está feo pegar a los que no pueden defenderse.

Sí, muy delicado mi Yo Interno, ya lo sé, amable incluso al borde de la muerte. Marca de la casa: Speedy, fustigándose a lo loco desde los años 80. Pero vamos, que aunque le pierden las formas, mi Yo Interno tiene razón en el fondo. Me fiaba de que me quedaban muchos años por delante y ahora soy consciente de que igual no me quedan tantos. Vamos, como a todos, porque nadie se libra de que le pase algo cuando menos se lo espera. Sólo que a mi me acaban de dar un hermoso aviso y lo tengo fresquito.

¿En qué se resume toda esta chapa de arriba? En que me tengo que poner las pilas a full. A lo loco. Así que los propósitos de Año Nuevo van a venir más cargaditos que nunca y, esta vez, con fecha de cumplimiento, porque está visto que si no me pongo plazos, no cumplo nada de nada.

Qué trabajito me va a dar 2019, amiguis. Ya lo estoy viendo.