domingo, 31 de mayo de 2020

Escribir en tiempos de coronavirus XX: La maldición coronavírica

Será un complot internacional, supongo, una oscura conspiración de poderes fácticos o un plan maquiavélico de vaya usted a saber quién pero no hay manera humana de mantenerme en forma, macho. Qué barbaridad, en serio, es que es imposible. Qué aburrimiento.

Después de toda una vida de pereza y procrastinación deportiva, hace no tanto por fin me iluminó la luz de la sensatez saludable y empecé a machacarme a tope en el gimnasio para cuidarme un poco. Cuando comenzaba a obtener los primeros resultados medio decentes, me dio el Jamacuco Supremo, pasé un tiempo en el hospital, luego estuve tocada algunos meses más sin poder hacer ejercicio y perdí toda la forma que había ganado. Oooootra vez a empezar desde cero.

Lo hice, no me quedó otra. Arranqué progresivamente al ritmo que mis músculos daban de sí hasta que llegué a meterme el mismo nivel de caña (o superior) de la era PreJamacuco Supremo. Estaba contenta, mi cuerpo se portaba, empezaba a sentirme fuerte otra vez. ¡Y ZAS! ¡Apocalipsis al canto!Confinamiento. Gimnasios que no reabren hasta la fase 1056. He hecho lo que he podido en casa y por mi cuenta, pero el puto bichillo se ha llevado mi forma física por delante. Oooootra vez.

No ha sido lo único con lo que ha arrasado el coronamierda, claro. Ha volatilizado en el aire planes, viajes, relaciones, vacaciones, curros. CURROS. Lo pondría en mayúsculas más grandes pero, dada mi trayectoria, a lo mejor esto último no es sólo mérito de este cabrito. Quizá es más una versión premium, ampliada y remasterizada de la maldición del primerizo que yo ya me traía puesta de casa desde ni se sabe.

De hecho, no voy a negar que en mis momentos más mierder he llegado a pensar que mi maldición estaba ganando fuerza y que ya tenía suficiente potencia para atraer pandemias globales. Ahí queda eso. Y como este apocalipsis nos ha hecho saltar la vida por los aires a todos, seguro que quien más y quién menos ha lamentado precisamente esto, ¿no? "Tenía que venir el coronamierda a hundir mi negocio, a hacerme perder mi casa, mi salud, mi familia" Es normal, cada uno repara en lo suyo. Cuando nos piden que nos imaginemos como una figura del belén todos respondemos que somos los Reyes Magos o la Virgen o alguno de los principales, pero nadie se ve como un paje o el caganet. Lo que quiero decir es que el origen de la maldición coronavírica está disputado, porque como este tsunami pandémico ha arrasado absolutamente con TODO, con eventos gigantescos que nunca se habían suspendido antes, hay gente que en el fondo de su mente le estará dando vueltas a movidas muy turbias.

-El deportista que lleva toda la vida entrenándose para ir a las Olimpiadas por primera vez y se las cancelan, ¿con qué cara se queda? ¿Seguro que no piensa "para una vez que voy yo se gafa"?

-Los que iban a participar en Eurovisión y pierden la oportunidad de actuar antes más millones de espectadores que en todos sus años de carrera, ¿cómo comen eso? ¿Cómo no pensar que les han echado el mal de ojo más potente de la historia de la música?

-Los que estaban haciendo su mejor temporada y a dos partidos de subir de categoría les han chapado la liga con los resultados anteriores a esos encuentros. Los que hacen cola en castings durante años para entrar en un programa de televisión que les lanzará al estrellato y no les dejan ni empezar una triste gira de conciertos. Los que este 2020 se estrenaban en los carnavales de Venecia, en la fiesta de la Cerveza, en los congresos de tecnología internacionales más punteros...

Todos ellos son firmes candidatos a ser el origen (o la víctima) de la Maldición Coronavírica, la putada sobrevenida más gigantesca de la historia reciente.

Choose your fighter.

sábado, 16 de mayo de 2020

Escribir en tiempos de coronavirus XIX: coronadecisiones de mierda

Supongo que sería hora de iniciar también la desescalada en este blog, ir dejando atrás la serie de entradas de coronavirus  y empezar a hablar de otra cosa. ¿Pero de qué? El puto bichillo sigue colapsándolo todo. Da igual que ahora pueda salir a hacer deporte o ir a un supermercado de otro barrio, cada minuto de mi día se dedica exclusivamente a una tarea: no contagiarme para no contagiar. Es lo único que me importa.Y da lo mismo lo que el gobierno me deje hacer o no. El problema no es si es legal, sino si es peligroso para los más vulnerables. Y desgraciadamente casi todo lo es.

No creo que nunca haya tenido que tomar decisiones de este calado, a vida o muerte. Porque podemos intentar matizarlo, relativizarlo o ignorarlo, pero SON a vida o muerte. En el grupo de WhatsApp familiar donde no están los SpeedyPadres el debate ahora es cuando les llevaremos a los nietos para que puedan verlos. Los dos son personas de alto riesgo, así que la única respuesta completamente segura a eso es NUNCA hasta que estén vacunados. O NUNCA  hasta que un test diga que los pequeños lo han pasado, ya están inmunizados y no contagian. ¿Y cuándo será eso? ¿A mitad de 2021? ¿En 2022? ¿Jamás?

Hay que ir recuperando la normalidad, estoy de acuerdo, pero el riesgo es el mismo. El puto bichillo sigue por ahí, a la caza y sigue siendo una bomba mortal para determinados colectivos. El debate en mi grupo de WhatsApp es el mismo que si estuviéramos decidiendo dejar salir de casa a mis padres habiendo un francotirador en su puerta o mantenerles encerrados indefinidamente. La cosa es que una escopeta recortada es más tangible, se ve mejor que un bicho microscópico y en ese caso no habría discusión.

Pero como el coronamierda este es invisible aquí estamos, discutiéndolo, decidiendo si dejar o no que los SpeedyPadres se enfrenten con la muerte. Hasta lo que yo sé, eso de decidir sobre la vida de alguien les tocaba a los emperadores en el circo romano. O a los presidentes de superpotencias nucleares que tienen acceso al botón rojo. La responsabilidad les va en el sueldo, supongo. No sé por qué cojones me toca hacer los mismo a mi de gratis y por whatsApp...

Putas coronadecisiones de mierda

jueves, 7 de mayo de 2020

Escribir en tiempos de coronavirus XVIII: LA RAMA

En mi casa tengo un microbalconcillo que nunca solía utilizar porque la puerta está rota y me cuesta la vida misma abrirla. Quizás por esta escasa vigilancia, las pocas veces que salía allí me encontraba algún desastre natural. Y es que en mi barrio más que viento hay huracanes y tornados que aprovechan cualquier cosa para liarla parda. Una rama de árbol demasiado larga convenientemente azotada se carga la pantalla protectora de luz. La lluvia firmemente dirigida por el aire llega hasta los cables sueltos y cortocircuito al canto. Veis por donde voy, ¿no? Era el balconcillo maldito, cada día una aventura nueva.

Lo que son las cosas, ahora esa zona cero es un punto de máxima afluencia porque es el único que da a la fachada de mi edificio donde se aplaude. Así que cada tarde a las ocho homenajeo a los sanitarios mientras mentalmente trato de anticipar los nuevos peligros que acechan al balconcillo. Y entre ellos el mayor, sin duda, es LA RAMA.

Aunque por falta de pruebas nunca fue condenada, esa asombrosamente larga prolongación del árbol de enfrente de mi casa es la principal sospechosa de desastres anteriores como el cortocircuito del párrafo de arriba. Como medida preventiva para evitar males mayores, el Ayuntamiento la podó lo que pudo, que no fue mucho porque la cabrona alberga un nido de pájaros y hubo que tomar una vía intermedia entre la seguridad de inmuebles próximos y el respeto al Medio Ambiente y la supervivencia de los nuevos pajarillos.

El apaño sirvió algún tiempo pero con esto de la cuarentena a todos nos está creciendo el flequillo sin control y LA RAMA no iba a ser menos. Cada vez es más larga y cada tarde a las ocho la veo acercarse peligrosamente hacia mí: hace una semana si alargaba el brazo no alcanzaba a tocarla y ahora casi roza la barandilla.

También es cierto que conforme pasan los días la percibo menos intimidante. Al principio del confinamiento aplaudíamos de noche y LA RAMA, pelada y sin hojas por el invierno, tenía una silueta picuda y angulosa que me recordaba a la típica bruja malvada de cuento. Luego el día se alargó y, como suele ocurrir, con la luz se diluyen las sombras y se esfuman muchos monstruos que creíamos percibir. Y donde había una bruja ahora hay una rama triste y calva. ¿Crecida y con la "mano" suficientemente larga como para amenazar a bombillas mal colocadas? Sí, pero una rama al fin y al cabo.

Y me ha dado por pensar que lo mismo pasará con el cabronazo del virus este, ¿no? Que ahora que no le conocemos casi nada, oculto entre las sombras, parece un monstruo gigante. Pero con el tiempo irá llegando la luz y lo veremos como lo que es: un bicho microscópico con la mano muy larga que ha aprovechado el efecto sorpresa para sacar ventaja.

 Bueno, pues se fini, bichillo, ahora ya estamos sobre aviso. Se acabó la fiesta.

viernes, 1 de mayo de 2020

Escribir en tiempos de coronavirus XVIII: pack de acciones superpuestas

Si hubiera un concurso para decidir a quien le ha cundido menos este confinamiento lo ganaría yo, sin ningún género de duda. Estos días se me han escurrido entre los dedos no sólo sin hacer aquello que tenía pendiente, sino sin acometer nada mínimamente útil. Porque podría no haber cumplido algún objetivo al cruzarse en mi camino otro mejor que se mereciera más mi atención y esfuerzo, pero no es el caso.

Lo más gordo es que ni siquiera os sé decir en qué se me ha ido el tiempo. He estado delante del ordenador una media de 14 horas diarias tratando de aprovechar cada minuto y no he conseguido sacar nada en claro. Desde luego he leído tanto sobre el puto bicho que ahora podría hacer una tesis doctoral, lo que pasa es que sería una tesis de mierda porque cada dato del cabronazo que he ido acumulando en la mente era contradicho a los dos días por la ciencia, así que para el caso, patatas.

Mi mosqueo por malgastar el tiempo iba creciendo conforme avanzaba la cuarentena, así que cada vez sopesaba con más cuidado a qué dedicar cada minuto. De hecho, siempre que era posible trataba de simultanear tareas: aguantar las chapas interminables de Sánchez sobre el estado de alarma mientras cumplía con mi tabla de ejercicios-tortura diarios; escuchar una charla de mindfulness a la vez que preparaba la cena. En ese plan.

Y bueno, tengo que deciros que mi pack preferido de acciones superpuestas es leer en la terraza. Y enseguida me vais a entender. El cargo de conciencia por perder el tiempo me amargaba un poco el estar haciendo la fotosíntesis sin más, así que transformé este placer puro en la obligación de fijar en los huesos la vitamina D perdida durante el encerramiento. Era un deber de salud, no había nada que debatir. Cuando quería compaginarlo con algo más dejándome la vista delante del portátil, el Sol, que es muy sabio, se dedicaba a hacer reflejos en toda la pantalla para que fuera imposible distinguir nada y me viera en la obligación, pooooooobre de mi, de coger un libro. ¿Qué libro? Pues ni confirmo ni desmiento que uno sobre bailes, copas y chicas fatales que ya he leído 3000 veces pero que me inyecta en vena felicidad pura. Y cuando asomaba el cargo de conciencia por leer algo repetido con la pila de libros pendientes que me quedan yo recordaba que en realidad estaba fijando vitamina D en los huesos y que la salud es lo primero. Y se acabó la presente historia, que diría SpeedyDad.

Así que allí me tenéis, en mi terraza, con mi taza de café y mis gafas de sol (sin postureos ¿eh? Sólo porque es malo para los ojos que los rayos reflejen en el papel) al más puro estilo Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes sin ese moño tan estiloso y en lugar de mirar escaparates leyendo historias de bailes, copas y chicas fatales. No está nada mal para un simple pack de acciones superpuestas.