En mi casa tengo un microbalconcillo que nunca solía utilizar porque la puerta está rota y me cuesta la vida misma abrirla. Quizás por esta escasa vigilancia, las pocas veces que salía allí me encontraba algún desastre natural. Y es que en mi barrio más que viento hay huracanes y tornados que aprovechan cualquier cosa para liarla parda. Una rama de árbol demasiado larga convenientemente azotada se carga la pantalla protectora de luz. La lluvia firmemente dirigida por el aire llega hasta los cables sueltos y cortocircuito al canto. Veis por donde voy, ¿no? Era el balconcillo maldito, cada día una aventura nueva.
Lo que son las cosas, ahora esa zona cero es un punto de máxima afluencia porque es el único que da a la fachada de mi edificio donde se aplaude. Así que cada tarde a las ocho homenajeo a los sanitarios mientras mentalmente trato de anticipar los nuevos peligros que acechan al balconcillo. Y entre ellos el mayor, sin duda, es LA RAMA.
Aunque por falta de pruebas nunca fue condenada, esa asombrosamente larga prolongación del árbol de enfrente de mi casa es la principal sospechosa de desastres anteriores como el cortocircuito del párrafo de arriba. Como medida preventiva para evitar males mayores, el Ayuntamiento la podó lo que pudo, que no fue mucho porque la cabrona alberga un nido de pájaros y hubo que tomar una vía intermedia entre la seguridad de inmuebles próximos y el respeto al Medio Ambiente y la supervivencia de los nuevos pajarillos.
El apaño sirvió algún tiempo pero con esto de la cuarentena a todos nos está creciendo el flequillo sin control y LA RAMA no iba a ser menos. Cada vez es más larga y cada tarde a las ocho la veo acercarse peligrosamente hacia mí: hace una semana si alargaba el brazo no alcanzaba a tocarla y ahora casi roza la barandilla.
También es cierto que conforme pasan los días la percibo menos intimidante. Al principio del confinamiento aplaudíamos de noche y LA RAMA, pelada y sin hojas por el invierno, tenía una silueta picuda y angulosa que me recordaba a la típica bruja malvada de cuento. Luego el día se alargó y, como suele ocurrir, con la luz se diluyen las sombras y se esfuman muchos monstruos que creíamos percibir. Y donde había una bruja ahora hay una rama triste y calva. ¿Crecida y con la "mano" suficientemente larga como para amenazar a bombillas mal colocadas? Sí, pero una rama al fin y al cabo.
Y me ha dado por pensar que lo mismo pasará con el cabronazo del virus este, ¿no? Que ahora que no le conocemos casi nada, oculto entre las sombras, parece un monstruo gigante. Pero con el tiempo irá llegando la luz y lo veremos como lo que es: un bicho microscópico con la mano muy larga que ha aprovechado el efecto sorpresa para sacar ventaja.
Bueno, pues se fini, bichillo, ahora ya estamos sobre aviso. Se acabó la fiesta.
A ver si es verdad...
ResponderEliminarAl final será una enfermedad más. Pero yo la rama la cortaría cuando llegue al balcón
ResponderEliminarPseudo, pues sí, ojalá
ResponderEliminarPapaCangrejo, ya me gustaría, pero sin herramientas de profesional a esa rama no le hago ni cosquillas, es como si le cortara las puntas para que, como pasa con el pelo, después creciera más fuerte ;P