Si hubiera un concurso para decidir a quien le ha cundido menos este confinamiento lo ganaría yo, sin ningún género de duda. Estos días se me han escurrido entre los dedos no sólo sin hacer aquello que tenía pendiente, sino sin acometer nada mínimamente útil. Porque podría no haber cumplido algún objetivo al cruzarse en mi camino otro mejor que se mereciera más mi atención y esfuerzo, pero no es el caso.
Lo más gordo es que ni siquiera os sé decir en qué se me ha ido el tiempo. He estado delante del ordenador una media de 14 horas diarias tratando de aprovechar cada minuto y no he conseguido sacar nada en claro. Desde luego he leído tanto sobre el puto bicho que ahora podría hacer una tesis doctoral, lo que pasa es que sería una tesis de mierda porque cada dato del cabronazo que he ido acumulando en la mente era contradicho a los dos días por la ciencia, así que para el caso, patatas.
Mi mosqueo por malgastar el tiempo iba creciendo conforme avanzaba la cuarentena, así que cada vez sopesaba con más cuidado a qué dedicar cada minuto. De hecho, siempre que era posible trataba de simultanear tareas: aguantar las chapas interminables de Sánchez sobre el estado de alarma mientras cumplía con mi tabla de ejercicios-tortura diarios; escuchar una charla de mindfulness a la vez que preparaba la cena. En ese plan.
Y bueno, tengo que deciros que mi pack preferido de acciones superpuestas es leer en la terraza. Y enseguida me vais a entender. El cargo de conciencia por perder el tiempo me amargaba un poco el estar haciendo la fotosíntesis sin más, así que transformé este placer puro en la obligación de fijar en los huesos la vitamina D perdida durante el encerramiento. Era un deber de salud, no había nada que debatir. Cuando quería compaginarlo con algo más dejándome la vista delante del portátil, el Sol, que es muy sabio, se dedicaba a hacer reflejos en toda la pantalla para que fuera imposible distinguir nada y me viera en la obligación, pooooooobre de mi, de coger un libro. ¿Qué libro? Pues ni confirmo ni desmiento que uno sobre bailes, copas y chicas fatales que ya he leído 3000 veces pero que me inyecta en vena felicidad pura. Y cuando asomaba el cargo de conciencia por leer algo repetido con la pila de libros pendientes que me quedan yo recordaba que en realidad estaba fijando vitamina D en los huesos y que la salud es lo primero. Y se acabó la presente historia, que diría SpeedyDad.
Así que allí me tenéis, en mi terraza, con mi taza de café y mis gafas de sol (sin postureos ¿eh? Sólo porque es malo para los ojos que los rayos reflejen en el papel) al más puro estilo Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes sin ese moño tan estiloso y en lugar de mirar escaparates leyendo historias de bailes, copas y chicas fatales. No está nada mal para un simple pack de acciones superpuestas.
Pies con tomar vitamina D ya tienes bastante oye, yo también he leido más, bueno un libro jajaja
ResponderEliminar¡Muy bien que haces!
ResponderEliminarY no te preocupes, que no eres a la única que se le pasa este confinamiento sin hacer nada útil 😉
Besos.
PapaCangrejo, bueno, pues si es un libro que te ha gustado, ya está bien, lo que hay que hacer es disfrutar con la lectura y con todo que para sufrimiento ya tenemos el resto de la vida con este panorama jajajaja
ResponderEliminarDevoradora, bueno, pues me alegro de no ser la única, mal de muchos consuelo de tontos pero por lo menos es un consuelo jajaja