Tengo que haceros una confesión fiestera sorprendente: no bebo alcohol. Me sienta fatal. Tengo la teoría de que debo de ser alérgica, pero, la verdad, nunca me he sometido a las pruebas para confirmarlo. Más que nada porque con lo atascado que está ya el sistema sanitario me parece regulín ir a dar la turra sólo para averiguar si puedo o no cogerme una cogorza. Tengo la sensación de que me van a contestar: pues hija mía, no te la cojas y deja de dar la brasa, que vamos liados. Y bueno, razón no les iba a faltar si me decían eso, la verdad.
Sobre todo porque no es una alergia que ponga en riesgo mi salud, a no ser que me hagan beber a la fuerza con un embudo como al pobre Cary Grant en "Con la muerte en los talones". La cosa es que el alcohol en cualquier cantidad, por ínfima que sea, me da muchísimo sueño. Muchísimo. Pero no sueño en plan la leve somnolencia que os entra a todos cuando lleváis cuatro copas de más. No, no, a mi un chupito, aunque sea de un licorcillo fosforito de estos medio de bromi, me seda como cuatro valiums. Increíble. Me tumba. Que os cuenten mis amigos cuando desaparecí en la discoteca y al salir a buscarme me encontraron dormida en la acera. No en coma etílico, DORMIDA. Como cuando caes en los brazos de Morfeo viendo una peli calentita en el sofá, sólo que a cero grados y sobre el asfalto.
Total que, visto el panorama, no bebo, pero por razones que desconozco, el alcohol no para de llegar a mi vida. Aguinaldos de Navidad, regalos de presentaciones, detalles de boda... yo que sé, colegas, pero a cada paso que doy una botella de vino/licor/whatever entra en mi casa. Como no me la voy a beber, no sé qué hacer con ella y me da reparo tirarla, la guardo en algún armario y me olvido de ella para siempre.
¿Problema? Que para siempre es mucho, mucho tiempo, lo que se traduce en muchas, muchas, muchas botellas. El otro día, cuando me encontré un vino de hace una década entre las garrafas de aceite decidí que había que parar aquella locura y me puse a sacar todo el bebercio de sus escondites para deshacerme de él de una vez por todas. Empecé a sacar. a sacar... y el panorama era este.
Esa caja de colores está llena de botellas, sí.
Debido a la dificultad de reciclar todo ese alcohol sin contaminar dos toneladas de agua marina si lo tiro por las cañerías, la operación denominada en clave "Ley Seca" se alargó más de la cuenta y entonces.... llegó el MierderTsunami..Lo que me faltaba para el duro.
Cuando el desatascador vino para ayudarme a desalojar ese mar de aguas fecales, se encontró el caos absoluto de la inundación de mierda y sus destrozos, sumado a una panorama de bragas colgadas por todas partes (había puesto una lavadora, llovía y tuve que tender dentro) y miles de litros de alcohol repartidos por la casa. En cajas en el suelo, encima de la mesa del salón, en el armario de las conservas... Miraras donde miraras veías una botella. Una cosa exagerada, de verdad.
En medio de mi desesperación por la emergencia mierder, yo no me di ni cuenta de la imagen que eso proyectaba de mi, claro. Pero ahora, pensándolo con calma, entiendo lo que me dijo el desatascador al irse.
-Todo tiene remedio menos la muerte, mujer, no te desesperes. Los excesos no llevan a ningún lado.
Creería que me iba a coger una cogorza para sobrellevar el disgusto, supongo, porque, evidentemente, había ido a desatascar el inodoro de la casa de una alcohólica.
En fin....
Post post. Si a alguien se le ocurre alguna forma rápida, ecológica y efectiva de quitarme de encima esta invasión alcohólica, soy toda oídos. Ya les he endosado en plan regalo a familia y amigos todas las que he podido, y aun me quedan dos millones. Qué horror.