sábado, 27 de noviembre de 2021

Quien ríe el último

Al principio de este infierno pandémico que parece que nunca va a tener fin (porque cuando creíamos que ya estábamos saliendo, otra vez al hoyo ¡no me lo puedo creer!) pensaba mucho en que, con este bicho del demonio más que con nada, quien ríe el último, ríe mejor. ¿Os acordáis que el primer mes encerrados? Entonces se leían muchos titulares del tipo "Villabotijo de arriba, ejemplo de control de la pandemia" y quince días después "Situación completamente descontrolada en Villabotijo de arriba." Pasaba una y otra y otra vez que el tema estaba tranquilo donde fuera hasta que el micro cabronazo éste decía"allá voy" y todos cuerpo a tierra. Por eso, en esa época me apetecía más que nunca tener una máquina del tiempo para saber como iba a acabar todo. Asomarme un momento a una década en adelante y  ver quién consiguió hacerlo bien. O menos mal, como mínimo.

Porque Italia y nosotros pagamos el pato de los novatos. Nos llegó el bicho antes que a nadie, no teníamos mascarillas, ni respiradores, ni una mínima información y, claro, murió hasta el apuntador. A los otros les cogió avisados y con un mes de tregua y luego que si menos mortalidad y menos colapso. Sí, claro, así cualquiera. Pero de una forma u otra, todos han terminado cayendo.

Nueva Zelanda fue rápida de reflejos como buena isla, cerró fronteras y apostó por ZeroCovid. Dos años después, tienen que resignarse a convivir con el maldito bichillo. Imposible escapar en un mundo interconectado, a no ser que seas una dictadura como la china en la que encerraban a la gente con muros en los barrios para que no saliera. Y aún así es el ciclo sin fin de controlar brotes y brotes y brotes y brotes. No hay más preguntas, señoría.

Y no me hagáis hablar de Alemania. Los santurrones, los "ay, que bien lo hacemos todo obedeciendo a los científicos". Pues menuda tienen liada allí ahora, los listillos. Y encima disponiendo ya de vacunas, que es el colmo de la absurdez suprema.

Y es que, igual que el primer verano quería que nos invadiera Portugal y acabara con nuestro sufrimiento, ahora le daría a cada español un par de gallifantes. Por molones. Por vacunarnos todos como si no hubiera un mañana. No sé si es por el trauma de la primera ola, porque somos demasiado perezosos para informarnos sobre peligros y efectos secundarios de los fármacos, porque leer más cosas negativas nos da bajona, porque somos solidarios y queremos proteger a nuestros abuelos o porque nos pinchamos lo que sea o vendemos hasta a nuestra madre con tal de que nos dejen salir de cañas. No sé cuál es la razón y me da igual. Lo único que me importa es que somos líderes en vacunación, que ahora mismo es lo más eficaz que se puede hacer para mantener a raya, aunque sea un poco, al maldito bastardo. Y que por eso estoy orgullosa de vosotros. De todos.

Así que, gracias.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Esto TAMBIÉN pasará

El otro día oí por la radio que el número de suicidios en España duplica a la cantidad de fallecidos en accidentes de tráficos. Son cifras que asustan, si te paras a pensarlo.

A raíz de eso eché la vista atrás y me acordé de que una vez, hace muchísimos años, se me pasó por la cabeza la idea. Bueno, no exactamente, no es que quisiera quitarme la vida, nunca me planteé activamente hacer nada. Sin embargo, veía la muerte como un descanso, un alivio. Sufría tanto que cualquier cosa que detuviera aquel sufrimiento me parecía bien. Recuerdo viajar en el metro y pensar que yo no iba a tirarme a las vías, pero que si me caía o alguien me empujaba y un tren se me llevaba por delante, aquella angustia acabaría. Y me parecía bien.

Lo más gordo es que no me había pasado nada del otro mundo, nada que no nos haya ocurrido a todos, nada que no haya sido superado tiempo después por acontecimientos vitales mucho peores. Pero en el fondo eso da igual, porque el grado en que algo te hiere no depende tanto de la magnitud del golpe como de lo preparado para recibirlo que te encuentre. Si estás a la pata coja, cualquier mínimo empujoncito, por pequeño que sea, te tira al suelo. Pues un poco eso, pero con sentimientos.

Hacía muchísimo que no pensaba en aquella época y hoy me he dado cuenta, por primera vez, de que no queda NADA de aquel dolor. NADA. Y me ha sorprendido, la verdad. Me costó sangre, sudor, lágrimas y la tira de tiempo cerrar aquella herida y durante años y años la cicatriz siguió picando. Primero mucho, poco a poco cada vez menos y al final quedó como un ligero eco, muy lejano, lejanísimo. No sé explicar qué era, como una presencia, como una advertencia, pero algo había allí la última vez que miré.

Hoy, después de mucho tiempo sin acordarme, he mirado y no queda NADA. NADA. Jamás habría creído que eso fuera posible y, sin embrago, la sabiduría popular tiene razón. Todo pasa. To-do.

Insistían los psicólogos del reportaje que oí en la radio en que el suicidio es una solución permanente para un problema pasajero. Porque todos lo son.

Así que ya tengo un cartel más para añadir a mis cuadros de las paredes, y este, como viene abalado por la experiencia propia, aún más creíble.

Esto TAMBIÉN pasará

domingo, 21 de noviembre de 2021

Doble de queso

 


Igual hago lo del tuit de arriba y dejo de darle vueltas, ¿no? Total, para las conclusiones a las que estoy llegando...

jueves, 18 de noviembre de 2021

Desastre colectivo

¡Atención todos, primicia-primiciosa! (que dirían los de Gomaespuma).Yo soy bastante desastre. No creo que os sorprenda mucho a los que pasáis por este blog de vez en cuando, pero que no se diga que no pongo todo negro sobre blanco. El caso es que soy muy consciente de esta evidencia, sólo que la he relativizado bastante porque, a medida que pasan los años, cada vez tengo más claro que no soy la única. Vamos, que albergo sospechas fundadas de que la mayoría de la gente somos catástrofes andantes. Hay por ahí alguno más listo, alguno más eficaz, alguno con una potencia física sorprendente, pero, en general, de media, como colectivo, somos desastres totales. Cada uno a su manera, pero todos en el hoyo.

Aún así mi tendencia es a fiarme de cualquiera antes que de mi misma. ¿Por qué? Porque yo estoy en primera fila de todas mis cagadas, del 100%, no me pierdo una. Sieeeempre que la cago estoy allí. Sin embargo, de los demás, con suerte, puedo haber sido testigo de la mitad, o de un cuarto o de ninguna y lo único que tengo es la sospecha (más que fundada) de que la caga. Y entonces, claro, en comparación, salgo perdiendo. Porque, como buena demagoga, comparo mi interior con el exterior de los demás.

Supongo que por eso me mola tanto que la gente desvele la trastienda de cosas que a nosotros se nos presentan como un resultado perfecto. Por ejemplo, un, dos, tres, responda otra vez, las películas. En la gran pantalla todo es idílico: aparcan a la primera, siempre les cogen el teléfono, el primer beso es perfecto, sin vacilaciones ni choques, nunca tartamudean al hablar, ni se les olvida el nombre de las cosas, ni se tropiezan. Luego te dicen que para que esa escena de peli tuvieron que estar seis horas y hacer 500 tomas y ya te explicas muchas cosas.

¿Otra cosa que a nosotros nos llega ya pulida y sin errores? Los vídeos de cualquier youtuber random. Que ves una chavalilla ahí que no levanta dos palmos del suelo con esa soltura para hablar, sin muletillas ni tropiezos y piensas: "Coñe, qué facilidad de palabra". Luego, si es una youtuber pequeñita que está empezando a la que nadie ayuda, se equivoca, sube el vídeo sin editar y ves la cantidad de veces que ha repetido una misma frase para no tartamudear y la de veces que ha parado a consultar el guión. Sólo que todo eso, en la versión editada, ha desaparecido. ¡Magia borras! 

Y si es una youtuber grandota como Ter que hace cosas mucho más profesionales, pues te enteras porque le da un arranque de sinceridad. Y qué queréis que os diga, se agradece, la verdad. Porque si aquí somos todos un desastre, que se sepa, cojones. Que luego parece que soy yo la única peor de la vida y no...


domingo, 14 de noviembre de 2021

Comparar hacia los dos lados

 

Los caminos inescrutables del algoritmo de Youtube me ha traído a sugerencias este vídeo que me ha dejado un poco flipada, la verdad. No tanto por el mensaje (que guay, claro), sino por una cosa que dice en medio. Os cuento.

Primero, no le conocía a él, lo cual. siendo uno de los deportistas españoles con más medallas, tiene delito y da idea de los invisibilizadas que están las personas con discapacidad. 

Y segundo por lo que cuenta del sonido de los semáforos. Que los apagan por las noches, dice. Por supuesto no había reparado en ello, pero es que, además, no se me habría ocurrido en la vida. No sé si es por ahorrar o para contribuir al silencio para facilitar el descanso de los vecinos, pero cualquiera de las dos razones me parece un ñordo en comparación a lo que le quitas a los que necesitan esa señal auditiva para cruzar. Que no es un capricho, que no es algo que les apetezca, que es vital para tener un poco de independencia caminando por la calle con un mínimo de seguridad. ¡Y además los apagan ya a las 10! No a las 12, ni a los dos de la madrugada. ¡A las 10! Venga hombre, ni los Lunnis se han ido a dormir a esa hora...

Cuando entro en bucle con mis dramas mierder cada vez pienso más en que aquí cada uno tiene lo suyo y que hay mogollón de peña con movidas muy pero que muy tochas. Y eso sólo hablando de las movidas emocionales o de relación. Si a eso añadimos enfermedades, discapacidades físicas y marrones gigantescos sobrevenidos la cosa adquiere tintes dramáticos. Pero DRAMÁTICOS de verdad, no mis pseudo dramas mierdosos.

Para mi desgracia, yo soy muy de compararme. No lo puedo evitar. Si comparara hacia los dos lados, se me iba a acabar la tontería.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Un poco de cuartelillo

Estoy atascadísima. Estuve el otro día la tira de rato tratando de escribir algo y sólo conseguí ponerme de los nervios porque tenía un montón de cosas pendientes que iban a seguir idem después de que yo estuviera perdiendo delante de la pantalla el tiempo que necesitaba para hacerlas. Total: atasco, mala leche, impotencia, bloqueo, más atasco. La pescadilla que se muerde la cola.

Que otra cuestión a debatir sería, no sólo por qué me encabezono en empeñarme en darle a la tecla cuando no hay tutía, sino por qué leches sigo empecinada en dedicarle a este blog un tiempo que igual no tengo. O que a lo mejor ahora necesito para otras cosas. No os creáis que esto no me pasa mucho por la cabeza. Otros cerraron el chiringuito sin un cargo de conciencia ni medio y yo no me veo capaz. ¿Por? Yo qué sé, colegas, si no me entiendo ni yo, qué os voy a explicar a vosotros...

El caso es que teniendo un domingo malo de esos de tristeza, ansiedad e insatisfacción generalizada me encontré con esto en Twitter y pensé: "Pues sí, chica, date un poco de cuartelillo, que machacarte a todas horas tampoco te lleva a ninguna parte."

Así que aquí os lo dejo, por si os sirve. A mi me sirvió.


 

domingo, 7 de noviembre de 2021

No tenemos ni idea

Siempre he pensado que no me conocía a mi misma. Ahora además creo que tampoco conocemos a los demás. Ni siquiera a los más cercanos. A la familia, a los mejores amigos. No los conocemos. Yo, al menos, no los conozco. 

No me refiero a como actuarían en situaciones extremas, que desde luego que no. O en conflictos enquistados, eso que suele decirse de que conoces a tu pareja en el proceso de divorcio y a tus hermanos en el reparto de la herencia. Digo en el día a día, sin grandes problemas, sin decisiones a vida o muerte.

Se me ha ocurrido porque hace algún tiempo que estoy investigando sobre el Eneagrama. Si no os suena el concepto tampoco voy a dar la chapa hoy con esto. Resumido a lo cutre, viene a ser que existen nueve tipos de personalidad (eneatipos) en los que más o menos todos encajamos (a grandes rasgos). Y que sabiendo con cuál cuadras tú y con cuál los otros, puedes entender mejor las tendencias naturales y los miedos de cada uno y así empatizar con más facilidad. Obviamente, es mucho más complejo que todo eso, pero para que nos aclaremos si no tenéis ganas ahora de poneros a leer sobre el tema en internet.

Total, que a mi este asunto me parece interesante y en el proceso de informarme y descifrar esta herramienta, inevitablemente, intento identificar qué eneatipo soy yo y cuál las personas de mi entorno. Lo de uno mismo es complicado distinguirlo por EXCESO de información, porque sabemos tanto de nosotros que vemos alguno de nuestros rasgos en cada uno de ellos y cuesta decidir cuál es el predominante. Lo de los otros es difícil por lo contrario, porque nos faltan datos esenciales incluso de las personas más cercanas, con las que hemos convivido e interactuado desde que nacimos.

¿SpeedySisterPeque cuadra con el eneatipo1? Ni idea. Podría ser porque es perfeccionista y considera muy importante la organización y el orden. le cuesta delegar y a veces tiene mala leche. ¿Pero lo hace porque tiene una brutal autoexigencia? ¿Está frustrada porque la vida es, la mayor parte del tiempo, una cagada después de otra? No sé. Igual no lo sabe ni ella, lo voy saber yo, que ahora mismo no pondría la mano en el fuego por cuál es su peli favorita.

¿SpeedyDad? Peor me lo pones. ¿Cómo voy a saber yo si tiene miedo a perder el control, o necesidad de ser aceptado o si duda de sí mismo continuamente? Imposible enterarme de eso cuando (como buen padre) lleva toda la vida compitiendo por el Oscar a la mejor interpretación en "yo lo entiendo todo, puedo arreglarlo todo, soy capaz de protegerte de todo". Igual SpeedyMum sabe algo de eso. Yo, desde luego, ni idea.

Y eso sin contar que dentro de casa somos de una manera y fuera de otra, que con unos sacamos una versión de nosotros que en otros ambientes ni sospecharían, que todos tenemos una mascara-escudo con la que tratamos de proteger nuestro yo más verdadero...

Que no nos coscamos ni de la mitad, vaya. Por lo menos, yo.