Últimamente me han dado un par de patadas emocionales de las buenas, buenas, de las que te dejan lista para papeles. Que parece mentira que no haya hecho callo ya, con la de leches que me estoy comiendo de un tiempo a esta parte, pero aquí estoy, hecha un poco una piltrafilla y pensando exactamente lo que decían en Twitter el otro día:
Y es que eso es justamente lo que me pasa por la cabeza cada vez que me calzan un guantazo anímico de estas dimensiones. Pienso: Pero esto... ¿a cuento de qué? ¿a qué fin? ¿qué necesidad?
Sí que tengo clara una cosa, y es que en el fondo de cada sopapo afectivo hay siempre un elemento común: un ego descomunal. En concreto el de la persona que te suelta la galleta, que se pone a ella misma por delante de cualquier otra y que hace su santa voluntad caiga quien caiga, o peor aún, sin ni siquiera pararse a pensar cómo te afecta a ti lo que hace. Tú ni siquiera eres un elemento de la ecuación, no estás, no cuentas, eres invisible. Como un superhéroe, oye, no te quejarás...
Y cuando es eso... pues vale que vale, eso es lo que hay y no hay más, para qué darle más vueltas. La cosa se hace más difícil de digerir cuando el bofetón te lo atizan sin que haga falta atizártelo para salirse con la suya. Cuando podrían hacer lo que les conviene sin necesidad de repartir cera, cuando conseguirían exactamente lo mismo sin tener que hacerte daño. Pero claro, para qué plantearse si quiera llevar un poquito de cuidado, si meter leches es gratis...
lunes, 27 de febrero de 2017
martes, 21 de febrero de 2017
El Homo Selfie
Según el siempre sapientísimo San Google, fotogénico no tiene antónimo, lo cual me deja sin título para esta entrada y con la obligación de inventarme un palabro para contaros lo que os quería contar. Así que me tengo que sacar uno de la manga. Por ejemplo, un, dos, tres, responda otra vez: -1 en fotogenia.
Y ese, desde luego, es una de mis superpoderes negativos más desarrollados. No es que en 3D sea aspirante a finalista en la próxima edición de Miss Universo, pero bueno, ahí vamos. Con mis puntos fuertes y mis defectos, como todos, pero me defiendo. Ahora, es que me apunten con una cámara y... bueno, no tengo palabras. Me pasa exactamente lo mismo que a Chandler en este episodio de Friends.
E-xac-ta-men-te lo mismo. No lo puedo evitar. Me enfoca un objetivo, de lo que sea (vídeo, fotos...) y me salen unos caretos que dan miedito. Flipante, en serio.
Como yo no soy una loca de la fotografía, el tema no me preocupa demasiado. Es una lata cuando me toca hacer un curriculum actualizado y no tengo una imagen mía en la que no parezca una terrorista, pero como contemplar mi HO-RRO-RO-SO DNI me tiene bien entrenada, tampoco me quita el sueño. Pienso que la empresa que me contrate estará llena de valientes que no le tienen miedo a nada (ni siquiera a mujeres con intención de detonar bombas) y arreglado. Pero, ¡ay, amigos! con internet y las redes sociales hemos topado. Ahí mi pasotismo fotográfico no me sirve para nada.
Porque internet ES IMAGEN y, desgraciadamente para los que ya tenemos cierta edad, convivimos con la generación selfie. Estos chavales que ya jugaban con el móvil de sus padres desde la cuna, que teclean mucho mejor a ordenador de lo que escriben a mano y que no saben lo que es un diccionario porque todas sus dudas las han consultado on line. Esos que hasta ahora eran chavales y que se han convertido en adultos jóvenes que conocen el smartphone como al palma de su mano y dominan completamente el (no tan sencillo) arte de sacarse fotos con ese aparatito: la luz, el encuadre, el gesto... no hay error en sus disparos. Es la perfección hecha selfie, esa foto de perfil en la que parecen top models vengan con la cara que vengan de fábrica.
Esos son ellos, el Homo Selfie, la siguiente generación, unos especímenes que han mutado para adaptarse a la siempre temible y llena de competencia selva digital. Quien se adapta sobrevive, ya lo decía Darwin. Y frente a ellos quedamos sus antepasados, nada preparados para los nuevos peligros y amenazas interneteros. Nos reconoceréis porque nuestra imagen de perfil está tomada por otro, con cierta distancia, seguramente en la playa o durante el transcurso de alguna excursión y si me apuras la hemos escaneado de una foto previamente revelada en papel.
Sí, esos somos nosotros. Y la verdad, no sé si seremos capaces de sobrevivir. Tengo miedo. ;P
Y ese, desde luego, es una de mis superpoderes negativos más desarrollados. No es que en 3D sea aspirante a finalista en la próxima edición de Miss Universo, pero bueno, ahí vamos. Con mis puntos fuertes y mis defectos, como todos, pero me defiendo. Ahora, es que me apunten con una cámara y... bueno, no tengo palabras. Me pasa exactamente lo mismo que a Chandler en este episodio de Friends.
E-xac-ta-men-te lo mismo. No lo puedo evitar. Me enfoca un objetivo, de lo que sea (vídeo, fotos...) y me salen unos caretos que dan miedito. Flipante, en serio.
Como yo no soy una loca de la fotografía, el tema no me preocupa demasiado. Es una lata cuando me toca hacer un curriculum actualizado y no tengo una imagen mía en la que no parezca una terrorista, pero como contemplar mi HO-RRO-RO-SO DNI me tiene bien entrenada, tampoco me quita el sueño. Pienso que la empresa que me contrate estará llena de valientes que no le tienen miedo a nada (ni siquiera a mujeres con intención de detonar bombas) y arreglado. Pero, ¡ay, amigos! con internet y las redes sociales hemos topado. Ahí mi pasotismo fotográfico no me sirve para nada.
Porque internet ES IMAGEN y, desgraciadamente para los que ya tenemos cierta edad, convivimos con la generación selfie. Estos chavales que ya jugaban con el móvil de sus padres desde la cuna, que teclean mucho mejor a ordenador de lo que escriben a mano y que no saben lo que es un diccionario porque todas sus dudas las han consultado on line. Esos que hasta ahora eran chavales y que se han convertido en adultos jóvenes que conocen el smartphone como al palma de su mano y dominan completamente el (no tan sencillo) arte de sacarse fotos con ese aparatito: la luz, el encuadre, el gesto... no hay error en sus disparos. Es la perfección hecha selfie, esa foto de perfil en la que parecen top models vengan con la cara que vengan de fábrica.
Esos son ellos, el Homo Selfie, la siguiente generación, unos especímenes que han mutado para adaptarse a la siempre temible y llena de competencia selva digital. Quien se adapta sobrevive, ya lo decía Darwin. Y frente a ellos quedamos sus antepasados, nada preparados para los nuevos peligros y amenazas interneteros. Nos reconoceréis porque nuestra imagen de perfil está tomada por otro, con cierta distancia, seguramente en la playa o durante el transcurso de alguna excursión y si me apuras la hemos escaneado de una foto previamente revelada en papel.
Sí, esos somos nosotros. Y la verdad, no sé si seremos capaces de sobrevivir. Tengo miedo. ;P
viernes, 17 de febrero de 2017
Que me parta un rayo
Aunque estoy poniéndole todo el empeño del mundo, esto del ligoteo digital se me está dando regulero. No sólo por todo lo que ya os he contado, sino porque en esta práctica, como en los bienintencionados (Y HORRIBLES) intentos de emparejamientos externos, se empieza por el final. Y claro, así no hay manera.
Y es que en asuntos cardíacos, por lo menos para mí, las cosas van al revés. Vas por la vida, te cruzas con gente, de repente alguien te llama la atención (por su ingenio, por su amabilidad, por su físico...) y empiezas a poner los medios para conocerle y así saber si puede salir alguna historia romanticona de ahí. Sin embargo cuando te intentan emparejar con ese chico que seguro que te va a encantaaaaaarrrr o cuando te dedicas a recoger setas on line no hay nada previo, esa chispa, ese "no sé qué que qué sé yo" que te llama la atención y pone en marcha tu radar amoroso. En ambos casos te sueltan en el ruedo ligoteril a las bravas, a lo loco, a probar si el que han metido contigo en el ring te sirve como contrincante. Y claro, es una lotería. Hay las mismas posibilidades de que eso funcione como de que te toque el Gordo de Navidad o te caiga un rayo, es decir, más bien pocas.
Y no es una cuestión de exigencia ni muchísimo menos porque a aquí la que escribe le ha gustado cada peor de la vida de agárrate y no te menees. Por si alguno de mis exs llegáis a leer esto alguna vez por casualidad (¡¡HOLA AMORES!! ¿Qué taaaaalll?) aclaro que os quise un montón y que siempre os tendré cariño, pero reconocédmelo, eráis unos peores de la vida. No en plan mal, claro, más bien en plan desastre simpatiquete como lo soy yo, pero unos peores de la vida, hijos míos, ya os lo digo.
Ni qué decir tiene que todos teníais "un algo", por supuesto. Por lo menos para mi. A, eras el más buenín del mundo. L, conseguías convertirlo todo en un juego, aún no sé cómo. D, tenías (y tienes) las habilidades sociales más desarrolladas que he visto jamás, les caías (y les caes) bien a todos. J, no sabría decirte, Creo que era tu forma de mirarme, pero en realidad nunca supe a ciencia cierta qué hacía que me encantaras como me encantabas. J (2), tu sensibilidad (para lo bueno y para lo malo) y tu intensidad al vivir el arte. No voy a seguir porque ni vosotros ni los que me quedan por nombrar vais a leer esto nunca y si llegáis a hacerlo y os queda alguna duda dadme un toque y lo hablamos, que no he cambiado de número de móvil.
A lo que iba es que para que a mi me guste alguien tiene que tener "un algo", que a veces surge de repente y otras tardo siglos en descubrir. En los intentos externos de emparejamiento y en la caza on line de setas lo de esperar está fuera de la ecuación, porque nadie va a darte un margen. O funciona desde el minuto uno o pista. Pero como he dicho en el párrafo de arriba que funcione desde el principio, que el que tienes enfrente tenga "un algo", es una lotería tan poco probable como que te caiga un rayo.
Así que sólo me queda decir lo que diría el pobre Pierre Nodoyuna de los Autos Locos...
Maldición, maldición y tres veces maldición.
Y es que en asuntos cardíacos, por lo menos para mí, las cosas van al revés. Vas por la vida, te cruzas con gente, de repente alguien te llama la atención (por su ingenio, por su amabilidad, por su físico...) y empiezas a poner los medios para conocerle y así saber si puede salir alguna historia romanticona de ahí. Sin embargo cuando te intentan emparejar con ese chico que seguro que te va a encantaaaaaarrrr o cuando te dedicas a recoger setas on line no hay nada previo, esa chispa, ese "no sé qué que qué sé yo" que te llama la atención y pone en marcha tu radar amoroso. En ambos casos te sueltan en el ruedo ligoteril a las bravas, a lo loco, a probar si el que han metido contigo en el ring te sirve como contrincante. Y claro, es una lotería. Hay las mismas posibilidades de que eso funcione como de que te toque el Gordo de Navidad o te caiga un rayo, es decir, más bien pocas.
Y no es una cuestión de exigencia ni muchísimo menos porque a aquí la que escribe le ha gustado cada peor de la vida de agárrate y no te menees. Por si alguno de mis exs llegáis a leer esto alguna vez por casualidad (¡¡HOLA AMORES!! ¿Qué taaaaalll?) aclaro que os quise un montón y que siempre os tendré cariño, pero reconocédmelo, eráis unos peores de la vida. No en plan mal, claro, más bien en plan desastre simpatiquete como lo soy yo, pero unos peores de la vida, hijos míos, ya os lo digo.
Ni qué decir tiene que todos teníais "un algo", por supuesto. Por lo menos para mi. A, eras el más buenín del mundo. L, conseguías convertirlo todo en un juego, aún no sé cómo. D, tenías (y tienes) las habilidades sociales más desarrolladas que he visto jamás, les caías (y les caes) bien a todos. J, no sabría decirte, Creo que era tu forma de mirarme, pero en realidad nunca supe a ciencia cierta qué hacía que me encantaras como me encantabas. J (2), tu sensibilidad (para lo bueno y para lo malo) y tu intensidad al vivir el arte. No voy a seguir porque ni vosotros ni los que me quedan por nombrar vais a leer esto nunca y si llegáis a hacerlo y os queda alguna duda dadme un toque y lo hablamos, que no he cambiado de número de móvil.
A lo que iba es que para que a mi me guste alguien tiene que tener "un algo", que a veces surge de repente y otras tardo siglos en descubrir. En los intentos externos de emparejamiento y en la caza on line de setas lo de esperar está fuera de la ecuación, porque nadie va a darte un margen. O funciona desde el minuto uno o pista. Pero como he dicho en el párrafo de arriba que funcione desde el principio, que el que tienes enfrente tenga "un algo", es una lotería tan poco probable como que te caiga un rayo.
Así que sólo me queda decir lo que diría el pobre Pierre Nodoyuna de los Autos Locos...
Maldición, maldición y tres veces maldición.
martes, 14 de febrero de 2017
5 minutos bien empleados
Madre mía, qué preciosidad. Buscando no sé qué me he encontrado esto. Dicen un montón de verdades, muy bien explicadas y mejor interpretadas. Invertid 5 minutos de vuestros tiempo en ver este vídeo. Me lo vais a agradecer
Y ya es casualidad haberlo encontrado ahora porque a pesar del despiadado bombardeo publicitario casi me había olvidado de que hoy es San Solterín.
Y ya es casualidad haberlo encontrado ahora porque a pesar del despiadado bombardeo publicitario casi me había olvidado de que hoy es San Solterín.
jueves, 9 de febrero de 2017
Tú te lo pierdes
Lo voy a aclarar desde el principio, porque igual en los siguientes párrafos parece lo contrario, pero yo tengo una autoestima bastante enclenque. Soy muy muy consciente de mis defectos y limitaciones porque siempre estoy en primera fila de mis enormes cagadas y soy un público difícil, de los que no perdonan fácilmente un resbalón. Hay muchas cualidades (muchísimas) que no tengo y me encantaría tener y un millón de cosas que cambiaría de mi. Pero también sé que hay unos cuantos rasgos importantes, básicos, que yo tengo y que no son tan corrientes. Y puedo decirlo con total tranquilidad porque no es mérito mío, sino de los Speedypadres que me han sabido educar concentrándose en lo (a mi juicio) esencial de verdad. Esencial y poco habitual, dicho sea de paso.
Y yo lo sé bien: estoy en esa época de la vida en la que no paras de pegarte leches porque cosas que dabas por sentadas resulta que no están tan garantizadas como siempre habías creído. Crecer, lo llaman algunos. Yo lo llamo darte cuenta de que la gente va a su bola y no puedes fiarte de (casi) nadie. Y es curioso que esta revelación no sea algo que se tiene de una vez por todas y ya está, sino que sea como una serie de explosiones sucesivas en tu corazón. Cada vez que te pasa con alguien es un latigazo. Siempre piensas que a la siguiente ya te lo vas a esperar y que no te va a doler, pero resulta que sí, que duele cada vez. Un chollo total, vamos.
De la suma del dolor de esta cadena de explosiones sólo sacas la enseñanza general de que el ser humano es colosalmente egoísta, que (casi) todo el mundo se pone a sí mismo en primer lugar y que sólo hará algo por ti a quien le intereses por algo o le encajes en sus planes de vida de alguna manera. Salvo honrosas y escasísimas excepciones, por aquello de que quien tiene un amigo tiene un tesoro,(casi) nadie va a estar a la altura de las circunstancias.
Bien, pues yo soy una de esas excepciones. De mi te puedes fiar. Yo soy leal, sincera, honrada. Yo siempre estoy ahí. Yo me preocupo por ti, te escucho, te cuido. Yo pienso en lo que te viene bien a ti, igual que en lo que a mi me conviene. Yo estoy atenta a los detalles. Yo guardo tus secretos. Yo mantengo mis promesas. Puede que no sepa cantar, ni dibujar, ni cocinar. Puede que sea la peor fotógrafa de la historia de la humanidad, que mi habitación sea un vórtice de entropía y que no entienda ni jota de deportes y vídeojuegos. Pero a mi ME IMPORTAS y siempre podrás contar conmigo para lo que necesites.
¿Y tú tiras todo eso a la basura por... ni siquiera sé si es a cambio de algo? Bueno, pues tú te lo pierdes. No se hizo la miel para la boca del asno.
Y yo lo sé bien: estoy en esa época de la vida en la que no paras de pegarte leches porque cosas que dabas por sentadas resulta que no están tan garantizadas como siempre habías creído. Crecer, lo llaman algunos. Yo lo llamo darte cuenta de que la gente va a su bola y no puedes fiarte de (casi) nadie. Y es curioso que esta revelación no sea algo que se tiene de una vez por todas y ya está, sino que sea como una serie de explosiones sucesivas en tu corazón. Cada vez que te pasa con alguien es un latigazo. Siempre piensas que a la siguiente ya te lo vas a esperar y que no te va a doler, pero resulta que sí, que duele cada vez. Un chollo total, vamos.
De la suma del dolor de esta cadena de explosiones sólo sacas la enseñanza general de que el ser humano es colosalmente egoísta, que (casi) todo el mundo se pone a sí mismo en primer lugar y que sólo hará algo por ti a quien le intereses por algo o le encajes en sus planes de vida de alguna manera. Salvo honrosas y escasísimas excepciones, por aquello de que quien tiene un amigo tiene un tesoro,(casi) nadie va a estar a la altura de las circunstancias.
Bien, pues yo soy una de esas excepciones. De mi te puedes fiar. Yo soy leal, sincera, honrada. Yo siempre estoy ahí. Yo me preocupo por ti, te escucho, te cuido. Yo pienso en lo que te viene bien a ti, igual que en lo que a mi me conviene. Yo estoy atenta a los detalles. Yo guardo tus secretos. Yo mantengo mis promesas. Puede que no sepa cantar, ni dibujar, ni cocinar. Puede que sea la peor fotógrafa de la historia de la humanidad, que mi habitación sea un vórtice de entropía y que no entienda ni jota de deportes y vídeojuegos. Pero a mi ME IMPORTAS y siempre podrás contar conmigo para lo que necesites.
¿Y tú tiras todo eso a la basura por... ni siquiera sé si es a cambio de algo? Bueno, pues tú te lo pierdes. No se hizo la miel para la boca del asno.
martes, 7 de febrero de 2017
Imposibles conversacionales
Aunque en mi vida en 3D hablo como si o fueran a prohibir (en cuanto a cantidad y ritmo) la verdad es que charlar en otro tipo de soportes se me da bastante peor. Las conversaciones telefónicas, por ejemplo, no me molan. No ves la expresión facial del otro, ni te queda claro si ha terminado ya su intervención y te toca contestar, ni sabes si está centrado en lo que le dices o haciendo siete cosas a la vez y por tanto a por uvas de todo. Tampoco soy precisamente la reina de los grupos de whatsapp, dada mi infinita capacidad de cambiar unas letras por otras en un intento involuntario de inventar un idioma nuevo. Pero si hay algo que se me da mal es charlar por internet. De verdad, en eso soy una negada absoluta.
Lo sé y lo asumo. Soy consciente de que por ese medio se me ocurren mucho menos temas de conversación, que escribo tan lento que al otro le crecen las uñas de los pies esperando mi respuesta y que el nuevo idioma que intento involuntariamente crear en whapsapp también lo aplico aquí. Pero aún reconociendo mi inutilidad extrema en este campo concreto tengo que deciros que no soy la peor que me he encontrado por estos lares. Ni de coña.
Porque a ver, no creo que sea mucho pedir un signo de puntuación de vez en cuando. No voy a exigir que distingas entre punto y punto y coma (que no lo tengo claro ni yo) pero saber si has acabado de hablar o si vas a seguir escribiendo no me vendría mal. Como también sería positivo que me dieras una pista en forma de interrogante sobre si tu última frase es una pregunta o una afirmación o que usaras alguna mayúscula en el caso de que exista un punto invisible que marca sólo en tu mente el final de tus palabras.
Otra tema que ayudaría un montón sería concretar un poquito. No mucho, ¿eh? Lo justo y necesario. Preguntas como "¿Tienes algún interés?" dejan, sin duda, un gran espacio a la creatividad del que tiene que contestar, que no sabe si contarte el tipo TAE que le aplican en su entidad bancaria o explicarte sus aficiones o defender a capa y espada su personalidad y valía que POR SUPUESTO interesan a más de uno y más de dos.
Y bueno, lo que sería ya la repanocha montada en bicicleta es que el del otro lado de la pantalla pusiera algo de su parte para que la pelota conversacional pasara al otro campo. Porque a ver, vamos a hacer un repaso rápido, por si el tema no está claro. Primero pregunto yo. Después te toca a ti responder. Y después es mi turno de nuevo. Y vale, que sí, que me toca a mi otra vez, pero que algo de material has tenido que poner tú para que yo pueda devolverte la bola. Si contestas sin más, el tiro pierde fuerza y no pasa la red para llegar hasta mi cancha. Cuenta algo interesante, o hazme una pregunta o relacionalo con otro tema. Dinamiza el juego con un raquetazo contundente o el partido se va a acabar en un plis, ya te lo digo...
No sé, igual es que pido imposibles. Va a ser eso...
Lo sé y lo asumo. Soy consciente de que por ese medio se me ocurren mucho menos temas de conversación, que escribo tan lento que al otro le crecen las uñas de los pies esperando mi respuesta y que el nuevo idioma que intento involuntariamente crear en whapsapp también lo aplico aquí. Pero aún reconociendo mi inutilidad extrema en este campo concreto tengo que deciros que no soy la peor que me he encontrado por estos lares. Ni de coña.
Porque a ver, no creo que sea mucho pedir un signo de puntuación de vez en cuando. No voy a exigir que distingas entre punto y punto y coma (que no lo tengo claro ni yo) pero saber si has acabado de hablar o si vas a seguir escribiendo no me vendría mal. Como también sería positivo que me dieras una pista en forma de interrogante sobre si tu última frase es una pregunta o una afirmación o que usaras alguna mayúscula en el caso de que exista un punto invisible que marca sólo en tu mente el final de tus palabras.
Otra tema que ayudaría un montón sería concretar un poquito. No mucho, ¿eh? Lo justo y necesario. Preguntas como "¿Tienes algún interés?" dejan, sin duda, un gran espacio a la creatividad del que tiene que contestar, que no sabe si contarte el tipo TAE que le aplican en su entidad bancaria o explicarte sus aficiones o defender a capa y espada su personalidad y valía que POR SUPUESTO interesan a más de uno y más de dos.
Y bueno, lo que sería ya la repanocha montada en bicicleta es que el del otro lado de la pantalla pusiera algo de su parte para que la pelota conversacional pasara al otro campo. Porque a ver, vamos a hacer un repaso rápido, por si el tema no está claro. Primero pregunto yo. Después te toca a ti responder. Y después es mi turno de nuevo. Y vale, que sí, que me toca a mi otra vez, pero que algo de material has tenido que poner tú para que yo pueda devolverte la bola. Si contestas sin más, el tiro pierde fuerza y no pasa la red para llegar hasta mi cancha. Cuenta algo interesante, o hazme una pregunta o relacionalo con otro tema. Dinamiza el juego con un raquetazo contundente o el partido se va a acabar en un plis, ya te lo digo...
No sé, igual es que pido imposibles. Va a ser eso...
viernes, 3 de febrero de 2017
Grados de optimismo
Ser optimista es apuntarte al gimnasio y creer que vas a ir tan frecuentemente como te propusiste al rellenar la hoja de inscripción.
Ser MUY optimista es pensar que gracias al ejercicio vas a perder todos los kilos que habías planeado
Y ser el COLMO del optimismo total es creer que por una cuota razonable vas a tener acceso a unas instalaciones con máquinas de calidad, buenos horarios de clases y que además de todo eso los vestuarios van a ser... MIXTOS. Es decir, UNISEX, chicos y chicas mezclados, ahí, a lo loco. Claro que sí, guapi.
Bueno, pues así de optimistas eran los dos señores que me crucé el otro día en mi gimnasio, que entraron tan campantes al vestuario de chicas creyendo que iban a cambiarse allí. Cierto es que traían cara de despiste, asomaron la cabeza, vieron dos féminas y su reacción automática fue salir de la habitación pensando que se habían equivocado. Pero en los dos segundos siguientes la información captada por sus retinas llegó hasta su cerebro y la cosa cambió.
Porque junto a la imagen de una Speedy ya lista para irse con bufanda puesta y todo vieron a la MACIZORRA que ocupaba la taquilla de al lado y que estaba en plena operación secado post-ducha. Una de estas chicas adictas al gimnasio que en realidad no necesitarían ir porque ya tienen un vientre plano, unas piernas firmes y torneadas y un culo duro como una piedra. Vamos, el sueño de todo hombre hecho realidad. Así que ante semejante imagen los dos despistadillos volvieron a entrar y me preguntaron, con la cara de quien pregunta si le ha tocado la lotería de Navidad.
-¿Para cambiarse es aquí?
Y yo, con máxima delicadeza y cuidado, con la sutileza de quien no quiere romperle el corazón a nadie ni hacer añicos sus ilusiones les contesté:
-Ya os gustaría ;P
Madre mía. Aún quedan optimistas totales. Quien iba a decirlo.
Ser MUY optimista es pensar que gracias al ejercicio vas a perder todos los kilos que habías planeado
Y ser el COLMO del optimismo total es creer que por una cuota razonable vas a tener acceso a unas instalaciones con máquinas de calidad, buenos horarios de clases y que además de todo eso los vestuarios van a ser... MIXTOS. Es decir, UNISEX, chicos y chicas mezclados, ahí, a lo loco. Claro que sí, guapi.
Bueno, pues así de optimistas eran los dos señores que me crucé el otro día en mi gimnasio, que entraron tan campantes al vestuario de chicas creyendo que iban a cambiarse allí. Cierto es que traían cara de despiste, asomaron la cabeza, vieron dos féminas y su reacción automática fue salir de la habitación pensando que se habían equivocado. Pero en los dos segundos siguientes la información captada por sus retinas llegó hasta su cerebro y la cosa cambió.
Porque junto a la imagen de una Speedy ya lista para irse con bufanda puesta y todo vieron a la MACIZORRA que ocupaba la taquilla de al lado y que estaba en plena operación secado post-ducha. Una de estas chicas adictas al gimnasio que en realidad no necesitarían ir porque ya tienen un vientre plano, unas piernas firmes y torneadas y un culo duro como una piedra. Vamos, el sueño de todo hombre hecho realidad. Así que ante semejante imagen los dos despistadillos volvieron a entrar y me preguntaron, con la cara de quien pregunta si le ha tocado la lotería de Navidad.
-¿Para cambiarse es aquí?
Y yo, con máxima delicadeza y cuidado, con la sutileza de quien no quiere romperle el corazón a nadie ni hacer añicos sus ilusiones les contesté:
-Ya os gustaría ;P
Madre mía. Aún quedan optimistas totales. Quien iba a decirlo.
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