sábado, 28 de noviembre de 2020

Acéptalo

Si me quieres tendrás que aceptar que:

No soy desordenada, soy el caos absoluto. La entropía pura. Acéptalo, no se puede luchar. Otros lo intentaron sin éxito.

A veces tengo la risa de Patan, el perro de Pierre Nodoyuna, de los Autos Locos, el villano de dibujos animados con el mejor nombre de la historia.

Puedo encontrar, perfectamente y sin un estrés ni medio, migas de galleta por dentro de mi top deportivo. Porque hacer ejercicio y comer (mas o menos) sano no está reñido con automedicarse diariamente con algún dulce quitapenas Se siente.

Me paso la vida apuntando nombres propios poco habituales y molones que escucho por ahí. Me parecería el colmo de la tristeza escribir alguno bueno y que mis personajes se llamen Juan o María porque no se me ha ocurrido nada mejor. 

Cada vez que cambian la hora me cuesta un siglo ajustar todos los relojes de la casa y del coche. Siempre pospongo esta tarea porque, total, ya sé que hora es, una más o una menos de la que marca el dispositivo. A veces tardo taaaanto que llega el siguiente cambio de hora, aún los pilla con la anterior y ya no hay que modificar nada. Y en el fondo siento hasta un poco de orgullo de haberme ahorrado un esfuerzo innecesario.

Me gustan las camisetas con mensaje tipo "keep kalm y come chocolate" o chorradas parecidas. No lo puedo evitar. Me gustan.

Para quitarme de la mente un pensamiento negativo o inoportuno tengo que sacudir la cabeza o pasarme la mano por la frente. FÍSICAMENTE. Como si eso tuviera algún efecto real sobre lo que hay dentro de mi cerebro. 

El 90% de las veces que voy a una habitación a coger algo cuando llego allí no me acuerdo lo que buscaba y en nueve de cada 10 ocasiones en las que estoy en la cocina se oye un ruido de algún utensilio cayéndose al suelo. Diría que es casualidad pero las estadísticas demuestran lo contrario.

Me encantan las acotaciones (sí, ACOTACIONES) de algunas de mis obras de teatro favoritas. Las hay que son arte puro. Me flipan las descripciones previas de los personajes en los guiones de algunas de mis series preferidas. Es como conocerles un poco antes de verles reaccionar... Ojalá se pudiera hacer en la vida real.

Mi emoticono de whatsApp favorito es el de la muñequita encogiéndose de hombros en señal de no saber, o no entender nada. Lo uso cada tres frases, tirando por lo bajo. 

Acéptalo. 

Es lo que hay.

domingo, 22 de noviembre de 2020

SpeedyCabreo futuro

Uno de los rasgos que me gustan poco de mí es que en algunos tema huyo hacia adelante. Son asuntos complicados que me da pereza afrontar y en cuanto puedo los dejo para mejor ocasión, pasándole el marrón a la Speedy del futuro. Como os podéis imaginar cuando le llegan a mi yo futura se caga 100 veces en la pasada porque las dimensiones del marrón lejos de reducirse se han multiplicado y ahora es más difícil de solucionar. Claaaro que sí. 

El ejemplo perfecto de esta horrorosa costumbre mía es el calzado de verano. Me cuesta un mundo encontrar unas sandalias que no me hagan daño, así que cuando al fin encuentro unas las uso hasta que las destrozo. Si hay suerte sobreviven hasta el final de los meses estivales, en cuanto llega el fresquito me pongo otros zapatos y meto esos restos inservibles en el zapatero esperando que sanen mágicamente para la próxima campaña veraniega. Eso no ocurre, claro, y cuando una acaloradísima Speedy futura busca desesperada unas zapas abiertas para aguantar los 40 grados a la sombra que ya empiezan a caer en mayo se tiene que seguir poniendo botas altas porque los despojos esos del zapatero no sirven para nada y menos para andar sobre asfalto incandescente.

Bien, pues esta inteligentísima jugada la hago aaaño, tras aaaaño, tras aaaaño y ahora ha llegado 2020 y su apocalipsis pandémico y ya os podéis imaginar. Como el maldito bicho no nos ha dejado hacer NADA, ni siquiera he necesitado calzado nuevo. Para andar los escasos metros que separan mi casa del coche, el coche de mi curro y vuelta podría haber ido incluso descalza. Además comprar con aforos limitados y sin poder probarse las cosas era una experiencia ma-ra-vi-llo-sa que evitaba todo lo que podía así que en mi zapatero ahora hay unos zarrios que ya ni se intuye que en su día fueron sandalias y que sólo van a servirle a la Speedy del futuro para cagarse en la del pasado, porque desde luego para andar no.

Aunque, bueno, quién sabe. Como este CoronaSuplicio lo ha vuelto todo del revés, no se puede organizar la vida y pensar en pasado mañana ya es planificar a largo plazo, el verano que viene todos calvos. Igual estamos todavía confinados. O me he ha podido la presión y me he ido a la montaña a asar castañas y hablar con Dios, en albornoz y descalza. O llega el asteroide ese del que tanto avisan que roza la tierra, impacta por fin (que estamos en 2020 y este añito se las trae) y morimos todos de una vez por todas, en cuyo caso tampoco me hacen falta sandalias. A saber.

La tristeza de esta nueva Anormalidad se ve en que me regalaron ropa por mi cumple que no he llegado a estrenar porque no ha habido ocasión de ir a ningún lado, en que lo poco que he usado está lleno de manchas de lejía, hidrogel y desinfectante y que mi zapatero está en horas más bajas que nunca. Así que ahora mismo tengo una única certeza: si llegamos al verano que viene la Speedy del Futuro va a tener un cabreo soberano con la Speedy pasada. SO-BE-RA-NO..

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Elegir entre lo malo y lo peor

Que levante la mano quien necesite gafas de ver de lejos, se las haya olvidado algún día al salir de casa y no se haya sentido como si caminara en bolas por la acera. Desprotegido, inseguro. Pocos cegatos se libran de esto, yo creo. Sin ver bien te parece que te acechan todo tipo de peligros, que no puedes protegerte de nada con suficiente antelación. Pero si incluso se oye peor sin gafas. Sí, sí, se OYE peor, porque cuando te hablan de lejos, o con ruido y el sonido no llega perfectamente a tus oídos, los gestos, la cara, los movimientos, te ayudan (y mucho) a decodificar el mensaje. Anda que no habré dicho yo veces "Espera que me pongo las gafas, que no te entiendo bien". Y quien no tenga la vista perfecta fijo que me comprende total.

Bueno, pues este maldito CoronaSuplicio y sus mascarillas incorporadas han traído nuevas y emocionantes aventuras para los cegatos. ¿Por qué? Porque ha llegado el frío, amiguis y con él uno de los peores enemigos de las lentes: el vaho. Ya era duro parecer Bartolo cuando en la antigua normalidad entrabas en un bus atestado o un sitio con calefacción y se venía la niebla absoluta por el cambio brusco de temperatura entre el interior y el exterior. Era incómodo y vergonzante pero pasaba en escasas ocasiones y duraba poco. Ahora las máscaras hacen que las gafas se te empañen INCLUSO andando por la calle. Y no se empañan un poco, no. Ponen tal velo blanco delante tus ojos que no te queda otra que quitarte las gafas y jugártelo todo a lo poco que distingues con tu vista defectuosa sin correcciones. Es eso o no poder ni cruzar la calle al no diferenciar el color de los semáforos ni los pasos de cebra. Incluso los coches los intuyes por el ruido del motor, porque desde luego verlos, de cerca o de lejos, no entra en la ecuación.




Y así, una vez más, te enfrentas al perpetuo dilema de esta maldita pandemia: escoger entre lo malo y lo peor. Dejarte las gafas, que te rodee la niebla y te atropellen en el primer cruce o quitártelas, ir medio cegata, tirar de intuición y esquivar bultos para conservar la integridad física el máximo posible. Seguir como si nada, que se colapsen los hospitales y que muera hasta el apuntador o cerrar parte de la actividad económica y que se arruine todo perro pichichi. Pasar las navidades sola en la triste línea de este maldito año del demonio o juntarte con tu familia y a afrontar las consecuencias de las desgracias que, con mucha probabilidad, vengan después.

Ninguna opción es buena. Es lo que tiene este puto 2020, que sólo trae coronadecisiones de mierda.

domingo, 15 de noviembre de 2020

¿Os lo creéis? I

(Aquí va el primer intento de experimento que os conté en esta entrada. En resumen, para los que no les suene el tema: Estoy probando diálogos de FICCIÓN. Quiero saber si os suenan falsos, poco naturales o si no os chirriarían si los leyerais en un libro o lo vierais en una peli. Leo vuestras impresiones en los comentarios.)

(Chocando las manos al final del entrenamiento.)

-Pero tío, ¿tú qué crema hidratante usas?

-(...)

-Es que estás supersuave y no entiendo como, si con todo el ejercicio que haces te ducharás un montón, ¿no?

-(Mirándola extrañadísimo) Suave...

-Bueno, a ver, yo que sé, tienes suaves la partes del cuerpo que te he tocado, del resto ni idea... Ay, por favor, qué mal ha sonado eso, como si te hubiera tocado muchas partes... Las palmas de las manos, sí, sí, eso, me refería a las palmas de las manos, que son tus únicas partes que he tocado.. Ay por favor, pero qué estoy diciendo, por qué no paro de decir tus partes, me refiero al chocar esos cinco y eso, que se rozan las palmas. Sí, eso quería decir. (Intentado desesperadamente cambiar de tema) Ay, mira, han colgado fotos nuevas del equipo...Menos mal, en estas estáis mejor... en las anteriores tú me recordabas a Fetido, de la familia Adams. (Dándose cuenta de lo que acaba de decir y poniendo aún más cara de pánico) Por las ojeras, digo, que te sacaron muy blanquito y con muchas ojeras, no por lo demás. Me refiero a que en las fotos sales peor de lo que eres... O sea, peor, no digo que estés mal, ni que salgas mal, digo que en las fotos no se ve la sonrisa de mil watios que tienes.

-¿De mil watios?

-Sí, tienes una supersonrisa, podría iluminar una ciudad de tamaño medio. Te lo dirán mucho, ¿no? Es lo que más llama la atención de ti y tienes unos hombracos así (separa mucho las manos en un gesto para enfatizar el tamaño). Para que llame más la atención tu sonrisa... (Dándose cuenta de que está quedando como un loca stalker) O sea, no es que yo me haya fijado en tus hombros, digo, así, en general, vaya, es un descripción objetiva no otra cosa... Bueno, mira, mejor me voy antes de meterme en otro jardín. ¡Buen finde!

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-¿Pero no decías que a partir de ahora te ibas a comportar normal con él? ¿Llamarle Fétido es comportarte normal, tronca?

-Ya, tía, no sé que me pasa hoy, parece que me han inyectado el suero de la verdad.

-O que te has metido un tripi...

-Ya, qué horror...

miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Os lo creéis? 0: La explicación

Estoy intentando escribir. Escribir algo de verdad, digo, no sólo dar la turra aquí. Y lo que son las cosas, oye. Después de una década de bloguerismo extremo y no tanto, he adquirido un estilo definido, una voz literaria muy reconocible, lo cual, bueno, no me parece mal. Me gusta. El problema es que dificulta bastante escribir otras cosas, ficción fundamentalmente, porque no puedo evitar que se me oiga por todas partes, lo que resta enteros de verosimilitud, credibilidad. Y si una ficción no se la cree nadie... ya me contaréis. Una chufa total.

Me cuesta todo, pero lo que más, los diálogos. He aquí el problema: en mi vida en 3D soy una negada en las conversaciones. Total. O sea, hablo un montón pero casi nunca digo lo que me gustaría. Suelto chorradas y absurdeces y lo que de verdad querría haber preguntado o respondido me viene a la mente 5 minutos después de acabar la interacción. Eso se me queda dentro, resonando en mi cabeza y luego quiero usarlo cuando escribo, pero siempre pienso que le falta verdad. Normalmente las conversaciones en la vida real son bastante mierdosas, ¿no? Las mías al menos. Por eso pienso que es difícil escribir diálogos buenos y que el espectador, el lector, se los crea.

No hay nada peor que se te ocurran frases brillantes y que con ellas sólo logres alejar a tus personajes y a tu historia de la audiencia porque les falta naturalidad y no permiten empatizar. ¿El ejemplo perfecto de esto? La peli Nuestros Amantes.  Me encanta la idea, me en-can-tan muchos de los diálogos pero hay tantas ocurrencias y tan juntas que no me creo nada. No me llega. Nadie habla así. Las películas, los libros, son mentira, lo sabemos, su magia es hacer que lo olvidemos por unos minutos. Si no lo logran, no son nada.

Los grandes escritores, los mejores guionistas, lo consiguen. Sus personajes dicen cosas grandilocuentes y profundas y sin embargo no suenan falsos. Ric puede soltar "siempre nos quedará París" y nos va directo al corazón. Baxter puede confesarle a Fran en El Apartamento que era una naufrago entre millones de personas hasta que vio sus huellas en la arena y no nos queda ninguna duda de que es sincero total. 

Los clásicos lo son por algo, pero también en mierdillas más actuales y mucho menos solventes se encuentran a veces buenas frases que nos creemos. Yo por lo menos. Dos ejemplos tontos.

Henry, el mejor personaje de Anatomía de Grey y uno de mis chicos favoritos del mundo, hace una de las más certeras descripciones rápidas de una persona. Si no os sabéis la historia es largo de contar, pero en resumen viene a ser esto: él se casa con la rubia por su seguro médico, después se enamora de ella, ella no de él y le va pidiendo opinión de los tíos con los que sale. En cuatro rasgos que entresaca de una conversación de media hora le convence de por qué no le conviene. Es un diálogo buenísimo, es TOTALMENTE irreal, pero me lo creo. No sé por qué

Me pasa igual en algunas pelis maluchas con los intentos de ligue del típico prota simpatiquete pero no especialmente guapo. Son conversaciones que chavales de esa edad no tendrían ni de coña y que si las tuvieran acabarían en cortazo total y drama, es decir, fracaso seguro. Y sin embargo, presenciadas a través de la pantalla, leídas en papel, me las creo. No sé. O al menos no me chirrían tanto como otras cosas.

No sé si me he terminado de explicar... espero que sí porque vais a ser mis conejillos de indias. Voy a probar aquí diálogos del estilo de los que querría usar en ficción para saber si os los creéis. O sea, son mentira, claro, pero si los leyerais, si los vierais en una peli, ¿os sacarían de la historia por falsos? Ya sé que es difícil decidir si os sacan de una historia que no os he contado, pero bueno, esto es un experimento... A ver qué sale. Los voy a poner en una serie de entradas que se llamarán ¿Os lo creéis? y esta es la precuela. Ya me contaréis.

sábado, 7 de noviembre de 2020

¿No os pasa?

-Oigo ambulancias, todo el rato, a todas horas. Habrá más que antes, supongo o yo reparo más en ellas. Seguramente las dos.

-El tiempo pasa rápido y lento a la vez. Febrero de 2020 con sus conciertos, bares llenos, deporte con público y hospitales tranquilos me parecen otra vida, como si hubieran pasado siglos y a la vez cada mes que acaba pienso ¿ya es agosto? o ¿ya es noviembre? El tiempo pasa volando porque los días están vacíos. No, no vacíos, más bien llenos de nada, la NADA absoluta de todo lo que antes era posible y ya no.

-El tic tac de los relojes suena más alto que antes. Atronador.

-A veces tengo ganas de matar (a los que están sacando tajada de este infierno, a los que pasan de todo porque sólo les importan ellos mismos). A veces tengo ganas de desaparecer hasta que todo esto acabe, hasta que vuelva la vida. A veces tengo ganas de rendirme porque no puedo más.

-Siempre estoy cansada, AGOTADA. Paradójico, porque me muevo tan poco que la app que mide los pasos en mi teléfono me pregunta a menudo si me han secuestrado. Y sin embargo llego a casa, me arrastro hasta la cama y no me da tiempo ni a quitarme lo zapatos antes de que mi cerebro desconecte. Porque no me duermo, me apago, como un móvil con la batería vieja que ya no aguanta encendido más que un instante.

-Me asombra que la gente sepa tan poco del bicho este del demonio. De como se contagia, de lo nuevo que se va descubriendo, de como evolucionan los datos. De cuestiones superbásicas que yo oigo o leo mil veces al día. La peña prefiere no enterarse (para no angustiarse, supongo) y luego se sorprenden de que le prohíban cosas que desde que empezó todo este infierno se desaconsejan. "Otra vez a no poder tal o cual", se lamentan. Ah, pero, ¿desde marzo estabas haciendo eso que por activa y por pasiva te dicen que hay que evitar? Me quedo flipada, en serio. Es como si viviera en mundos distintos al mío. Alucino.

-Nunca sueño nada bonito, o al menos no lo recuerdo al despertar. Sólo me acuerdo de lo malo o lo muy extraño.

-Me cuesta imaginarme como será todo cuando tengamos DE VERDAD dominado al bicho, cuando ya no haga falta distancia de seguridad, cuando ir a un bar ya no sea vivir al límite al estilo de tirarse en paracaídas. De verdad que me cuesta imaginarme "tocando" (ya me entendéis) a gente nueva. Es como si mi cerebro dijera "no te vayas ahora pa' lo hondo, que luego va a ser un dolor volver a la cruda realidad", así que no me deja ni imaginármelo.

-Tengo ganas de llorar la mayoría del tiempo y a veces me dan ataques de risa incontrolada. Igual más de reír por no llorar que otra cosa, pero al menos no son lágrimas.


¿No os pasa?

domingo, 1 de noviembre de 2020

Mal de muchos... ningún consuelo

Ahora que se ve claro que, si no ocurre un milagro, otro confinamiento is coming me acuerdo mucho del de marzo que para mi fue la NADA absoluta. Estaba taaaan asustada, taaaaan angustiada, que no conseguí hacer NADA en la mayor parte de la cuarentena. ¿Sabéis que vosotros hicisteis pan y tiks toks y carteles para los balcones y reordenación de armarios y un montón de ejercicio en casa? Bueno, pues yo no. Yo hice unos pocos abdominales y flexiones diarios y toooooooooooooodo el resto del tiempo me dedicaba a leer toooooooooodo lo que salía sobre el bicho. Un contenido que después resultó ser papel mojado porque la ciencia constató evidencias distintas más tarde y porque los datos y tendencias cambiaban cada poco y porque en general todo era confuso y absurdo y leerlo TODO no aportaba, en realidad, ningún valor. Sin embargo yo no podía dejar de hacerlo con un montón de cargo de conciencia, además, por saber que era inútil y que me quitaba la oportunidad de abordar otros proyectos que podrían servir para algo en mi vida.

Aquello era un mierdo total y traté de invertir la tendencia. La angustia me llevaba a leerlo todo, así que quise ir al origen del problema: reducir la angustia. Y para eso a mi a veces me servía pensar que "lo que es igual para todos no es ventaja para ninguno", una digievolución de "mal de muchos consuelo de tontos" pero en plan práctico. Me preocupaba no solo la salud y los muertos sino todas las demás consecuencias de la pandemia: la ruina, los daños psicológicos, sociales... Por eso, pensar que todo el mundo estaba pasando por lo mismo a la vez significaba que iba a quedar una realidad parecida a todos, un horror que todos tendríamos que afrontar sin que unos tuvieran mejores condiciones que otros y por tanto más probabilidades de hacernos la vida imposible a los demás. Era un consuelo mierdoso, lo reconozco, pero era el único consuelo que conseguía encontrar en aquel apocalipsis.

Luego pasó el primer asalto de esta pesadilla, en España nos propusimos ser los peores del mundo en gestionar lo siguiente y como eso de "soy español, a que quieres que te gane" siempre funciona, gracias a unos políticos inútiles e irresponsables, un sistema territorial que falla claramente en educación y sanidad y un nivel medio-alto de hijoputismo gratuito en la ciudadanía, lo hemos logrado. Hemos liderado todo el verano los rankings de mayor número de contagios y ahora se nos viene la segunda ola (para nosotros la tercera) en una situación infinitamente peor a la de los demás. Así que genial, estupendo, maravilloso, wooooooonderful. Ya no es igual para todos. Ahora nosotros partimos desde mucho más atrás que la mayoría y a saber como termina la cosa. Como nos venga aquí la olaza que está machacando a los otros europeos teniendo nuestras cifras no lo quiero ni pensar. Felicidades a los premiados.

A ver ahora qué milonga me busco para reducir la angustia y desengancharme de la información continua del bicho. Me tendrán que cortar internet, supongo. No va a quedar otra opción.