jueves, 22 de diciembre de 2016

De algo hay que morir


Ya lo he dicho otras veces: no soy buena encajadora. Siempre intento usar mi supervelocidad para esquivar las leches porque cuando me dan, me tumban y tardo la misma vida en levantarme. No soy de las que sana rápido, no.... Ya me gustaría a mi.

Esto siempre ha sido así pero últimamente, además, tengo bajas las defensas. No sé qué pasa, pero de un tiempo a esta parte cualquier golpecito de nada me aboya la carrocería. Es como si de tanto usarlo mi muro de protección se hubiera desgastado y ahora fuera una finísima capa blandengue que no me protege nada de nada. Y así, claro, cualquier proyectil por poco potente que sea causa serios daños.

Vista la situación, y en aras de mi propia seguridad, había decidido replegarme sobre mis posiciones y evitar cualquier tipo de confrontación y de riesgo al menos hasta que mi muro ganara consistencia y volviera a servir para amortiguar los golpes. Parecía lo razonable. Comerse leches por comerse leches sin ninguna clase de seguridad podía acabar como el rosario de la aurora. Por eso el plan estaba claro hasta que leí esto:








Y pensé: "¡Qué coño! De algo hay que morir..."

lunes, 19 de diciembre de 2016

Un pingüino en mi salón (o varios)

Y en mi baño. Y en mi cocina. Y en mi dormitorio. Tengo pingüinos por todas partes. 

Por razones que no vienen al caso, ahora que por fin el invierno (el Invierno con mayúsculas, el de verdad, no esta broma que hemos vivido hasta ahora) se ha dignado a aparecer, la calefacción de mi superguarida ha hecho mutis por el foro. El resultado es que mi dulce hogar tiene ahora la acogedora temperatura de un secadero de jamones. Y por si hay por ahí algún desconocedor del proceso de elaboración cárnica añadiré un dato esclarecedor: mi nocilla no se puede untar en pan porque se encuentra en estado sólido. SO-LI-DO. Me la puedo comer partiéndola en daditos como el queso, pero vaya, que pierde toda su esencia de crema de cacao.

No sé esto os sirve para haceros una idea del dramatismo de la situación, pero vamos, confiad en mi palabra cuando os digo que hay drama a punta pala. Y como a grandes males, grandes remedios, me he visto obligada a tomar medidas drásticas:

-Mi bata de casa es un anorak de plumas viejo. No, no es una exageración, llego de la calle, me quito un abrigo y me pongo otro que abriga más. Así como os lo cuento.

-Duermo con una edredón, una manta y cuatro capas de ropa. Una camiseta, otra de manga larga, un jersey de cuello alto y otro gordo encima. Con todo eso, al final entro en calor, claro, lo cual sólo contribuye a aumentar el sufrimiento de la hora de levantarse. Salir de ese paraíso calentito y entrar en un auténtico infierno helado para ir a trabajar tiene un nombre: tor-tu-ra.

-El momento de acostarse tampoco es la panacea. El ambiente está tan frío que da la sensación de que las sábanas están mojadas. Da igual con cuanto sueño te vayas a la cama, eso despeja a cualquiera. ¿Solución? Pasar un momento el secador por debajo del edredón. Por suerte no puedo verme a mi misma durante los trabajos de adecuación de temperatura. Una loca despeinada empuñando una pistola de aire con cara de pocos amigos: la estampa tiene que ser como pa'verla. Estoy por usarla como felicitación navideña.

Lo bueno de todo esto es que si no pierdo ninguno de mis miembros por congelación se me va a quedar un cutis estupendo.

Es-tu-pen-do

domingo, 11 de diciembre de 2016

Invisible

Empiezo a sospechar que está comenzando a brotarme otro superpoder y aún no sé muy bien cómo encajarlo. Por lo visto (o precisamente por lo contrario) parece que me está apareciendo el don de la invisibilidad. Para unos cuantos en algunos momentos soy invisible. Al menos esa es la sensación que me da porque actúan como si no estuviera. La cosa es que sólo funciona con esos cuantos en determinadas circunstancias, así que todavía no pillo muy bien de qué depende esta novedosa capacidad extraordinaria ni cómo controlarla.

Optimista de mí, al principio pensé que como mi guerra contra los kilos estaba funcionando por fin (¡ah, sí, que no os lo había contado! Por fin hay noticias razonablemente buenas en ese terreno. Ya haré una entrada, ya...), mi contorno se estaba reduciendo, lo que hacía más difícil detectarme. Después crei que mi supervelocidad aceleraba el movimiento de las moléculas de mi cuerpo lo que me volvía borrosa y fácilmente confundible con cualquier fondo. Ahora sé que no.

Resulta que soy invisible. No existo. No cuento. De vez en cuando. Con ciertas personas.

Qué curioso.

Aún no sé si emplear este nuevo superpoder para el bien o para dominar el mundo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Guardar en cajones lo que se merece incendios

Cuando los SpeedySobris peques están muy pesados y se acercan peligrosamente a los niveles máximos de aguante y paciencia de SpeedyDad, antes de que éste salte, les dice muy serio:

"Las legiones están dormidas, pero temed la cólera de las legiones"

Y ellos (que son pequeños pero  no tontos y que alguna vez que otra han visto enfadado a SpeedyDad) se calman, porque saben lo que les espera si la cosa se pone fea.

No sé de donde ha sacado esa perla Speedydad (o si se la ha inventado porque no la encuentro en Internet) pero yo me siento exactamente así. Al límite. A punto de estallar. Muy muy cerca de que se derrumbe mi muro de contención cerebral y venga la gran avalancha de basura emocional de todo tipo que llevo reprimiendo desde ni se sabe.

El otro día oí en esta canción la definición exacta lo que he hecho toda la vida: guardar en cajones lo que se merecía incendios. Disimular. Fingir que no me importaba, que no lo necesitaba, que no lo quería. Aparentar que no me molestaba, que no me enfadaba, que no me hería. Encubrir malestares, irritaciones, rencores. Falsear reacciones, expectativas, conductas. Ocultar verdades.

Todo eso lo he ido acumulando en mi trastero cerebral, apilándolo desordenadamente en torres altas e inestables de sentimientos negativos que he ido hacinando unas junto a otras hasta que me he quedado sin espacio. No cabe ni un alfiler. Los bultos emocionales amontonados hacen tanta presión que la puerta ha cedido y la presa de contención está a punto de romperse. No quiero ni pensar lo que puede ocurrir si lo suelto todo de golpe. Eso va a ser peor que Pompeya porque lo que hay en el trastero era casi todo rabia, ira incandescente. Miedo me da. Ayer ya tuve un escape de tamaño mini y se armó la marimorena. Como se desmorone el muro de contención... que el cielo nos coja confesados.

A todos.