No creo que me case. Nunca digas nunca porque en el momento menos esperado siempre puede producirse el plot twist del siglo, pero vamos, no tiene ninguna pinta. Y aún asumiendo la hipótesis de que en realidad soy la prota involuntaria de una peli romántica y pasado mañana voy a tropezarme con el amor de mi vida preferiría no pasar por el altar si puedo evitarlo. Es decir, no tengo nada en contra de la institución del matrimonio como tal, firmar los papeles, formalizarlo... eso lo veo útil en algunos casos y para diversas situaciones. Incluso me parece hasta bonito tener la esperanza de que vas a pasar con la misma persona toda la vida. Lo que no soporto son las bodas, como fiesta, como celebración. Qué horror.
Respetos al máximo a los que os encantan, a los que creéis que es el día más feliz de vuestra vida y toda esa mandanga. En el fondo de los fondos entiendo vuestro argumento: estáis contentos y queréis compartirlo con vuestra familia y amigos y eso... pues bueno, es comprensible y dulce. Pero dejando las pasiones a un lado tenéis que reconocerme que las bodas se han salido de madre y que ahora mismo son bastante horror. Por lo menos para mi.
Me pasa un poco como con el fútbol, que se ha montado un negocio de tales dimensiones a su alrededor que le ha despojado completamente de su esencia, de su valor, de su verdadero significado y lo ha reducido al absurdo. Todo está tan desbordadamente magnificado que se ha vuelto surrealista y aceptamos cosas que no asumiríamos en ningún otro contexto. Unos zapatos blancos valen 30 euros a no ser que sean de novia, que entonces el mismo par pasa a costar 300 lereles. Por arte de magia. Qué ridiculez.
Cada vez hay más y más y más añadidos a lo básico que pasan a parecer obligatorios. Ceremonia. Ceremonia y banquete. Ceremonia, banquete y barra libre. Ceremonia, banquete, barra libre y orquesta. Ceremonia, banquete, barra libre, orquesta y lista de las canciones que van a sonar en cada momento exacto. Ceremonia, banquete, barra libre, orquesta, lista de las canciones que van a sonar en cada momento exacto y recuerdos para los invitados. Alpargatas para los que les molesten los zapatos en el baile. Fotos para las mesas. Autobús de la iglesia al restaurante. Candy bar. Recena. En tiempos pandémicos test de antígenos y mascarillas a juego con los vestidos. No sigo que ya veis por donde voy, ¿no?
Todo adquiere unas dimensiones tan inabarcablemente enormes, tan monstruosas, que algo inicialmente bueno pasa a ser malo. Los infinitérrimos preparativos desbordan los nervios de los novios, que tienen las peores discusiones de su vida, entre ellos y con sus padres. Conflictos a todas horas. Estrés. Del vergonzoso dineral tirado a la basura ni hablamos. Pufff, qué horror. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Así que si al final resulta que estoy metida en una comedia romántica y pasado mañana encuentro al amor de mi vida y os digo que me caso, aseguraos de que es en plan discretito en el juzgado. Porque si monto un fiestón al estilo de la boda de Farruquito igual la peli no es de amor sino de extraterrestres y lo que ha ocurrido realmente es que los marcianos me han abducido para hacer experimentos con mi cerebro. Que en fin, también los pobres marcianos, sorpresitas se iban a llevar...