domingo, 27 de junio de 2021

Imposibilidades literarias

"La expresión de Garrett es como La rueda de la fortuna en pleno giro; pasa de estado de shock a incredulidad y después a perplejidad; sigue avanzando a intriga antes de, finalmente, quedarse parada en sospecha".

(The Deal)

Lo comentábamos el otro día. En las pelis pasan todo el rato cosas que no ocurren en la vida real: aparcan siempre en la puerta, les cogen el móvil a la primera, se levantan perfectamente peinadas y maquilladas... Esos imposibles cotidianos. En los libros también se da este fenómeno de imposibilidad, pero de otra manera, centrado en el plano corto, cortísimo. En el interior más que en el exterior. A ver si consigo explicarlo. 

En las novelas el narrador tiene que contarle al lector lo que ocurre con suficiente detalle para que no sólo se entere bien de la movida sino que se meta en la historia. Eso es mucho, mucho detalle, claro. Si es un narrador omnisciente, lo sabe todo (pasado, futuro, pensamientos, sentimientos) y vale que vale, ahí nos tendremos que tragar lo que nos diga, qué remedio. Pero muchas veces es el protagonista el que relata en primera persona. Y entonces, ¿qué?

Porque eso es guay para entrar en la mente del personaje, para oírle pensar, que es la forma más creíble de conocerle. Ningún narrador omnisciente me va a convencer de que el prota es duro consigo mismo, sin embargo leer las cabronadas con las que su troll porculero particular le bombardea a todas horas no me va a dejar lugar a dudas.

Peeero, hay otras cosas que en primera persona no son tan verosímiles. A mi me chirría, sobre todo, descripciones como la de la cita de arriba, el detalle con el que se reconocen las expresiones, las miradas de otros personajes. Eso NO ocurre en la vida real, no me fastidiéis. En el día a día diferenciamos enfadado de alegre, nervioso de tranquilo y aterrorizado de sereno. Poco más. 

Con mascarilla o sin ella, es difícil percibir qué sentimiento hay detrás de una mirada. Vamos un poco a bulto, a lo gordo y después ya con las palabras decidimos si está rabioso o inseguro o suspicaz o harto. Y a menudo ni por esas, porque si me dieran un euro por cada vez que alguien se ha tomado en serio cualquier comentario (para mi) evidentemente irónico ahora mismo estaría en el Caribe bebiendo cocolocos y disfrutando de mi feliz vida de millonaria. Si muchos no reconocen una broma como para distinguir entre perplejidad, incredulidad e intriga, ¿no?

Lo pienso mucho cuando en mi día a día aparece una persona de esas que se quedan mirando, fijamente, sin hablar. Que les preguntas, "¿qué  pasa?" y te contestan "nada", porque ellos son así, de quedarse mirando, sin una razón aparente. Que tú les ves que están serios. No te parecen enfadados, pero tampoco se ríen y tu decodificador de expresiones ya no tiene más alcance, se queda bloqueado allí, sin dar más datos. Y piensas: "Ahora me vendría genial un narrador omnisciente que especificara. La observó con tristeza, con aburrimiento, con impaciencia... con lo que sea".

¿Dónde están los narradores sabihondos cuando se les necesita?

2 comentarios:

¡Eh, no te vayas sin decir nada! No tengo el superpoder de leerte la mente.