¿Sabéis eso que digo siempre de que tengo una salud de hierro y demás? Pues se acabó lo que se daba, amiguis.
No voy a entrar en el detalle pero hace poco he pasado un susto de tres pares de cojones. Ni me voy a molestar en poner asteriscos porque ha sido un sustazo morrocotudo que se merece que lo escriba con todas las letras. Y lo peor es que no puedo decir que se haya acabado ya. Es decir, que por un lado he tenido suerte porque no me he quedado seca en el momento ni me ha dejado secuelas, pero por otro aún no se saben las causas que lo han provocado y muchas de las hipótesis que hay sobre la mesa no molan un mierdo. Las cosas no terminan de estar claras y yo estoy cagada, para qué os voy a engañar.
Tampoco contribuye a mi tranquilidad el maravilloso funcionamiento del sistema sanitario español que, como ya os imaginaréis, es eficiente al máximo y rápido como las balas. Muy en mi línea, me estoy viendo envuelta en un montón de absurdeces surrealistas que contaría en plan chufla en este blog si no fuera porque, dada mi situación, no me hacen ni puta gracia. Hay que ver la parsimonia con la que se toma la gente las cosas cuando el que está malo es el de enfrente y no uno mismo. Jodo petaca.
Total, que aquí me tenéis, sin tener muy claro mi futuro y sin poder parar de pensar en lo poco que ha dado de sí mi pasado. En que, con este atasco vital que llevo desde ni se sabe, no me ha dado tiempo a hacer ná de ná y que, depende del nivel de chunguismo que adquiera el tema, igual se pone muy cuesta arriba ya que haga todo lo que me queda pendiente. Más que nada porque es mucho mucho mucho lo que me queda pendiente. Este vicio mío de procrastinar no podía traerme nada bueno, estaba claro...
En fin, no quiero ponerme dramática. Ahora mismo toda las posibilidades están abiertas, incluida la de que esto se quede en un susto sin consecuencias. Ojalá. Por ahora lo que voy a hacer es darme con un canto en los dientes porque la bromita no se me llevó al otro barrio en el momento y añadir un festivo en mi calendario para celebrar tamaño acontecimiento. Lo voy a llamar San Jamacuco Supremo y el postre oficial va a ser tarta de chocolate.
Si la cosa va a ponerse turbia por lo menos que haya chocolate, ¿no? ¡Qué menos!
viernes, 30 de noviembre de 2018
martes, 27 de noviembre de 2018
Speedy contra el ataque de la rasta gigante
Los que pasáis habitualmente por aquí ya sabéis que tengo el pelo fosco. Este horror total equivalente en la práctica a un desastroso estilismo capilar perpetuo se compone mayormente por un volumen incontrolable y un fenómeno paranormal que a mi me gusta llamar "LA RASTA".
LA RASTA aparece siempre que lavo mi cabello, independientemente de su longitud, de si está o no teñido y de la época del año en la que nos encontremos. Consiste en un matojo de pelo extremadamente seco con tacto de escoba de paja que cuando me mojo la melena se enreda hasta límites insospechados. De hecho, se enreda tanto que no hay quien meta el cepillo mientras está húmedo. Tengo que esperar a que se seque, deshacerlo más o menos con un peine y luego tirar pa'lante como puedo con el bullullu que queda después de eso, un mechón caótico, onduladísimo, encrespado a más no poder y casi imposible de dominar, ni siquiera con mi plancha mágica. Lo peor del asunto es que el resto de mi melena también es bastante caos, pero no tanto ni de lejos, lo que confiere a LA RASTA una visibilidad máxima.
Califico LA RASTA como un fenómeno paranormal por su desmesurada magnitud y contundencia y porque su formación no sigue ningún criterio lógico. Si el problema es la sequedad, mi melena debería ser una rasta toda ella, no sólo un mechón, porque aplico los mismos cuidados en su totalidad. Si el tema es que mi pelo está dañado por el calor de la plancha o por el tinte, tres cuartos de lo mismo. De hecho, pensando que era eso, cabello enfermo, he probado alguna vez a cortarlo muy cerca de la raíz y llevar durante meses un pedazo de trasquilón en medio de la cabeza para comprobar que, en cuanto crece un poco, LA RASTA resurge de sus cenizas como el Ave Fénix exactamente en el mismo lugar de mi cuero cabelludo. Inquietante, que diría Iker Jimémez.
Dadas las premisas anteriores y aceptando que cortar es sanear (eso dicen), tengo que concluir que la formación de LA RASTA no viene determinada por factores externos, sino internos, como si estuviera grabada en el ADN de esa zona de mi pelo. Como si ese mechón en concreto tuviera un carácter más indómito y necesitara expresar su personalidad más visiblemente que los demás. Y si damos por cierta esta teoría, me preocupa bastante que últimamente LA RASTA haya digievolucionado a RASTA GIGANTE.
Y es que de un tiempo a esta parte, ese grupo de pelos insubordinados se ha vuelto más grande, sus enredos más difíciles de desenredar y su caos añadido más caóticamente visible que nunca. Será que esos cabellos con problemas con la disciplina han contagiado su rebeldía a otros y la revolución por la libertad capilar se está extendiendo. No lo sé. Lo único que tengo claro es que si la insurgencia continúa avanzando y llega a toda mi melena.... las consecuencias serán terribles.
Porque yo parezco dura, pero mis armas son el secador y la plancha, que al fin y al cabo tienen efectos temporales hasta que el agua moja el cabello y lo devuelve a su estado original. Pero SpeedyMum, querida RASTA, SpeedyMum es muy fan de las tijeras. Pero MUY fan. De hecho, debes saber que la frase que más me ha repetido ella durante toda mi vida, después de "te quiero" es: "¿Por qué no te cortas el pelo?" y todas sus variaciones posibles.
Así que a mi me parece muy bien la libertad capilar, la rebeldía melenuda, la personalidad indómita y la insurgencia estilística. Me parece todo ideal y ma-ra-vi-llo-so. Pero si SpeedyMum toma cartas en el asunto, no digas que no te he avisado.
Que no tengo un pelo de tonta, rastita querida. Parece mentira que no lo sepas tú, que creces en mi cabeza...
LA RASTA aparece siempre que lavo mi cabello, independientemente de su longitud, de si está o no teñido y de la época del año en la que nos encontremos. Consiste en un matojo de pelo extremadamente seco con tacto de escoba de paja que cuando me mojo la melena se enreda hasta límites insospechados. De hecho, se enreda tanto que no hay quien meta el cepillo mientras está húmedo. Tengo que esperar a que se seque, deshacerlo más o menos con un peine y luego tirar pa'lante como puedo con el bullullu que queda después de eso, un mechón caótico, onduladísimo, encrespado a más no poder y casi imposible de dominar, ni siquiera con mi plancha mágica. Lo peor del asunto es que el resto de mi melena también es bastante caos, pero no tanto ni de lejos, lo que confiere a LA RASTA una visibilidad máxima.
Califico LA RASTA como un fenómeno paranormal por su desmesurada magnitud y contundencia y porque su formación no sigue ningún criterio lógico. Si el problema es la sequedad, mi melena debería ser una rasta toda ella, no sólo un mechón, porque aplico los mismos cuidados en su totalidad. Si el tema es que mi pelo está dañado por el calor de la plancha o por el tinte, tres cuartos de lo mismo. De hecho, pensando que era eso, cabello enfermo, he probado alguna vez a cortarlo muy cerca de la raíz y llevar durante meses un pedazo de trasquilón en medio de la cabeza para comprobar que, en cuanto crece un poco, LA RASTA resurge de sus cenizas como el Ave Fénix exactamente en el mismo lugar de mi cuero cabelludo. Inquietante, que diría Iker Jimémez.
Dadas las premisas anteriores y aceptando que cortar es sanear (eso dicen), tengo que concluir que la formación de LA RASTA no viene determinada por factores externos, sino internos, como si estuviera grabada en el ADN de esa zona de mi pelo. Como si ese mechón en concreto tuviera un carácter más indómito y necesitara expresar su personalidad más visiblemente que los demás. Y si damos por cierta esta teoría, me preocupa bastante que últimamente LA RASTA haya digievolucionado a RASTA GIGANTE.
Y es que de un tiempo a esta parte, ese grupo de pelos insubordinados se ha vuelto más grande, sus enredos más difíciles de desenredar y su caos añadido más caóticamente visible que nunca. Será que esos cabellos con problemas con la disciplina han contagiado su rebeldía a otros y la revolución por la libertad capilar se está extendiendo. No lo sé. Lo único que tengo claro es que si la insurgencia continúa avanzando y llega a toda mi melena.... las consecuencias serán terribles.
Porque yo parezco dura, pero mis armas son el secador y la plancha, que al fin y al cabo tienen efectos temporales hasta que el agua moja el cabello y lo devuelve a su estado original. Pero SpeedyMum, querida RASTA, SpeedyMum es muy fan de las tijeras. Pero MUY fan. De hecho, debes saber que la frase que más me ha repetido ella durante toda mi vida, después de "te quiero" es: "¿Por qué no te cortas el pelo?" y todas sus variaciones posibles.
Así que a mi me parece muy bien la libertad capilar, la rebeldía melenuda, la personalidad indómita y la insurgencia estilística. Me parece todo ideal y ma-ra-vi-llo-so. Pero si SpeedyMum toma cartas en el asunto, no digas que no te he avisado.
Que no tengo un pelo de tonta, rastita querida. Parece mentira que no lo sepas tú, que creces en mi cabeza...
viernes, 9 de noviembre de 2018
Fiebre y sueño
Pues resulta que...
((¡Ajá! ¿Ya os creíais que la siguiente palabra era GimnasioMan porque últimamente estoy con el temita más pesada que matar un cerdo a besos, ¿eh? Pues no, esta entrada no va de eso, listos, que sois unos listos. Aunque, mira, sólo por llevar la contraria, le voy a meter igual, aunque sea con calzador. ¡Por listos! jajaja))
Hace muchos días que no veo a GimnasioMan (¡¡toooma, ahí lo lleváis!!) porque he estado mala malísima y no he podido hacer nada con mi vida que no fuera dormir y trabajar. Trabajar he trabajado porque la maravillosa Sanidad Pública Española no ha considerado necesario atenderme hasta hoy para darme medicamentos y la baja laboral y dormir he dormido porque, a falta de drogas legales, era mi única manera de luchar contra los virus. Fiebre y sueño. Y de ambas cosas he tenido para dar y regalar.
Aportaré un dato esclarecedor para que se entienda mi argumento. En la última semana habré dormido una media de 16 horas diarias. Sin exagerar. Llegaba al borde de la muerte de trabajar, caía literalmente desmayada en la cama (sin ponerme pijama, ni quitarme zapatos ni ninguna acción intermedia) y allí me quedaba hasta que a la mañana siguiente me arrastraba como podía a la ducha. Abría un ojo cada cinco horas para comprobar que aún sentía agujas incandescentes clavadas en mi garganta y que no me tocaba aún volver al curro y seguía durmiendo hasta otras cinco horas después. Así como os lo cuento.
Sé que pensaréis que exagero (no sé por qué, si este blog no es nada de exagerar) así que aportaré un segundo dato aún más esclarecedor. Llevo una semana entrando a mi cocina a oscuras con la única luz de la campana extractora de humos. ¿Por qué? Porque el primer día del ataque de los virus se fundió la bombilla y no he sido capaz de cambiarla. Subirme a una silla tal y como me encontraba me resultaba más duro que escalar el Everest, así que hacía todo lo que hubiera que hacer prácticamente a tientas. Por suerte, tal y como estaba, cocinar no entraba en mis planes, pero a saber como lo he dejado todo con lo poquísimo que he hecho. Estará como si hubiera pasado un tornado, ya lo estoy viendo. Hoy que me encuentro un poco mejor mi intención es evaluar los daños, pero vaya, igual no tengo ánimos, ¿eh? Ya os lo digo.
Porque esa es otra, para haber dormido tanto estoy como si me hubiera pasado un tren por encima. No puedo con mi vida. Se ve que mi cerebro desconectaba para dejarles todas las energías a mis anticuerpos en lucha encarnizada contra los malvados virus. Casi podía notar físicamente la batalla que se estaba librando dentro de mí. De hecho, en más de un sueño he visto a los personajes de esa preciosidad de serie que era Érase una vez la Vida.
Había tal liada en el interior de mi cuerpo serrano, que hasta he perdido peso. Dos meses matándome en el gimnasio sin conseguir adelgazar un gramo y resulta que sólo tenía que estar al borde de la muerte una semana para quitarme de encima los kilos que me sobraban. Bueno, pues ni tan mal, oye. Vamos a quedarnos con la parte positiva...
(Y especialmente dedicado a los listos del primer párrafo, una segunda mención de propina: Cuando me vea GimnasioMan con mi nueva talla, no me va a reconocer... jajaja)
((¡Ajá! ¿Ya os creíais que la siguiente palabra era GimnasioMan porque últimamente estoy con el temita más pesada que matar un cerdo a besos, ¿eh? Pues no, esta entrada no va de eso, listos, que sois unos listos. Aunque, mira, sólo por llevar la contraria, le voy a meter igual, aunque sea con calzador. ¡Por listos! jajaja))
Hace muchos días que no veo a GimnasioMan (¡¡toooma, ahí lo lleváis!!) porque he estado mala malísima y no he podido hacer nada con mi vida que no fuera dormir y trabajar. Trabajar he trabajado porque la maravillosa Sanidad Pública Española no ha considerado necesario atenderme hasta hoy para darme medicamentos y la baja laboral y dormir he dormido porque, a falta de drogas legales, era mi única manera de luchar contra los virus. Fiebre y sueño. Y de ambas cosas he tenido para dar y regalar.
Aportaré un dato esclarecedor para que se entienda mi argumento. En la última semana habré dormido una media de 16 horas diarias. Sin exagerar. Llegaba al borde de la muerte de trabajar, caía literalmente desmayada en la cama (sin ponerme pijama, ni quitarme zapatos ni ninguna acción intermedia) y allí me quedaba hasta que a la mañana siguiente me arrastraba como podía a la ducha. Abría un ojo cada cinco horas para comprobar que aún sentía agujas incandescentes clavadas en mi garganta y que no me tocaba aún volver al curro y seguía durmiendo hasta otras cinco horas después. Así como os lo cuento.
Sé que pensaréis que exagero (no sé por qué, si este blog no es nada de exagerar) así que aportaré un segundo dato aún más esclarecedor. Llevo una semana entrando a mi cocina a oscuras con la única luz de la campana extractora de humos. ¿Por qué? Porque el primer día del ataque de los virus se fundió la bombilla y no he sido capaz de cambiarla. Subirme a una silla tal y como me encontraba me resultaba más duro que escalar el Everest, así que hacía todo lo que hubiera que hacer prácticamente a tientas. Por suerte, tal y como estaba, cocinar no entraba en mis planes, pero a saber como lo he dejado todo con lo poquísimo que he hecho. Estará como si hubiera pasado un tornado, ya lo estoy viendo. Hoy que me encuentro un poco mejor mi intención es evaluar los daños, pero vaya, igual no tengo ánimos, ¿eh? Ya os lo digo.
Porque esa es otra, para haber dormido tanto estoy como si me hubiera pasado un tren por encima. No puedo con mi vida. Se ve que mi cerebro desconectaba para dejarles todas las energías a mis anticuerpos en lucha encarnizada contra los malvados virus. Casi podía notar físicamente la batalla que se estaba librando dentro de mí. De hecho, en más de un sueño he visto a los personajes de esa preciosidad de serie que era Érase una vez la Vida.
Había tal liada en el interior de mi cuerpo serrano, que hasta he perdido peso. Dos meses matándome en el gimnasio sin conseguir adelgazar un gramo y resulta que sólo tenía que estar al borde de la muerte una semana para quitarme de encima los kilos que me sobraban. Bueno, pues ni tan mal, oye. Vamos a quedarnos con la parte positiva...
(Y especialmente dedicado a los listos del primer párrafo, una segunda mención de propina: Cuando me vea GimnasioMan con mi nueva talla, no me va a reconocer... jajaja)
martes, 6 de noviembre de 2018
GimnasioMan... ¡Colabora, coño!
Veo el futuro con GimnasioMan negro tizón. Vamos, igual de negro que ha estado siempre, sólo que como soy una cabezota medio lerda hacía todos los esfuerzos por no ver la negrura tan tan negra. Pero al final me he tenido que rendir a la evidencia porque es innegable. No estamos en el mismo círculo. Y contra eso no hay nada que hacer.
Lo del círculo es una interpretación libre de la escena de la peli de arriba que viene a decir que no coincidimos en el espacio-tiempo, que no estamos en el mismo momento vital. Ahora GimnasioMan tiene unos temas pendientes de resolver que son (y deben ser) su prioridad máxima y alguien como yo no cuadra ahí ni bien ni mal. Es que no hay vuelta de hoja es (y debe ser) así. Como no hay tu tía, él ni se lo plantea, que es lo que debería haber hecho yo si no fuera medio lerda.
El caso es que SÍ que soy medio lerda, he dejado ir el tema y ahora tengo un cuelgue de manual que me está costando la vida misma quitarme porque GimnasioMan no colabora. Que no es que el pobrecillo haga nada mal, ¿eh? Lo que pasa es que es estupendérrimo, cada rasgo nuevo que descubro de él me parece más estupendérrimo que el anterior (tendrá sus cosas malas el hombre, desde luego, pero en una hora de gimnasio diaria todos enseñamos nuestra mejor cara) y así no hay manera de desengancharse. Y para mis adentros todo el rato estoy pensando: "Pero GimnasioMan, tronco, coopera un poco, no hagas eso..."
-No expliques el estiramiento con ejemplos como "los brazos abiertos, como si fueras a darme un abrazo" cuando estás a metro y medio de mi. Ya hago ejercicios de contención a todas horas para no pegarte un muerdo en esos brazacos que tienes, si encima ofreces abrazos cuando te tengo a tiro... No sé cuanto más podré contenerme.
-No te inventes bromas tan elaboradas que cuesta seguirte el hilo porque hay casi la misma cantidad de broma dentro de tu cabeza como la que te ha dado tiempo a explicar. A veces parecen mini entradas de blog contadas de viva voz. Lo último que me faltaba es que fueras bloguero. No me digas que lo eres, haz el favor...
-No seas tan salado, anda, ni tan amable, ni estés siempre de buen rollo.No cantes las canciones de las coreos con ese inglés macarrónico de Oxford, ni me pongas esa mega sonrisa Profident que podría iluminar una ciudad de tamaño medio.
-No tengas a veces esas salidas tan tiernas y esa dosis de dulzura que tanto sorprende en un morlaco de tu tamaño.
Venga, GimnasioMan, te lo pido por favor...
Lo del círculo es una interpretación libre de la escena de la peli de arriba que viene a decir que no coincidimos en el espacio-tiempo, que no estamos en el mismo momento vital. Ahora GimnasioMan tiene unos temas pendientes de resolver que son (y deben ser) su prioridad máxima y alguien como yo no cuadra ahí ni bien ni mal. Es que no hay vuelta de hoja es (y debe ser) así. Como no hay tu tía, él ni se lo plantea, que es lo que debería haber hecho yo si no fuera medio lerda.
El caso es que SÍ que soy medio lerda, he dejado ir el tema y ahora tengo un cuelgue de manual que me está costando la vida misma quitarme porque GimnasioMan no colabora. Que no es que el pobrecillo haga nada mal, ¿eh? Lo que pasa es que es estupendérrimo, cada rasgo nuevo que descubro de él me parece más estupendérrimo que el anterior (tendrá sus cosas malas el hombre, desde luego, pero en una hora de gimnasio diaria todos enseñamos nuestra mejor cara) y así no hay manera de desengancharse. Y para mis adentros todo el rato estoy pensando: "Pero GimnasioMan, tronco, coopera un poco, no hagas eso..."
-No expliques el estiramiento con ejemplos como "los brazos abiertos, como si fueras a darme un abrazo" cuando estás a metro y medio de mi. Ya hago ejercicios de contención a todas horas para no pegarte un muerdo en esos brazacos que tienes, si encima ofreces abrazos cuando te tengo a tiro... No sé cuanto más podré contenerme.
-No te inventes bromas tan elaboradas que cuesta seguirte el hilo porque hay casi la misma cantidad de broma dentro de tu cabeza como la que te ha dado tiempo a explicar. A veces parecen mini entradas de blog contadas de viva voz. Lo último que me faltaba es que fueras bloguero. No me digas que lo eres, haz el favor...
-No seas tan salado, anda, ni tan amable, ni estés siempre de buen rollo.No cantes las canciones de las coreos con ese inglés macarrónico de Oxford, ni me pongas esa mega sonrisa Profident que podría iluminar una ciudad de tamaño medio.
-No tengas a veces esas salidas tan tiernas y esa dosis de dulzura que tanto sorprende en un morlaco de tu tamaño.
Venga, GimnasioMan, te lo pido por favor...
viernes, 2 de noviembre de 2018
Me jode
¿Sabéis lo que me jode? Que lo que se me da bien no sirva para nada. Es que me jode infinito, no os hacéis una idea...
Ya no hablo de curro, porque no me quiero meter en terrenos pantanosos. Pa'qué. Hablo de la vida. Así, en general.
Porque a veeerrr...
Yo escribo, desde siempre. Está en la esencia más propia de mi personalidad. Es mi forma de expresarme. Es mi forma de reaccionar. Es mi forma de divertirme. Es mi forma de sentir. Es mi manera de ser. Yo escribo porque si no sacara lo que llevo dentro por medio de la palabra escrita algo me explotaría en el cuerpo. O mejor dicho me estallaría todo. Por la acumulación, supongo.
El caso es que yo soy así. Escribo. Y además creo que escribo bien. Hombre, no soy Shakespeare, ya lo sé. Y para gustos los colores y para colores las flores, desde luego. Pero según mi criterio y el de algunas de las personas de mi entorno, escribo bien. Sin embargo, casi nunca lo puedo demostrar en mi día a día. Y me jode. Sobre todo porque es por las razones equivocadas.
Lo voy a explicar con un ejemplo concreto. Escribí el texto de la entrada anterior a una persona con la que ahora coincido mucho en mi día a día y con la que me llevo bastante bien. Sin más. No somos amigos. Estamos en proceso aún. Pero tenemos confianza. Y buen rollo. El suficiente como para decir de viva voz muchas de las cosas que yo escribí en el post del lunes. De hecho, en nuestras conversaciones, él me suelta detalles parecidos a esos entre broma y broma.
Cuando terminé el texto pensé que me apetecía enseñárselo. Porque dice mucho de él, pero también porque dice mucho de mí. De como le veo. De las cosas en las que me fijo. De los detalles que recuerdo. De los temas que valoro. Del tipo de sentido del humor que tengo. De lo observadora que soy. De lo que se me da bien, que es, básicamente, escribir.
Sin embargo, al final decidí no dejarle leerlo porque pensé que lo vería raro. Y eso que es un chaval majete con inquietudes y bastante mundo interior, pero aún así no las tenía todas conmigo de que no fuera a malentenderlo. Porque para el que no escribe y no tiene nadie a su alrededor que escriba, escribir es algo raro. Y me jode. Porque es mi talento, mi habilidad, lo que se me da bien y no lo puedo demostrar porque casi nadie lo entiende.
Si jugara al futbol tendría los partidos. Si cantara podría hacer conciertos. Si pintara organizaría exposiciones. Si cocinara montaría cenas cada finde en mi superguarida.
Pero yo escribo lo que, en el 99% de los casos, no se puede lucir ni sirve para nada.
Y qué queréis que os diga...
Me jode.
Ya no hablo de curro, porque no me quiero meter en terrenos pantanosos. Pa'qué. Hablo de la vida. Así, en general.
Porque a veeerrr...
Yo escribo, desde siempre. Está en la esencia más propia de mi personalidad. Es mi forma de expresarme. Es mi forma de reaccionar. Es mi forma de divertirme. Es mi forma de sentir. Es mi manera de ser. Yo escribo porque si no sacara lo que llevo dentro por medio de la palabra escrita algo me explotaría en el cuerpo. O mejor dicho me estallaría todo. Por la acumulación, supongo.
El caso es que yo soy así. Escribo. Y además creo que escribo bien. Hombre, no soy Shakespeare, ya lo sé. Y para gustos los colores y para colores las flores, desde luego. Pero según mi criterio y el de algunas de las personas de mi entorno, escribo bien. Sin embargo, casi nunca lo puedo demostrar en mi día a día. Y me jode. Sobre todo porque es por las razones equivocadas.
Lo voy a explicar con un ejemplo concreto. Escribí el texto de la entrada anterior a una persona con la que ahora coincido mucho en mi día a día y con la que me llevo bastante bien. Sin más. No somos amigos. Estamos en proceso aún. Pero tenemos confianza. Y buen rollo. El suficiente como para decir de viva voz muchas de las cosas que yo escribí en el post del lunes. De hecho, en nuestras conversaciones, él me suelta detalles parecidos a esos entre broma y broma.
Cuando terminé el texto pensé que me apetecía enseñárselo. Porque dice mucho de él, pero también porque dice mucho de mí. De como le veo. De las cosas en las que me fijo. De los detalles que recuerdo. De los temas que valoro. Del tipo de sentido del humor que tengo. De lo observadora que soy. De lo que se me da bien, que es, básicamente, escribir.
Sin embargo, al final decidí no dejarle leerlo porque pensé que lo vería raro. Y eso que es un chaval majete con inquietudes y bastante mundo interior, pero aún así no las tenía todas conmigo de que no fuera a malentenderlo. Porque para el que no escribe y no tiene nadie a su alrededor que escriba, escribir es algo raro. Y me jode. Porque es mi talento, mi habilidad, lo que se me da bien y no lo puedo demostrar porque casi nadie lo entiende.
Si jugara al futbol tendría los partidos. Si cantara podría hacer conciertos. Si pintara organizaría exposiciones. Si cocinara montaría cenas cada finde en mi superguarida.
Pero yo escribo lo que, en el 99% de los casos, no se puede lucir ni sirve para nada.
Y qué queréis que os diga...
Me jode.
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