Creo que no he contado por aquí que padezco hiposmia, que es una manera fina de decir que no huelo (casi) nada. Y no por el COVID, como le ha pasado a mucha gente. En mi caso es así desde pequeña. De hecho, no conservo recuerdos de casi ningún olor. Si llegué alguna vez a oler algo todavía no tenía conciencia, supongo. Y digo (casi) nada porque algunos aromas MUY específicos sí los reconozco: el amoniaco, la acetona, el alcohol de alta graduación muy muy muy concentrado. Pero poco más.
Nunca le he dado importancia y casi nunca lo comento. No creo ni que mi familia lo sepa, la verdad, porque no lo hemos hablado y no sé si lo habrán notado ellos solos. Y yo a la gente de fuera nunca se lo decía, me daba como vergüenza, parecía rara, o tarada o que me lo estaba inventando. Yo qué sé, hijos míos, ya sabéis como funcionan las cabezas...
Como jamás he olido, no sé lo que me pierdo excepto por lo que oigo comentar. Se ve que el olor a pan recién hecho es increíble y el de la tierra mojada un flipe. Parece que hay perfumes que huelen riquísimo y fragancias que te transportan a tu infancia o a la casa de tu abuela. Por lo visto si alguien te gusta, su aroma te pone a mil...
Lo bueno me da envidia porque me pierdo sensaciones, al parecer, chulísimas. Pero a mi casi siempre me ha preocupado más no percibir los tufos, que son, con frecuencia, avisos de peligro. No saber si hay un escape de gas, ni si una comida está podrida o si mi bebé se ha hecho caca. No localizar por la fetidez donde ha echado la potada el borracho de turno o si se está quemando algo. No tener la certeza de si mi casa sigue o no oliendo a tubería después del MierderTsunami.
En realidad, esto último es lo más disruptivo para mi, las dudas que me genera. Siempre tengo miedo de desprender algún tipo de peste, no ser consciente y que la peña lo vaya comentando por ahí. Que mi ropa en invierno no se seque bien y huela a humedad, un hedor, por lo visto, muy desagradable. Que a alguna de mis chaquetas viejas se le haya quedado algún tufo de esos que no se quitan con los lavados y vaya apestando por ahí sin saberlo. Que mi desodorante nuevo no tenga la suficiente potencia y sea yo a la que le vaya cantando el alerón sin darme cuenta. Pongo un ENORME esfuerzo en cuidar mi higiene y aún así siempre me da pavor ir por la vida oliendo mal, una de las cosas que más ridícula me hace sentir.
A cambio de este miedo permanente, no sufro los pedos que se tira el típico cerdo en el ascensor, ni el bonito aroma a sudor del transporte público en pleno agosto. ni la fragancia maravillosa que se nota en la ciudad en plena huelga de los servicios de recogida de basuras.Todo tiene sus ventajas, no sé. Aún así, yo aguantaría lo malo por poder percibir lo bueno. Sin haber probado nunca como es, creo que merecería la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Eh, no te vayas sin decir nada! No tengo el superpoder de leerte la mente.