domingo, 28 de marzo de 2021

I'm fed up with the conversation of the bananas

Del verano que me fui a Inglaterra (supuestamente) a aprender inglés me traje un trillón de anécdotas. Aunque me reí lo que no está en los escritos, no todas de estas anécdotas fueron positivas porque empecé con mal pie y luego me pasé dos meses encadenando desastres de distintas dimensiones, uno detrás de otro, de otro y de otro. Supongo que de alguna forma, por mi actitud, por algún tipo de bloqueo o yo que sé, los provocaba yo (es imposible que todo aquello fuera simple casualidad) pero lo cierto es que me fue de pena.

Total, que esa sensación de no poder más, de sentir que el universo entero conspira en tu contra, la tengo bastante ligada a aquella época y por eso la defino con una frase que usábamos allí de coña y que a mi me ha quedado ya para los restos.

El caso es que para sobrevivir ese verano trabajé de camarera en un restaurante de turistas en el que el resto del personal venía desde los confines más lejanos de la tierra como yo, (supuestamente) a aprender inglés. Había rusos, franceses, rumanos, georgianos, argentinos... Hablábamos fatal el idioma, apenas nos entendíamos entre nosotros y menos aún al gerente, un británico inseguro, pusilánime y sin pizca de autoridad al que nadie respetaba ni hacía el menor caso.

Cobrábamos fatal en metálico porque las comidas en el restaurante estaban incluidas como salario en especie. A muchos de los camareros les parecía poco sueldo, así que se dedicaban a mangar de la cámara frigorífica de la cocina los alimentos más caros que ni en sueños se podían permitir en un supermercado. Allí una chocolatina gigante te costaba 10 céntimos pero si lograbas encontrar una naranja te quedabas tuerto porque te sacaban un ojo de la cara. Los plátanos, en concreto, valían su peso en oro, supongo que ahora estarán al nivel de las bitcoins como mínimo. Y claro, duraban ná y menos en el almacén.

Un día el gerente, indignado por la continua desaparición de fruta, vino a echarnos la bronca. Como no nos imponía en absoluto todos seguimos a lo nuestro sin prestarle atención y por eso se plantó al lado de una de las camareras, andaluza, salerosa, sin una miaja de vergüenza y con un inglés macarrónico, para darle la turra hasta que no pudiera más y confesara el robo de los plátanos y el asesinato de Kennedy, si hacía falta. La pobre chica aguantó lo indecible y cuando ya no pudo más le soltó, a dos centímetros de la cara:

-Quillo, que pesado eres, déjame en paz de una vez, I'm fed up with the conversation of the bananas

La carcajada que soltamos después de aquello resonó en todos los rincones de la galaxia conocida y el pobre gerente se quedó tan estupefacto con ese spanglish inventado que tuvo que dejar la bronca para mejor ocasión. 

A partir de entonces mis amigas y yo cuando no podemos más, cuando ya estanos haaaaaaaaarrrrtas de todo, de la vida, de una situación, de lo que sea, siempre soltamos esa perla. Y yo hoy tengo algo que deciros:

¡¡I'm fed up with the conversation of the bananas!!

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