"El amor no termina, aunque una historia sí lo haga. De eso se trata: no de esquivar esos agujeros, sino de saber dónde se encuentran y seguir tu camino sin miedo a caer en ellos, es decir, aprender a vivir con los finales sin renunciar a otros principios".
"Días sin ti", Elvira Sastre
Hace mucho mucho tiempo, en un país muy muy lejano, trataba de sobrevivir al sufrimiento una superheroína herida en lo más profundo de su corazón. Soportando el despiadado azote de una angustia huracanada y levantando las manos al cielo como una Scarlett O' Hara del reino de las hadas, aquella superheroína a Dios puso por testigo que nunca más volvería a ilusionarse, a creer en el amor, a participar en esa peligrosa gymkana al más puro estilo Humor Amarillo que son las relaciones románticas. No se veía capaz de levantarse de nuevo si volvían a derribarla y se retiró de la competición. Sin más.
Después pasaron los años, el huracán de las tristeza fue amainando y el miedo al dolor bajó de intensidad. La superheroína nunca se planteó volver a jugar, pero sin darse cuenta dejó de alejarse de las canchas deportivas, de evitar los eventos lúdicos, de esquivar los riesgos. Y la vida, que da muchas vueltas y es muy sabia, volvió a meterla en el combate. De repente y sin preguntar.
Y en medio del partido, sin plan ni entrenamiento previo, la superheroína sólo puede pensar en cuál será el siguiente golpe que la alcance y de donde vendrá. Si la bola gigante la tirará al agua o las cuchillas giratorias le afeitarán el flequillo o se le hundirá la pierna en arenas movedizas. No es capaz de levantar la vista y disfrutar del paisaje, necesita vigilar el suelo para tratar de evitar tropiezos.
Y es que, al final, todo se reduce a la gran pregunta:
¿Cómo se pierde el miedo a los agujeros?
Diría que la respuesta está precisamente en quien pregunta. Creo que no se es un buen líder de la propia vida hasta que se pierde el miedo al fracaso.
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