En verdad en verdad os digo que las cotas de surrealismo, peligrosidad y emoción a las que están llegando mis TrenAventuras es flipante. En momentos como este es cuando me planteo en serio si no estoy dentro de un programa de televisión al más puro estilo El Show de Truman. Porque otra explicación no le veo.
Tiene que ser que a los guionistas de mi vida les están presionando con las últimas cifras de audiencia. Que hemos bajado, les dicen. Que el suspense generado por el misterio de cuando pasarán los trenes que llegan cuando les sale del unicornio, la tortura psicológica de llegar siempre tarde a currar por culpa de Renfe y la tensión dramática de las ideaciones suicidas a causa de este puteo continuo ya no enganchan a los espectadores. Que hay que aumentar la acción, la intriga y los giros argumentales. ¿Y qué se les ha ocurrido a lumbreras de mis guionistas, próximos candidatos al Nobel? Apagar las luces de la estación. Claro que sí.
Me los imagino en la reunión de la mañana todos ufanos por el cacho de ideaza que acaban de tener. Que ofrece un mundo de posibilidades, piensan:
-Primero se plantean virar sutilmente de género y meter alguna trama de terror. De la oscuridad puede salir de todo: asesinos en serie, Freddy Krueger, el monstruo de las galletas... El límite es el cielo, se congratulan frotándose las manos.
-Después deciden añadir alternativas, por si el miedo no funcionara como desean. Entonces se les enciende una bombilla (la misma que han apagado en las estaciones, supongo) y exclaman: ¡Eureka, el amor nos salvará! Los líos parejiles animan cualquier argumento y como motu propio los pasajeros no parecemos dispuestos a emparejarnos entre nosotros, deciden darnos un empujoncito siguiendo técnicas made in Gran Hermano. Para empezar luz tenue, algo sutil. Más tarde oscuridad total sin medias tintas. Y si eso tampoco da resultados igual empiezan a pasarnos chupitos de tequila para que cojamos el puntillo y nos animemos como en una noche de juerga. Yo a estas alturas no descarto nada.
O quizá es más simple que todo eso y lo que pasa es que los guionistas de mi vida son muy buenas personas y como nos ven sufrir tanto con el errático comportamiento de los puñeteros trenes, han decidido declarar la hora de recreo del cole y ponernos a jugar a las tinieblas, como cuando éramos pequeños. Un juego que según la edad servía para las dos cosas: para pasar miedo y dar sustos o para liarse con el maromazo de turno sin consecuencia alguna.
Dado que el equipo de guion de mi vida parece formado por mentes preclaras venidas directamente de los años 80, lo apuesto todo a la tercera opción.
Seguiremos informando.
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