Las mejores cosas de la vida no son cosas. Seguramente por eso cuando se trata de envidiar, yo casi nunca envidio objetos materiales ni situaciones concretas. Tampoco características muy específicas, tipo piernas kilométricas o facilidad para aprender idiomas. Me dan envidia tontadas que yo no tengo o se me dan especialmente mal y que siempre pienso que cambiarían mi vida si las tuviera. Por ejemplo:
-Me da envidia la gente segura de sí misma. No lo que quieren aparentar seguridad, sino los que de verdad confían en el futuro, en las decisiones que han tomado, en el resultado de lo que hacen.
-Me da envidia la peña que sabe mirar tan bien, que parece que te acaricia con la mirada. No lo sé explicar mejor, pero seguro que os ha pasado y sabéis de lo que hablo. Y no sólo en contextos románticos ni de ligue, sino en cualquier situación diaria.
.-Me dan envidia las personas con habilidades sociales, esos que consiguen hacerte sentir especial seas quien seas para ellos. Percibes que se han fijado en ti, que te prestan atención, que les importan tus cosas y eso les hace populares y queridos. Y lo más gordo es que no necesitan ningún esfuerzo para comportarse así, es lo que les brota natural.
-Me dan envidia los suertudos serenos. No los que logran dominar sus nervios, que también, pero no tanta, porque al menos se lo tienen que currar. Los cabrones realmente afortunados son los que eso les viene de fábrica, los que nada les altera y que parten con esa gran ventaja de base ante cualquier conflicto o momento de crisis.
-Me dan envidia los disciplinados. Yo tengo mucha fuerza de voluntad, soy constante y tenaz, pero mi mente juega conmigo para confundirme y a veces fallo porque me he convencido de que es lo mejor para mi. Los disciplinados también mantienen a raya a su mente. Ojalá yo.
-Me dan envidia los que disfrutan del deporte, los que se sienten bien saliendo a correr, por ejemplo. Yo entreno a cambio de sufrimiento e incluso en las épocas en las que he logrado adquirir el hábito del ejercicio, mi máxima recompensa ha sido no querer llorar todo el tiempo. Jamás he llegado a la fase en la que las endorfinas te hacen feliz.
-Me dan envidia los perracos del infierno que se curan rápido. Emocionalmente, digo. Les dan una buena leche sentimental, laboral, lo que sea y a los dos días están a todo gas otra vez y dispuestos a meterse en otra. Así tienen más probabilidades de ganar, claro. Un éxito está hecho de muchos fracasos.
-Me dan envidia los organizados, los que tiene visión de conjunto y previsión.
-Me dan envidia los cabritos con agilidad mental, no sólo en las conversaciones, sino en la vida. Los que ven rápido la necesidad de reorientar, de corregir el rumbo, de abandonar si es necesario.
-Me da muchísima envidia la peña satisfecha con su vida, contenta consigo misma. Que tiene retos, que persigue sueños, pero que disfruta del ahora y de lo que ya ha conseguido, perdonándose cada mañana.
Menuda panda de cabrones, colegas...
Verás, yo no siento envidia de nadie, pero sí siento, y desde que tengo uso de razón hasta ahora mismo, que estoy en una constante desubicación de todo lo que me rodea.
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