En su día me costó sangre, sudor y lágrimas sacarme el carnet. Aprobé el práctico a la segunda después de cinco millones de clases en las que lo pasaba de puta angustia, porque me sentía una inútil al volante. Seguramente no era para tanto, claro, pero la serenidad no es mi punto fuerte, me imaginaba un siniestro en cada curva y hacía unos nervios de flipar. En cuanto tuve el permiso me alejé todo lo posible del coche para evitar esas malas sensaciones y en unos meses, como era de esperar, se me olvidó conducir. Ni os cuento las megabroncas que tuve con los pobres SpeedyPadres cuando intentaron enseñarme de nuevo en polígonos industriales desiertos, siendo yo la peor alumna de autoescuela de la historia y ellos los profes con menos paciencia del universo. Parecía que jamás conseguiría dominar el volante. Y después me salió un truño de curro en la montaña más alta en la que no quedaba otra que ir en coche cada 10 minutos y, ¡OH, SORPRESA!, conduje de nuevo. MILAGRO. ¿Por qué? Porque no me quedaba otra. A la fuerza ahorcan.
Pienso mucho en esto ahora que varios amigos, al contarles algunas facetas perennemente paralizadas de mi vida, me recomiendan ir a terapia. "Algún bloqueo tendrás ahí", me dicen. Y bueno, no sé si tienen razón pero yo analizo esas situaciones en el pasado y no veo que mi comportamiento fuera determinante en como discurrieron los acontecimientos. Creo que las olas de la vida se generaron de una determinada manera y yo las surfeé como pude. Igual no demasiado hábilmente, eso os lo puedo reconocer, pero en todo caso, el oleaje, la marea, no la decidí yo, me vino de serie.
Siguiendo con la cutre metáfora surfista, lo que mis amigos quieren decir con lo del bloqueo es que quizá yo no cogí determinadas olas por miedo a caerme de la tabla antes de acabar, por ejemplo. O que fuera una onda tan grande que me engullera y me ahogara. Pero yo miro mi pasado y lo que veo, sobre todo, es un mar penosamente calmado, sin apenas rizos y los minúsculos que había, simplemente, no eran para mi.
Si hubiera venido una ola grande, de las potentes, una a la que se le intuyera recorrido hasta la playa, POR SUPUESTO que me habría subido a la tabla. Y a lo mejor estaría cagada de miedo por si me caía, o me hacía daño o tragaba agua, pero lo habría hecho porque cuando viene con la energía suficiente no tienes opción a elegir, o te subes o te subes, como en el coche del párrafo de arriba. A la fuerza ahorcan.
No me atrevo a decir nada al respecto porque sería como hablar sobre ti respecto a lo que comentas y no te conozco. Lo que sí es cierto que cuando superamos nuestros miedos, sean los que sean, no hay límites. Ahora bien, cómo cojones se hace eso, porque no todos lo logran.
ResponderEliminarPero hay que empezar con las cosas pequeñas, lo de esperar a la ola grande suena a excusa.
ResponderEliminarNunca he ido a un terapeuta pero sou muy fan de recomendarlos porque he visto como amigas mías salían adelante gracias a ellos.Y se puede aprender en cabeza ajena.
Cabronidas, cómo decía esa frase célebre de no recuerdo ahora quien, "los miedos, como los límites, a menudo son imaginarios". Efectivamente, cuando superas uno de los dos no hay techo. Ojalá hubiera manual de instrucciones para hacerlo, sí.
ResponderEliminarPseudo, no sé, lo de las olas pequeñas y grandes y las excusas depende del contexto, seguramente no estamos hablando de lo mismo. Y lo de los terapeutas... no sé, re que ayudan mucho en algunos casos y que en otros, simplemente, no tienen nada que hacer.