Nada más acabar en la Academia de Superhéroes todos teníamos que buscar como locos unas prácticas con compañeros de profesión veteranos que nos enseñaran el oficio más allá de la teoría. Cono andábamos muy justos de tiempo, mandábamos nuestro cv a diestro y siniestro para ver si terminaba saliendo algo y como suele pasar en estos casos, o no llegaba ninguna oportunidad en meses o llegaban tres a la vez. Por supuesto, ninguna de ellas era significativamente mejor que las otras, sino todas truñillos de nivel más o menos parecido. ¿Qué significaba esto? Que decidir entre una y otra era tremendamente difícil, porque tenías que distinguir lo menos malo dentro del horror total.
Nunca sabías qué sería mejor para tu carrera, en cuál aprenderías más o harías mejores contactos para el futuro. En cuál sufrirías menos. Recuerdo aquellos días como un angustioso mar de dudas en el que estaba permanentemente presente el terror a "dejar escapar el tren". Y es que lo que de verdad daba miedo era equivocarse, decir que no a algo que podría ser tu pasaporte para un porvenir un poquito mejor que el presente.
Ya os he contado que en esa época hice millones de entrevistas y pruebas para diferentes puestos, algunas de lo más surrealista. Por aquel entonces yo era una cría inexperta, que aún no sabía templar demasiado bien los nervios y a la que le quedaba todo por aprender, así que protagonicé algunas cagadas monumentales y perdí más de una oportunidad. Y más de dos.
Estos días me ha venido una de ellas a la cabeza porque, lo que es la vida, me he vuelto a ver frente a frente con casi la misma situación. Venía a ser más o menos que mi yo jovencita e ilusionada quería a toda costa salvar a la humanidad en misiones de VUELO. Tenía que trabajar VOLANDO o moriría de pena. Así de tontaina era mi yo jovencita. Total, que eché millones y millones de cv en cosas que tenían que ver con volar hasta que me llamaron de una. Fui a la entrevista, me hicieron la prueba de vuelo y como aún era una cría que no sabía nada, me tropecé, aterricé regulero y, como es lógico y normal, no me dieron el curro. Ya veis, menudo drama, tenía toda la vida por delante. Pero mi yo jovencita era una tontaina y se sentó a llorar en las escaleras a la salida de la prueba. Recuerdo perfectamente lo que pensaba: que la había cagado en la única oportunidad de trabajar volando, que nunca conseguiría otra, que había perdido EL TREN.
Lo que es la vida, hace poco he tenido que ir a ese mismo sitio a hacer una prueba parecida. No era exactamente de vuelo, más bien vuelo más salto vertical. Tengo mil años más de experiencia y mil toneladas más de templanza. Y lo que allí se dirimía esta vez me importaba bastante menos. Así que la diferencia fue abismal, claro. No la cagué, lo cual me congratula porque mi nivel de cagadas ya está al límite y no llevamos ni la mitad de mes. Pero vamos, que el resultado me da igual, la cosa no va a ningún lado y me la chufla bastante. Lo que me importa es que a la salida me senté en el mismo escalón de aquella primera vez, visualicé a mi yo jovencita llorando por la mandanga del tren y pensé:
"Ayyyyyyyy, piltrafilla"
Es lo bueno de cumplir años...le restas importancia a taaaaantas cosas.
ResponderEliminarHas aprendido mucho desde entonces
ResponderEliminarYo también pienso en estas cosas de vez en cuando y me dan mucha felicidad. Es lo bueno de ser adulto (qué raro se me hace llamarme "adulto"): que uno está mucho más seguro de lo que hace, le importa mucho menos lo que piensan los demás, y toma decisiones con más facilidad y libertad.
ResponderEliminarPseudo, eso es verdad, por suerte para mi, porque aunque conforme pasan los años me voy moderando, sigo convencida de que moriré de exagerada. Imagina como sería hace unos años. jajajaj
ResponderEliminarPapaCangrejo, pues sí, y menos mal porque era una pava.
Tarambana, a mi también s eme hace raro que te llames a ti mismo "adulto". Por algo será jajaja