Tengo un dilema moral.
¿Sabéis cuando veis claro que alguien va a estrellarse, que se va a dar una leche de campeonato, pero no podéis avisarle? Porque es su vida, porque no sois quien, porque no serviría de nada hasta que se de cuenta por si mismo...
Les pasará mucho a los padres con sus hijos, supongo.
Yo no soy madre, pero una persona que aprecio se está metiendo en un bullullu del que va a salir llorando SE-GU-RO. Pero vamos, fijo. Sin atisbo de duda. Y sí, en esta vida nunca se sabe, y los milagros existen y siempre pueden llegar goles mágicos antes del pitido final y todo lo que queráis, pero que no. Que en este caso se distingue a la perfección desde fuera que no hay partido. Y ella ahí, de cabeza.
Va a llorar y me da pena. Y ya sé lo que me vais a decir: que es parte de su camino, que será una experiencia que la va a hacer más fuerte y que va a conformar su yo verdadero para encontrar lo que realmente es para ella. Y siendo verdad todo eso os diré que meh. Que como graduada cum laude en leches morrocotudas opino que nos mandan muchas más mierdas de las necesarias para componer nuestro verdadero yo. Que hay peña por ahí perfectamente diseñada con muchos menos marrones y que algunos putadones nos los podríamos ahorrar, la verdad. Como los que no van a ninguna parte.
A mi me habría gustado que alguien me hubiera advertido de un par de hiroshimas de mi trayectoria vital para poder esquivarlos. ¿Habría servido de algo? Vosotros decís que no, yo pienso que nunca lo sabremos.
Por eso ahora quiero avisarla, para quedarme tranquila de que yo he hecho mi parte. Pero creo que no puedo y que quizá no debo. Y así, fumata blanca, habemus dilema moral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Eh, no te vayas sin decir nada! No tengo el superpoder de leerte la mente.