Hablar del tiempo solía ser una solución de compromiso para situaciones incómodas, un tema neutro, sin polémicas, pero también soso, repetitivo y sin pizca de emoción.
HASTA AHORA
Este ¿verano? (lo llamo así por entendernos, porque los cierto es que no sé si se merecería ese nombre) nos ha tenido en guardia a todas horas, sin darnos ocasión de aburrirnos y mucho menos de relajarnos. Cuando creíamos que ya le habíamos cogido el truquillo a a cosa y que podíamos más o menos predecir lo que nos esperaría al día siguiente... ¡ZAS! cambio drástico. Lunes: 5 millones de grados, 8000 personas ingresadas por golpes de calor, huevos friéndose sobre el asfalto. Jueves: -7 grados, saca el nórdico y el abrigo de la nieve. Domingo: cae tal tormentón que las carreteras se convierten en ríos, literalmente. Todo tranquilidad y cero estrés, como se puede comprobar.
En medio de esta movida yo me he puesto morena sin planificación, sin orden ni concierto, lo que se traduce, como os podéis imaginar, en el caos supremo. Típica excursión a 58 grados en la que crees haberte aplicado protector solar, aunque quizá no y no lo recuerdas porque el calor que has acumulado en tu cuerpo apenas te deja acordarte de tu propio nombre. En esas circunstancias tu espalda puede acabar a topos blancos y negros si la camiseta que llevas tiene agujeros por detrás. Que no es que me haya pasado a mi ni nada, ¿eh? ¡Qué va!
Y en el caso de que me hubiera ocurrido (que no ha sido así, PARA NADA) habría podido pensar que mi bronceado iba a igualarse en la siguiente sesión de piscina. Lo que seguramente no habría supuesto es que dicha sesión sería después de 3 danas, 8 huracanes y 20 tifones y que hasta entonces habría lucido un tatuaje de contrastes de tonos blancos y negros en la espalda que poco le iba a envidiar a las composiciones cubistas picassianas.
Y por si fuera poca desgracia llevar un Picasso regulinchi en la retaguardia, ahora el verano ha decidido hacer dejación de funciones con antelación y traer consigo por adelantado una de las peores cosas del final del estío: la roñilla posvacacional.
Sí, amiguis, ya estoy empezando a dejar por todas partes rastros de mi ADN en cantidades suficientes para poner en serio riesgo el trabajo.de cualquier delincuente profesional que se precie. Lo que se traduce en un sospechoso e incómodo reguero de mugre que voy dejando allá donde voy y una cada vez más distorsionada creación vanguardista, posmoderna y bicolor en mis cuartos traseros. O dicho en palabras llanas: el horror total, vaya.
Yo contaba con quince días más para arreglar el cuadro (nunca mejor dicho) de mi bronceado desigual y mantener a raya el desquebrajamiento de la obra. Sin embargo parece que este verano perezoso ha decidido declararse en huelga de brazos caídos antes de lo previsto y descuadrarnos los planes a todos.
¡Qué paciencia hay que tener, de verdad!
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