"Ya no escribe como quien grita atrapada en una tormenta, pero si como el que ha aprendido a reconocer la tristeza cuando toca a la puerta, a sentarse con ella a escucharla y a dejarla ir cuando su mensaje ha sido comprendido.
Su música dejo de ser una discusión contra la adversidad y paso a ser una conversación más profunda con la vida entera."
¿Qué pasa cuando la tristeza no trae ningún mensaje, cuando viene solo por la sostenida ausencia de alegría? ¿Cómo se puede dejar de discutir con la adversidad cuando esta parece profundamente injusta?
¿Ya se me han vuelto a pasar los días sin entrada? Puede ser. ¿Voy a dejar esto en blanco? Ni de coña. ¿No me queda otra que recurrir a Kun Fu Panda? Ni confirmo ni desmiento.
Pero en realidad esto no es tan cutre como parece porque no voy a poner lo típico del ingrediente secreto. Resulta que depende de cuando veas una peli o leas un libro te dice unas cosas u otras y a mi esta joya del Séptimo Arte (no irónico, no seáis adultos juzgadores) últimamente me manda mensajes distintos. No sólo lo que dicen en el vídeo de arriba, sino un diálogo del que ahora no encuentro el corte, pero que seguro que recordáis. Cuando el maestro le dice al discípulo: Vamos a creer, porque es lo único que nos queda por hacer.
Y ese es exactamente mi caso. Cuando ya has subido, bajado, entrado, salido e intentado todo lo humanamente posible sólo te queda probar algo que nunca hayas probado. Yo, en concreto, confiar. CREER en que todo saldrá bien al final.
Lo voy a confesar, porque luego todo se sabe, incluso en los blogs anónimos.
Sí, me he saltado unas cuantas entradas. Y sí, las cuentas de los post mínimos de abril van reguMAL y eso que llevaba una trayectoria inmejorable en los primeros meses del año. Pero, ¿es mi culpa? No del todo.
Lo que ha ocurrido es que, como pasaba en los albores de este rinconcito que ya tiene una edad, otras artes se han interpuesto en la tarea escritora, obligando a transferir horas de dedicación de unas a otras. Y vosotros preguntaréis: ¿qué artes? Y yo os respondo: ¿qué artes van a ser, si soy un zote cantando, dibujando y ni te digo esculpiendo? Pues las memeces teatreras, hijos míos, qué va a ser si no.
Que he estado metida en un bullullu de ese negociado, que como he contado en muchas entradas, es mas que subirse a un escenario. Los ensayos, la escenografía, el vestuario, los cambios de última hora, millones de detalles random y su santa madre son un agujero negro de tiempo en el que se sabe ccuando se empieza, pero no cuando se acaba. Y tú miras desde el interior del torbellino de pases y nervios que falta seguridad en el texto y atrezzo y decoración y ropa y sitios para moverse y piensas: bua, esto va a ser un cuadro. Y al final no. Al final todo sale bien. ¿Cómo? No se sabe, es un misterio. Ya lo decían en esa joya de película que es "Shakespeare in love".
Así que, sí, aventura teatrera finiquitada con éxito. Ha sido, además, una experiencia chula en la que he podido hacer labores distintas a la actuación que me han gustado mucho, me han dado ideas y me han animado a escribir cosas nuevas. No sé si aquí, ya se verá. Pero por aquí nos seguiremos encontrando, claro.
Por ahora, ánimo con el lunes y ahora que ya parece que empieza el buen tiempo... por la sombra, bombones.
¿Sabéis cuando veis claro que alguien va a estrellarse, que se va a dar una leche de campeonato, pero no podéis avisarle? Porque es su vida, porque no sois quien, porque no serviría de nada hasta que se de cuenta por si mismo...
Les pasará mucho a los padres con sus hijos, supongo.
Yo no soy madre, pero una persona que aprecio se está metiendo en un bullullu del que va a salir llorando SE-GU-RO. Pero vamos, fijo. Sin atisbo de duda. Y sí, en esta vida nunca se sabe, y los milagros existen y siempre pueden llegar goles mágicos antes del pitido final y todo lo que queráis, pero que no. Que en este caso se distingue a la perfección desde fuera que no hay partido. Y ella ahí, de cabeza.
Va a llorar y me da pena. Y ya sé lo que me vais a decir: que es parte de su camino, que será una experiencia que la va a hacer más fuerte y que va a conformar su yo verdadero para encontrar lo que realmente es para ella. Y siendo verdad todo eso os diré que meh. Que como graduada cum laude en leches morrocotudas opino que nos mandan muchas más mierdas de las necesarias para componer nuestro verdadero yo. Que hay peña por ahí perfectamente diseñada con muchos menos marrones y que algunos putadones nos los podríamos ahorrar, la verdad. Como los que no van a ninguna parte.
A mi me habría gustado que alguien me hubiera advertido de un par de hiroshimas de mi trayectoria vital para poder esquivarlos. ¿Habría servido de algo? Vosotros decís que no, yo pienso que nunca lo sabremos.
Por eso ahora quiero avisarla, para quedarme tranquila de que yo he hecho mi parte. Pero creo que no puedo y que quizá no debo. Y así, fumata blanca, habemus dilema moral.
Iba a decir una cosa, pero como llevo en la blogoesfera más años que un árbol, se me ha ocurrido mirar a ver si ya lo había contado y resulta que sí, que esta turra ya tenía su check hace una década. Pero me he puesto a leer lo que escribí y resulta que dos lustros después sobre los mismo pienso distinto.Así que vamos al lío.
No os habréis dado cuenta porque en este blog apenas se nota (ejem ejem) pero una de mis peores condenas es un super mega maxi pesimismo extra de queso que me hace mirar un donut y ver sólo el agujero. Esto me venía en parte de manera natural y en parte como sistema de protección, en plan quien se pone en lo peor no tiene nada que perder. Me enteré que eso era una técnica extendida que incluso tenía nombre científico y en ese momento me pareció algo positivo que mi cerebro "amablemente" usaba para cuidarme. ¡JA! Ilusa...
Diez años después he aprendido a las malas que mi mente antes muerta que remar a favor de obra, que antes muerta que facilitarme la vida, que antes muerta que ayudar. Y que OBVIAMENTE esa super negatividad dopada con toneladas de esteroides sólo servía para verlo todo negro tizón, sufrir como una perra, dar la guerra por perdida antes de empezar y autosabotearme en batallas que ya nunca sabremos si podría haber ganado yendo con una mentalidad y un ánimo mejores. Ojalá en ese momento haber leído este hilo de Twitter
No habría servido de nada, supongo. No me lo habría creído. He necesitado una década para darme cuenta de la chasta que me estaban haciendo mis maravillosas neuronas y aún ahora, sabiéndolo, trato con todas mis fuerzas de combatir esa tendencia equivocada y casi nunca lo consigo. El peso de las malas costumbres.
Si me encontrara a mi yo del pasado primero seguramente le pegaría y después le daría un único consejo: tienes al enemigo en casa, en concreto encima de las cejas. No te fíes.
Antes me hacía gracia que mi vida fuera como una permanente cámara oculta. Me reía, lo contaba, lo escribía. Pero, de verdad, como broma ya ha valido. Como dirían en ese clasicazo de peli que es "A propósito de Henry" (ahora no encuentro el clip) cuando se tiene suficiente se dice hasta donde. Así que, oye, a quien corresponda: ¡¡HASTA DONDE!! ¡¡BASTA YA!! ¡¡STOP!! ¡¡CRUCIS!!
No voy a dar la chapa, pero cuando intentas algo y no sale. Intentas lo otro y no sale. Intentas lo de más allá y no sale. En todos los ámbitos de tu vida. Cuando te turran con instrucciones contradictorias como "si quieres algo, haz cosas para conseguirlo" y "no puedes hacer las cosas esperando conseguir algo porque si no lo logras te frustras". Cuando de verdad ya no sabes por donde tirar, porque lo que hay no es y no encuentras forma humana de cambiarlo. Entonces empiezas a pensar que te han echado mal de ojo, que eres gafe, que estás maldita. Y te acercas peligrosamente a la zona esoterifriendly.
Bolas de cristal. Cartas del tarot. Astrología. Limpiezas de aura. Baños de sal. Numerología. En serio, estoy a un telediario de llamar al maestro africano Kumbu que deja fotocopias cutres en el parabrisas de los coches prometiendo ahuyentar todo tipo de espíritus y energías negativas.
"Sentir ese nivel bajo y constante de felicidad que en los mejores momentos de la vida fluye por debajo de todo lo demás, como un amortiguador entre tú y el mundo que te rodea"
(La novela del verano, Emily Henry)
Es exactamente eso. Un flotador, un protector, una tirita antirozaduras de la realidad. Porque la vida es un viaje movido, lleno de frenazos, curvas y a veces hasta accidentes con vueltas de campana. Para todos, nos e libra nadie, aquí cada uno tiene lo suyo. Sólo que a algunos les dan airbags para mitigar los golpes y a otros no.