Mi adicción empezó como todas, de forma inocente. Poco a poco, sin darme cuenta y ya desde pequeña. Ni siquiera recuerdo la primera vez que lo probé, ni quien me lo ofreció. Tampoco debió de impresionarme mucho ese momento, porque me acordaría, ¿no?
El caso es que pronto empezó a estar cada más presente en mi vida, hasta hacerse habitual y cotidiano. Al principio, los que me querían intentaron controlarme, por mi bien. Me pidieron que lo tomara sólo dos veces por semana y lo intentaron limitar a los días de fiesta, a las celebraciones a los cumpleaños. Trataron de convencerme de que no convenía abusar y que debía tomarlo sólo cuando me apeteciera de verdad, cuando realmente lo necesitara.
Pero los años pasaron y los que me querían dejaron de tener tanto peso en mis decisiones. No podían vigilarme a todas horas y yo pensaba que exageraban, que el tema no era tan grave y que no importaba si tomaba más de lo que ellos decían. Y fui incrementando la dosis poco a poco, sin darme cuenta. Al principio dos veces por semana, luego tres, luego cinco... hasta que se hizo diaria.
Me encantaba ese hábito, me hacía feliz y no veía peligro alguno en él. Como todos los adictos, decía “yo controlo” y realmente lo pensaba hasta que un día, de repente, no pude conseguir mi dosis y me noté ansiosa, nerviosa y de mal humor... Aquello era una señal clara, pero no quise verla. Me convencí a mí misma de que me había pillado con mal cuerpo y seguí con mi hábito, que por aquel entonces ya repetía dos veces al día.
Los años pasaron, mi adicción creció y toqué fondo un día que me descubrí a mí misma subida a una escalera rebuscando en el fondo del armario, en los huecos de las lámparas y en las partes traseras de los cajones para encontrar un poco. En ese momento tuve la certeza de que estaba enganchada y quise buscar ayuda.
Y aquí estoy, contándoos mi caso. Porque sé que hay muchos en mi situación, aunque no se atreven a confesarlo. Y para evitar que los que aún no lo están, lleguen a mi estado. Así que compañeros, lo reconozco.
Hola, soy Speedygirl, y soy adicta al chocolate (al de pastelería, ¿eh?)
Te comprendo perfectamente. Yo estuve en tu misma situación hasta que logré superarlo. Me gustaría decir que lo logré gracias a un ímprobo esfuerzo de voluntad, pero para mi vergüenza, mi remedio tuvo que ser más radical...
ResponderEliminarYa no compro chocolate. Jamás. Ni dulces, ni nada que se le parezca. Radical, sí. Pero efectivo.
Bienvenida Speedy!! Siéntate en este círculo que formamos. Te ayudaremos.
ResponderEliminarYa somos 452,676, 302 millones de adictos.
De verdad, bienvenida.
¡Te queremos, Speedygirl! Yo estoy acaparando, no vaya a ser que también lo declaren ilegal y acabe asaltando a pobres abuelitas para conseguir mi dosis.
ResponderEliminarZor, ¿tú? ¿adicto al chocolate? ¡Te pega cero! Y yo también intenté usar el remedio de no comprar, pero es que no puedooooooooooooooooooo. En el supermercado mi mano adquiere vida propia y compra tabletas y nocilla contra mi voluntad. XD
ResponderEliminarJuanRa, ya sé yo que somos unos cuantos en este club, ya... de tí me esperaba esta confesión desde tu post en que afirmabas: "La fruta NO es un postre, es otra cosa" XD
Doctora Anchoa, pues no acapares mucho, a ver si nos vamos a quedar los demás sin nada... XDDDD
¿Que no me pega? ¿Por qué? Pero si está rico y además segrega unas endorfinas que son magníficos sustitutivos de... esto... bueno, de cosas que yo hace tiempo que no hago... Vamos, que doy todo el perfil.
ResponderEliminarA cuadros me dejas, ¿por qué dices lo de que no me pega?
A Zor sí le pega, mujer. De hecho creo que llegó a denunciar al chocolate por malos tratos. Qué palizas!!
ResponderEliminarZor, pues no tengo ni idea de porqué pensaba que no te pegaba... no sé, era un impresión. La mayoría de mis amigos/conocidos/familiares chicOs no son muy aficionados al chocolate, igual por eso generalizo. Pero vamos, que me lo apunto, que los chocoadictos tenemos que apoyarnos. XD
ResponderEliminarJajaja, JuanRa tú estás fatal de lo tuyo, pero fatal, fatal, ¿eh? XDDDD