domingo, 27 de noviembre de 2016

¿Elegir? pareja

Tengo curiosidad... ¿Vosotros creéis que elegís vuestras parejas? Quiero decir... No me refiero a cuando decides NO estar con alguien porque te trata mal, o porque no te puedes fiar o porque no te gusta, sin más. Creo que todos decidimos NO estar con alguien, eso SÍ es una decisión, pero ¿estar? Eso no estoy yo tan segura de que se decida. Y como lo que estoy escribiendo parece una memez y una perogrullada voy ver si consigo explicarme.

Primero voy a apartar los casos de la gente que decide estar o no estar con una persona por interés y no por sentimientos, Esos/as con un Cupido asombrosamente certero que misteriosamente SIEMPRE se enamoran de millonarios/as, o de gente que les puede favorecer en su trabajo o de cualquiera que les convenga de alguna manera.No digo que eso sea mejor o peor, simplemente es otra cosa distinta a la que estoy intentando analizar.

Y ahora, centrándonos en los que quieren que alguien sea su pareja porque les atrae, les gusta o están enamorados de ella: ¿Se puede decir que ellos/as escogen su pareja? Quizás si tienen una legión de "aspirantes para el puesto" y tienen que seleccionar uno de ellos. Y aún en esos casos, entiendo que no te gustan todos igual, que te quedarás con el que te haga más tilín, ¿no? ¿Y eso es una decisión? Quiero decir... ¿Se decide quién te atrae, quién te gusta, de quién te enamoras?

Por lo visto parece que sí. Que tu inconsciente busca determinados rasgos (por las razones que sean) y cuando los percibes en otra persona o incluso los intuyes aunque no se hayan mostrado de ninguna forma, te enamoras. Eso dicen. A mi eso no me termina de convencer, qué queréis que os diga. Si no sabes algo, no lo sabes. ¿Después de años de relación sin un problema ni medio de repente tu pareja te empieza a maltratar (física o de cualquier otra forma) y resulta que en realidad tu subconsciente ya sabía que él/ella era así? Pues hombre, no sé, un subconsciente muy listo me parece ese. O menos dramático: te cuelgas de un/una caradura porque te ha vendido una moto como un castillo. Tú te lo crees total, compras su historia y luego resulta que todo era una sarta de mentiras. ¿Se olía tu inconsciente que estabas con un/a sinvergüenza? Pues no creo. Me parece más probable que a ti y a tu inconsciente os hayan hecho el timo de la estampita. Una explicación mucho más plausible, qué duda cabe.

E incluso haciendo de abogada del diablo y creyéndome eso del inconsciente sabelotodo al que no se le escapa ni una... Aún en esos casos, ¿la pareja se elige? Quiero decir,.. ¿Puedes decidir esos rasgos que se supone que tanto busca tu inconsciente? ¿Puedes hacer que deje de buscarlos o que busque otros? No, ¿verdad? Entonces... ¿dónde está la elección?

viernes, 25 de noviembre de 2016

¡SABOTAJE!

"La autoestima-alta o baja- tiende a generar profecías que se cumplen por sí mismas"

"Hay personas que se sabotean a sí mismas cuando les va bien. Lo hacen cuando el éxito choca con sus creencias implícitas sobre lo que es apropiado para ellos. Les asusta alcanzar algo que esté más allá de los límites de la idea que tienen de sí mismos. Si el concepto personal no se puede acomodar a un determinado nivel de éxito y si el concepto de sí mismo no cambia, se podría predecir que la persona encontrará formas de autosabotaje"

"Más gente de la que parece prefiere quedarse en su territorio seguro, luchando por progresar pero sin llegar a despuntar. Allí se sienten cómodos"

"Cuando nuestra ilusión de autoestima se basa en el débil apoyo de no ser cuestionado nunca es sólo cuestión de tiempo que explote la bomba de relojería que llevamos dentro"

A ver si después de darle tantas vueltas, mil años y millones de entradas de este blog, resulta que tenía el enemigo en casa...

Me quedan 300 páginas por delante, pero por ahora pinta bien.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Poniéndome en forma (o intentándolo)

No se lo digáis a los supervillanos, pero últimamente andaba un poco baja de forma. Un poco nivel "se me sale el corazón por la boca cuando corro dos metros para coger el autobús".  Mis obligaciones laborales y mi encarnizada guerra contra los kilos no me dejaron más opción que ponerme las pilas en forma de gimnasio. Y sólo tengo una cosa que deciros: ¡Madre del amor hermoso qué horror!

Es que no sé ni por donde empezar... Así que empezaré por lo evidente: la ropa. Pero, pero, pero, pero... ¿qué se pone ahora la gente para ir al gimnasio? Esas mallas mega-apretadas, esas camisetas de escotes imposibles... Cuando yo hacía deporte, es decir en el Pleistoceno Superior, las prendas deportivas tenían la decencia de dejarte respirar de vez en cuando... Ahora no he sido capaz de comprarme nada de lo que se supone que hay que utilizar, así que llevo mis pantalones de chándal anchos y mis camisetas de propaganda.. y el resultado es que parezco la mamá de los demás usuarios de las instalaciones. La sensación es un poco como ir tan anácronica como estos de abajo...


... pero sin ese estilo tan retro y con un poco más de dignidad.

(Espero)

Ni que decir tiene que llevo dos semanas apuntada y ya me conocen todos los profes, encargados y miembros del personal del gimnasio. ¿Por mis dudosas habilidades deportivas? No hijos míos, no. Porque he liándola a cada momento, por supuesto.

-Primer día, primera máquina, primer ejercicio.
     -Te pongo este peso
     -Va a ser mucho cartucho
     -Te bajo un poco
     -Sigo sin verlo claro.
     -Pues te pongo el mínimo
     -Bien, ya podemos cambiarnos de máquina, no soy capaz de mover un milímetro con      el mínimo peso, así que aquí no tenemos nada más que hacer.

-Segundo día, segunda clase colectiva
      -Hacemos equilibrio sobre esta media pelota de nombre impronunciable. No, pero     con la pierna izquierda. No, pero sin el brazo. No, pero recta. No, pero encima de la     media-pelota. Bueno, mira, Speedy (¿te llamabas Speedy, no?) tú hoy tómatelo con     calma, puedes quedarte en el suelo riéndote como hasta ahora, que la risa también    ejercita los abdominales y ya si eso la clase la haces otro día. Con OTRO PROFESOR,     si es posible. Gracias.

-Tercer día, después de la tercera clase.
      -¿Y este señor con un martillo en las duchas?
      -Que las están arreglando, ¿te importa que esté mientras te duchas o le digo que     salga?
      -Chica, deja al hombre que trabaje, más se va a asustar él que yo con las pintas que    traigo después de la paliza que me han metido en clase.


Sólo os diré un cosa para que conste: si tienen que comprar pronto nuevos sacos de boxeo yo no sé nada del tema, ¿eh? No tiene nada que ver lo desestresada que estoy últimamente después de liarme a patadas y puñetazos como si no hubiera un mañana... Na-da-que-ver.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Finde horribilis

No es que este finde semana haya sido malo, no. Es que ha sido peor. Bueno, no, tampoco. Tendrían que inventar una palabra nueva y añadirla al diccionario para que yo pudiera expresar por escrito la castaña pilonga que han sido los últimos días. Un zurullo total, en serio.

¿Que por qué? Pues podría daros una lista infinitérrima de motivos, pero me voy a limitar a ir poniendo unos cuantos aleatoriamente tal como me vayan viniendo a la cabeza, para que os hagáis una idea.

-Para empezar (por empezar por algún sitio) este finde me ha tocado currar defendiendo a la Humanidad, lo cual ya es un mal comienzo de por sí. Que sí, que sí, que sí, que el Bien Común, que una gran poder conlleva una gran responabilidad, que si tal, que si Pascual... pero que los supervillanos podían atacar de lunes a viernes, que aquí todos queremos días libres, yo como la que más.

-Llevo la tira de días sin internet en casa, básicamente porque me he fundido todos mis megas antes de lo que debería y ahora mi velocidad de conexión se parece a la de una tortuga coja. Y por eso mismo en estos días me ha dado tiempo a preguntarme repetidamente: ¿Cómo conseguíamos sobrevivir en la era pre-Internet? Ni idea.

-Estoy desarrollando un nuevo superpoder que aún no sé si utilizar para el bien o para dominar el mundo. Por lo visto para algunos soy invisible. Supongo que estos nuevos poderes aún se me tienen que fortalecer porque no me pasa con todo el mundo, sólo con algunos. Y ni siquiera son los "algunos" que yo habría elegido para empezar a usar esa habilidad.

-Me duele todo. To-do. Y lo vais a entender perfectamente con una sola palabra: gimnasio. No voy a entrar en el detalle porque esto tiene un post. A ver si cuando vuelva a tener Internet lo escribo...

-Mi coche ha decidido hacer pum unilateralmente y sin previo aviso. Dos días después de pasar la ITV, de repente, di las luces y se encendió la radio, accioné el cierre centralizado y se bajaron las ventanillas. Y al final apareció un sospechoso piloto amarillo que supongo que significa que en el taller me van a sacar un ojo de la cara. Y eso si consigo llegar hasta el taller sin tener que llamar a la grúa, claro...

Diría que es una suerte que se haya acabado el finde, pero este lunes ha mantenido (e incluso incrementado) el nivel de zurullez de los últimos días. No quiero ni pensar lo que me queda por delante Voy a ir haciendo testamento.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Mi trauma Disney

Sé que últimamente estoy muy pesada con lo de los kilos. Lo sé. Pero es que, como a estas altura seguramente ya habréis sospechado, en la crisis de insubordinación de mi báscula el problema de fondo no son los gramos polizones que se me han colado al abordaje. Eso me joroba, claro, pero no es el problema de fondo. El problema en realidad es que mi vida va mal. No voy a entrar en el detalle porque pa'qué, pero el caso es que tengo la tira de temas que no encauzo ni a la de tres. Eso me entristece, me cabrea, me indigna y me desespera a más no poder. Y por eso mismo, cuando junto a los megaproblemones que no consigo controlar ni a tiros me aparecen miniproblemillas tocacojones, se me llevan los demonios, porque pienso: "Si, hombre, ya  y qué más, lo que me faltaba". Y como son problemas mini y por tanto más o menos controlables, los intento sacar del terreno de juego cuanto antes, porque a menos bulto, más claridad. Y porque ya tengo suficiente con lo que tengo, ¿no?

El asunto de los kilos insubordinados está resultando mucho menos controlable de lo que yo me esperaba y me cabrea especialmente porque las películas de Disney de institutos americanos han hecho mucho daño. Me voy a explicar. En estas joyas del Séptimo Arte en el que el mayor problema de los personajes es encontrar una pareja para el baile, siempre se produce en algún momento de la trama un cambio de imagen que consigue que el/la prota, hasta ese momento prácticamente invisible, sea de repente listo, divertido, popular y seguro de sí mismo. Yo, como todos, he sido niña y por tanto influenciable y por eso estos prodigios de la gran pantalla han colado en alguna parte de mi subconsciente que un cambio físico siempre ayuda a que todo mejore. Una tontada, ya lo sé, pero es la tontada que Disney plantó en mi cerebro y que allí sigue. Y que es, seguramente, la principal responsable de que estos kilillos de más me molesten como me molestan.

Porque aunque mi yo realista sepa que es mentira, mi yo absurdo quiere creer que cuando alcance mi peso ideal mis problemas van a desaparecer mágicamente. Que cuando vuelva a entrar en mis vaqueros imposibles, la gente dejará de tomarme por el pito del sereno. Que cuando necesite un agujero más en el cinturón, los planes guays se multiplicarán. Que cuando baje dos tallas, me dará igual que determinadas cosas no vayan a pasar nunca.

Cuando mi báscula me de el ok (si es que llega a dármelo algún día) no me quedará otra que admitir que mi yo absurdo era un iluso y que nada de eso va a ocurrir por arte de magia. Pero qué queréis que os diga, ya cruzaremos se puente cuando lleguemos a ese río.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Escritura hipocalórica VI

Ya os conté que mi guerra contra lo kilos iba regulera. Endurecí la política de ajuste y racionalización de ingesta de calorías, saqué las tijeras favoritas de Rajoy y sus compinches e hice recortes en mi dieta. Muchos recortes, de hecho. Peeeeeeeeeero, que si quieres arroz, Catalina. Mi báscula seguía sin darse por aludida.

Así que decidí recurrir a la artillería pesada,  hacer caso a la siempre sabia Pseudo y poner en práctica el consejo que me dio en esta entrada: sacar del terreno de juego alimenticio al gluten y la lactosa. Tarjeta roja, expulsión directa. Al banquillo.

No parecía un plan muy complicado, hasta que te introduces en el maravilloso mundo de las etiquetas alimenticias y descubres que todo, absolutamente todo, lleva gluten. O lactosa. O las dos cosas a la vez. Y claro, entonces empiezas a sospechar por qué quitar esos elementos de la dieta es tan eficaz: Porque reduce los productos permitidos a aire y agua. Y bien es cierto que el aire y el agua no engordan nada de nada, es verdad.

Así las cosas, yo estos días más que hambre, tengo ansia viva, que diría José Mota. Empecé el martes y ya me siento más o menos así.



Que vosotros me llamaréis exagerada hasta que os diga que un día ya no soportaba más mi jornada laboral sin comer algo y no encontré en la tienda de al lado de mi curro ningún elemento permitido excepto pepinillos en vinagre. Así que ya me veis allí, engulliendo pepinillos como si no hubiera un mañana ante el desconcierto general de compañeros de trabajo y clientes que no hacían más que preguntar: Pero, ¿a qué huele aquí? ¿A vinagre?

Si, hijos míos, sí, a vinagre. No me hagáis hablar, anda...