domingo, 24 de marzo de 2024

A funcionar

Me duele el pecho. En sentido literal y figurado. 

Figurado porque estoy llevando regumal la última pedorreta que la vida me ha hecho en la cara. Que no es tampoco que haya sido mucho peor que otras anteriores, también os digo, pero no sé... esta me ha dejado para el arrastre. Más que por intensidad por acumulación, creo yo. Cuando aguantas una leche y otra y otra y otra y de repente viene una galleta camuflada que tarda en rebelarse como tal, quieres creer que se acabó la paliza. Que tras sonar la campana habías conseguido llegar al final del combate en pie. Sin embargo, mientras estabas despistada mirando al público con los brazos en alto... ¡zas! ¡gancho de derecha y de cara a la lona! KO técnico. Y tirada en el suelo no piensas en el daño que te ha hecho el último golpe, sino en lo que te han ido debilitando todos los anteriores. En el cuerpo, sí, pero sobre todo en el alma. En el ánimo. En las reservas de energía para seguir adelante. En la cantidad de fe mínima para afrontar el futuro con un poquito, UN POQUITO, de confianza.

Y por eso decía que me duele el pecho en sentido literal. Porque mi vida repartiendo ostias como panes unida a Putin y sus bombas nucleares, la Tercera Guerra Mundial enseñado la patita por debajo de la puerta y la Inteligencia Artificial usada para todo menos para algo bueno ha disparado mi tasa de pesimismo (ya de por sí alto) a niveles estratosféricos. Parece mentira que hemos pasado una pandemia antes de ayer que nos tenía cagados a tope con lo venidero y ahora tengo aún más miedo, si es que eso es posible. Y por primera vez el terror se me ha agarrado al pecho. Lo noto ahí, estrujándome el corazón como un mono la rama de un árbol, clavándome sus zarpas.

Había leído a otras personas describir su ansiedad de modo parecido, pero nunca me había ocurrido a mi de forma física. Siento literalmente un bicho dentro de la caja torácica que apenas deja espacio para que entre el aire y poder respirar profundo. Y la verdad, no sé qué hacer.




martes, 19 de marzo de 2024

I can't



No puedo con la vida. De verdad os digo que no puedo. Como cuando era Pepita Pulgarcita, solo que peor.

En serio



martes, 12 de marzo de 2024

Mañana


Ojalá.

O sea... ya sé que es así. Que todo pasa. Que la vida sigue. El problema es que por mucho que me esfuerzo no consigo visualizar un futuro distinto. Mejor.

Me siento agotada de aguantar, de resistir, de esperar contra toda esperanza a que llegue lo bueno. Quiero creer de verdad que esta mierda de día va a acabar y que mañana mejorará. Pero no me lo creo. Y no sé qué hacer.

jueves, 7 de marzo de 2024

¿Y?

Si ya de normal mi estilismo capilar y mi imagen física no están muy arriba en mi escala de prioridades, imaginad con la época de mierda que llevo ahora encima. Demasiado que no salgo en batamanta a la calle, así os lo digo. Más si cabe teniendo en cuenta que estoy comiendo fatal y durmiendo nada y menos, lo que me convierte en un muerto viviente con peor cutis que la media. Así las cosas, para intentar arreglar algo recurro a cremas supuestamente milagrosas que ya imaginaréis que lo de los milagros lo llevan regulinchi. Y al no ver resultado alguno me quedo mirando fijamente al bote y digo muy al estilo Mafalda...



martes, 5 de marzo de 2024

OT y la lucha

Soy de las pocas españolas con cierta edad que no vieron el primer Operación Triunfo. Me enteré de cosas porque era imposible no enterarse, pero no me despertó ningún interés. Después he visto trozos de algunas de las siguientes ediciones y cuando he llegado a conocer a alguno de los concursantes sí que me he vinculado algo más. No por el reality como le pasa a la mayoría, sino por la narrativa.

Lo leí el otro día en una de las tronchantes crónicas de Juan Salguino y es verdad. OT engancha por la narrativa del programa, porque ves jóvenes ilusionarse, progresar, vencer dificultades, superarse. Porque ves a chavalillos haciéndose la gran pregunta "¿quién soy?" y a veces encontrando la respuesta. Y eso, como un partido reñido de cualquier deporte, tiene mucha épica.

A mi lo que más me llama la atención es la forma de afrontar los malos momentos. Será porque yo trabajo fatal bajo presión, cuando las cosas se complican lo veo todo negro y me hundo, pero la gente que se crece ante la adversidad me flipa. No sólo la que en los momentos clave consigue sacar su mejor versión, a pesar de los nervios. También esos que saben darle la vuelta a algo que ha empezado mal. Los que mantienen la buena actitud, la positividad. Los que no lo dan todo por perdido, los que REALMENTE creen que tienen una oportunidad para conseguirlo y la aprovechan. Aunque las apuestas estén contra ellos. Aunque el horizonte se vea negro tizón. 

Y yo pienso que la clave es esa, que su esperanza es REAL, cierta, que DE VERDAD creen que la victoria es posible. No lo intentan por si acaso. No piensan que hay que lucharlo hasta el final por quedarse tranquilos. En el fondo de su corazón sienten que puede salir bien. Están convencidos que a veces tirar desde el otro lado de la cancha en el último segundo puede convertirse en un partido ganado.

Admiro a esa gente porque a mi eso me parece un prodigio, un milagro, un imposible. Mi tendencia natural es a matar toda esperanza, lo que (estoy segura) me suele conducir a fracasos que no tendrían por qué serlo. Aún así lo intento siempre, para que no se diga.

Cuando me dejan, claro.

Hay veces que no depende de ti. Que hay otras personas que tienen que querer dar la batalla contigo y no quieren. Que no te permiten saltar al campo a lucharlo hasta el pitido final. Y eso es lo peor porque te comes el fracaso en vacío, sin el mínimo consuelo de haberlo peleado al máximo. Y encima actúa como una calza que mantiene la puerta abierta y dificulta que des carpetazo al asunto, que se te queda enganchado en bucle en la cabeza.

Las puertas entreabiertas son la hez. Ojalá no os toque sufrir ninguna.