Después del sinvivir de ser superheroina, contadora de cosas y sobre todo después del Jamacuco Supremo yo, como el niño nazi de las piscinas de Teruel pero en modo no racista, lo que buscaba era la tranquilidad. No quería prisas, ni agobios. Y bueno, es difícil lograr eso sin contrapartidas porque no se puede tener todo en esta vida. Así que por lo visto el pago por evitar lesiones cardíacas es exponerse a daños neurológicos. En concreto los provocados por una EXCESIVA interacción diaria con una CLARAMENTE EXCESIVA cantidad de gente. Y eso que yo me considero bastante social, ¿eh? Pero todos tenemos un límite.
Hablar con mucha peña durante el día implica mantener conversaciones de ascensor una y otra y otra y otra vez. Y ojalá ¡OJALÁ! fueran al menos conversaciones de ascensor distintas. Ojalá. Pero no me ha caído esa breva. Así que el deterioro cognitivo no viene tanto por la falta de interés o profundidad como por la repetición.
Y si te pilla en un buen día, pues mira. mal que bien, aguantas como puedes. Pero luego está tu propia vida poniendo trabas a tu capacidad de aguante y haciéndote resistir con el corazón roto, o con las hormonas apretándote las tuercas a tope o con los perracos de los bancos torpedeando tus finanzas. Y jussssto ese día que estás al límite es el que elige el petardo de turno para venir a tocarte las narices y montar un pollo por alguna sandez. Que no haces más que repetirte mentalmente lo del personaje de la viñeta de abajo.
Y piensas: menos mal que mi superpoder es la velocidad y no echar rayos por lo ojos, que si no, la de trabajo que les iba a dar a los enterradores.