Llevo toda la semana obsesionada con lo de Valencia. No puedo pensar en otra cosa, no paro de mirar noticias, redes. Me recuerda un poco al CoronaSuplicio, pero distinto. Porque no hay tanto miedo inmediato, tanta incertidumbre. O mejor dicho, sí hay incertidumbre, de la peor clase, además.
Y es que no me puedo explicar como a estas alturas de la vida, con lo medios y la tecnología que tenemos, no seamos capaces no ya de prevenir sino de reducir los daños de fenómenos extraordinarios como este. Pero más que eso me preocupa comprobar que vivimos en un sistema que no funciona, basado en un laberinto competencial que usan los políticos para escurrir el bulto y echarse la culpa unos a otros. Y lo que es peor, que muchísima peña está tan polarizada, tan cegada por la ideología, que es incapaz de ver lo que han hecho mal "los suyos", que justifica lo injustificable, que ni se plantea dar su brazo a torcer ocurra o que ocurra, hagan lo que hagan unos y otros.
La naturaleza cuando se pone a las malas da miedo. Los ultras zombificados con cerebros vacíos que se limitan a creer y repetir las consignas de los de arriba sin pararse a pensar si les mienten, si se han equivocado o si lo que un tiempo estuvo bien pero ya no sirve en unas circunstancias nuevas, da mucho más.