viernes, 12 de diciembre de 2025

De cartón piedra


 

El decorado del piso de Monica y Rachel en Friends no tiene atascos en el fregadero, porque no hay tuberías. Tampoco les preocupa que llegue buena o mala cobertura de internet. Su nevera ni se avería ni chorrea agua, aunque tampoco enfría. No les cuesta una pasta la calefacción si no hay nada que calentar, la tele no se estropea y el sofá no tiene manchas de café en la tapicería. No se les acaba el sitio en los armarios ni necesitan engrasar las bisagras de las puertas. No les salen goteras en el techo ni se les ensucian los cristales con la lluvia.

En el piso de Rachel y Monica no hay grandes problemas, pero tampoco hay vida. 

domingo, 7 de diciembre de 2025

No sirve

No es cuestión de actitud. Con una cuchara no se puede hinchar una rueda. No se puede. Y no es que no sea útil, eh?

Con una cuchara remueves el guiso, tomas la sopa, te ayudas a enrollar los espaguetis. Mides la cantidad de harina para una tarta. Rescatas el cacao del batido que ha quedado al fondo del vaso. Sirve de mini catapulta o tirachinas y haciendo palanca igual hasta atrancas un cajón de la cocina.

La puedes usar para chocarla con la copa de champán, pedir silencio y empezar tu discurso para los novios de una boda. Si eres habilidoso y la sostienes bien en la boca, quizá ganes la carrera de patatas del campamento de tus hijos. A falta de pala, podría ayudarte a hacer un castillo de arena en la playa. Yo vi, incluso, una famosa influencer que empleaba una cuchara para rizarse las pestañas porque tuvo una mala experiencia con un rizador.

Pero con una cuchara no puedes hinchar una rueda.

No se trata de querer, de esforzarse, de tener paciencia, de no generar expectativas, de ser realista, de no apuntar demasiado alto, de conformarse. No sirve, ya está. Vale para muchas otras cosas, pero no hincha ruedas.

Por eso me sorprende ver a tanta gente intentándolo. Y fingiendo que les funciona.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Edrefugio

Mi lugar seguro es debajo de mi edredón.

Él siempre me ha protegido del Coco, del hombre del saco, del monstruo del armario, del puñal del tipo de la careta de Scream y del terrorífico payaso de It.

Él ha sido mi cómplice camuflando la luz de mis lecturas a deshoras cuando ya debería estar dormida. Ha escondido lágrimas a destiempo, quejidos de rabia, lamentos de frustración.

Mi edredón no me juzga si no tengo ganas de pasar la aspiradora, buscar un plan de sábado o escribir el próximo bestseller mundial. A él le parece bien si hoy solo me quedan fuerzas para taparme hasta las orejas y ver vídeos de caídas graciosas en Youtube.

A mi edredón no le importa mi pijama viejo lleno de bolas, ni mis pelos de loca, ni mis ojeras de oso panda. Con él no necesito fingir que mi película favorita es Casablanca en lugar de cualquier mamarrachada romanticona de Sandra Bullock. 

No tengo que justificarme ante mi edredón por mi incomprensible trayectoria profesional ni por no tener un piso en propiedad. Él no me pide que sonría cuando me estoy rompiendo por dentro sólo para quedarse más tranquilo. Mi edredón no se cree con derecho a opinar sobre mis decisiones vitales ni a pontificar sobre lo que debería o no debería hacer con mi vida.

Y luego que por qué paso tanto tiempo en la cama...